Sedientos de fiesta

I.L.H. / Burgos
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Las orillas del río concentran cada noche a cientos de adolescentesy jóvenes. Desde el Museo de la Evolución Humana hasta La Quinta las pandillas se reparten por edades y horarios de la tarde a la madrugada

Es como una enorme quedada, una gigantesca concentración de jóvenes y adolescentes, un lugar de encuentro a orillas del río en el que según la ubicación y los horarios, varían las edades. Los más tempraneros y por consiguiente más críos se colocan en la zona de la Quinta, y los más remolones y maduritos tienen su sitio en la ribera del paseo de la Sierra de Atapuerca. A los primeros les pilla la fiesta de día y a los segundos... a los segundos les puede pillar el día de fiesta.

Sobre las 8 de la tarde empiezan a concentrarse un buen número de chavales en la ribera del río a la altura de la Quinta, en la zona donde antaño se colocaban las barracas. No todos llevan bebidas porque hay muchos que no beben, simplemente se pasean entre cuadrillas para charlar con los compañeros de clase, conocer a nuevos chicos o chicas y pasar el rato hasta que la luz y el horario les imposibilita estar allí.

«Tampoco tenemos otra cosa mejor que hacer. Por la tarde hemos estado en las barracas y otros amigos vienen directos desde las piscinas, pero son fiestas y podemos llegar a casa más tarde», relata un grupo de chicos de 16 años que llevan una botella de dos litros cada uno con diferentes mezclas. «No podemos ir a los bares y tampoco hay nada para nosotros. Cuando llega la hora de los fuegos solemos ir hacia el centro para verlos y porque aquí ya no nos dejan. Si algún concierto nos interesa, nos quedamos y si no, damos vueltas. Pero hoy no hay -por el jueves-, así que no sé qué haremos», añade otro grupo de la misma edad, que reconoce no encontrar dificultades para acceder al alcohol: «Siempre conoces a alguien mayor o te ayudan a conseguirlo».

Las combinaciones que triunfan tienen colores llamativos y contienen, por ejemplo, sunny de fresa con licor de manzana, licor de melocotón con naranja, licor de manzana con limón o licor de manzana con bifrutas. Pero tampoco falta el calimocho tradicional, la cerveza o el tinto de verano ya preparado.

Su pretensión, dicen -tanto los que beben como los que no-, es pasar el rato con la gente de su edad, en la calle porque hace bueno y entre amigos porque están sedientos de fiesta: «Solo nos dejan salir hasta tarde en San Pedro, así que tenemos que aprovechar», aseguran mientras la zona se va quedando sin sitios libres al tiempo que empieza a echarse la noche encima: «Luego nos apagan las luces y la Policía nos echa de aquí».

Para esa hora la zona del río que coincide con el paseo de la Sierra de Atapuerca ha cogido el relevo con jóvenes, buena parte de ellos mayores de edad, que reclaman su propio protagonismo. Laura, Andrea y Candela llevan cuatro años  bajando al río. «Nosotras vamos de tranquis. Nos juntamos, charlamos de nuestras cosas, bebemos lo que traemos y nos damos una vuelta para ver a quién nos encontramos.  Claro que hay alguna pelea y también sabemos que hay atracos, pero lo normal es que la noche transcurra tranquila», comentan mientras aseveran que les «da pena» ver a gente descontrolada, «sobre todo sin son menores».

Presupuestos. Mantener el ritmo durante las fiestas no le sienta bien al bolsillo, por eso estas amigas dejan los «combinados» para el fin de semana y de lunes a jueves optan por bebidas más asequibles: un litro de cerveza, 0,60 euros; un cartón de vino y un refresco, poco más del euro. «Nuestro presupuesto es lo que es. Hay que añadir luego algo más si vamos a las Llanas y la cena en el Kebab, que es lo más barato y está abierto hasta tarde».

De los cachis ya nadie se acuerdo porque esa modalidad ha quedado antigua para este tipo de concentraciones. Cada una lleva su propia bebida, que portan en botellas de dos litros: «A veces compartimos, pero no es lo habitual. En ese caso llevamos una garrafa de 5 litros para ocho personas».

La noche avanza y las huellas empiezan a notarse en las personas y en el entorno: «Se puede beber y recoger, y es lo que en realidad debería hacerse. Aunque es verdad que como no veamos una papelera cerca no nos molestamos en buscarla», comentan las tres a la vez sin darse cuenta de que, un poco más adelante, hay una papelera puesta para la ocasión medio vacía. «Cuando la gente -los mayores- dice que el botellón en el río es una vergüenza, me pregunto si no lo es también cuando ellos se emborrachan dentro de un bar. Si se quejan por la suciedad, en eso les doy la razón. Deberíamos preocuparnos un poco más, pero que conste que pasa también en el resto de la ciudad...», sentencian.