La Virgen de las Viñas en la I Guerra Mundial

Máximo López Vilaboa / Aranda
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La patrona actuó en Francia para auxiliar a un arandino, en medio de los infortunios de la I Guerra Mundial, hace ahora un siglo

Foto antigua de la imagen de la Virgen de las Viñas. - Foto: Archivo Mäximo López

Los arandinos siempre han acudido a su patrona en los momentos de dificultad e históricamente son muchos los testimonios de su auxilio milagroso en enfermedades o durante conflictos bélicos. En estas fechas se cumple un siglo del comienzo de la I Guerra Mundial, un conflicto en el que España permaneció neutral pero que sin embargo afectó a españoles que se encontraban en el extranjero. Éste es el caso de un joven arandino que acudió a Francia a trabajar tras el estallido de la Gran Guerra por la necesidad de mano de obra que había en el país vecino. Este testimonio nos ha llegado a través de una crónica publicada el 13 de septiembre de 1924 en El Duero, el efímero suplemento dedicado a la Ribera que tenía Diario de Burgos por aquellos años.

En esta crónica se dice que «era Pedro un guapo mozo que, a su carácter risueño y bonachón, unía la honradez intachable y la virtud del trabajo ilimitado. No estaba exento, por eso, de algún pecado. Los ojazos negros como una mora, su nobleza de corazón y sus festivas ocurrencias, habíanle convertido en el ídolo de las mozas, de su barrio en Aranda. ¡Cosa rara!, lejos de excitar el odio de los otros muchachos de la calle, todos se disputaban su amistad y se honraban con su compañía».

Prosigue la crónica diciendo que, siendo aún muy joven, su padre cayó gravemente enfermo y antes de morir le llamó a su lecho y se dirigió a su hijo con estas palabras: «¡Pedro mío! Los días de mi existencia están contados; y antes de partir para la otra vida, quisiera darte un último consejo. No tengo haciendas que dejarte en testamento, pero sí te hago un legado que yo no cambiaría por todo el oro del mundo, y que tú debes conservar hasta que la divina Providencia, se sirva llamarte a dar cuenta de tus obras terrenas. Tu madre y mi madre constituyen esa riqueza de que te hablo; mayor hacienda no puede soñarse. Cuida de la primera y ámala como se merece, porque ella te dio la vida que posees a costa de grandes sufrimientos. Y, la segunda, por ser mi madre, será también la tuya, porque no en vano me afané por educarte en ese sentido. Esta segunda madre no te abandonará jamás como a mí tampoco me abandonó. Habita en lo alto de Costaján, en el hermoso templo que se yergue entre flores y árboles, y se llama… Nuestra Señora de las Viñas. Cuando sufras acude a ella, que ella sabrá consolarte y mitigar tu dolor, y procura visitarla con frecuencia, rogándola por ti, por mí, por tu madre».

Prosigue el relato diciendo que, una vez muerto el padre, «llegó la época terrible de la guerra mundial, esa odiosa lucha fratricida de las naciones centrales del viejo continente, que todo lo arrasó con su mortífera metralla. Las fábricas quedaron desoladas porque la ley sagrada del deber llamó a todos los hombres a las armas en defensa de la patria atacada, y era necesario buscar los sustitutos necesarios para contener la ruina, ya iniciada, de la industria, del comercio y de la agricultura. Francia se apresuró a reclutar obreros en nuestra nación, principalmente, a quienes se ofrecían sueldos jamás soñados, única manera de poner de nuevo en movimiento las industrias paralizadas. Aranda dio también sus obreros y entre ellos se encontraba Pedro que con su madre se trasladó a Burdeos. Madre e hijo fijaron su residencia en una modesta calle de la animada población francesa y en ella admitió como pupilos a cuatro paisanos arandinos.

El carácter de Pedro, y su afición al trabajo, conquistaron bien pronto los mejores puestos en una de las grandes fábricas bordelesas. Todo marchaba viento en popa. La felicidad de aquella reducida familia no podía ser más completa. Pedro ganaba sus 20 francos diarios, y con la ayuda del ingreso de los pupilos, habíanse creado un modesto vivir que les permitía algunas distracciones en los días festivos. Pero como la dicha no es eterna, sucedió que cierto día, por un descuido de los obreros que Pedro dirigía, estalló una de las calderas de las máquinas en que éstos trabajaban, hiriendo gravemente a dos de ellos y dejando completamente ciego a Pedro. La madre de Pedro se vio precisada a cambiar su modo de vivir y acomodarse al corto beneficio que la dejaban sus pupilos para alimentarse ella y subvenir a las necesidades de su hijo. La alegría que antes caracterizaba a nuestro buen Pedro había desaparecido por completo, y la tristeza por encontrarse ciego era tanta, que llegó a amenazar seriamente su salud».

Prosigue el relato diciendo que «un día recibió la visita de un amigo y compatriota suyo, quien le indicó su próxima partida para España, anunciándole que volvería a Francia en breve plazo. Sus ojos ciegos se inundaron de lágrimas de alegría por la noticia, creyendo ver en ella la curación de su ceguera». El joven Pedro le pidió que cuando llegara a Aranda no dejara de visitar la ermita de la Virgen de las Viñas y asimismo le dijo «pídela mucho por mí ya que yo no puedo visitarla por ahora, y cuando vuelvas hazme el favor de traerme un trocito de madera de su altar, de su carroza o de su ermita; yo lo conservaré como reliquia santa y ella me curará de mi enfermedad».

El amigo de Pedro fue a Aranda y, metido en divertimentos diversos, no se acordó de la promesa de su amigo. A su vuelta a Francia, y ya en el puerto de Burdeos, recordó la escena de su despedida con Pedro y por quedar bien con él, tomó un trozo de madera del barco donde hizo la travesía, lo envolvió cuidadosamente en un papelito y se encaminó a entregárselo. Pedro, que le aguardaba impaciente, desenvolvió con rapidez la madera y, pasándola por los ojos, cayó de rodillas y exclamó: «¡Gracias, gracias, madre mía! ¡No esperaba menos de ti!». Y milagrosamente recobró la vista. En esto el amigo se admiró del prodigio y dijo al viajero que le acompañaba "¿Qué te parece la virtud de la madera de la barca?"  Y el otro contestó: "No ha sido la madera de la barca, sino la fe de Pedro." Y así se nos narra esta curiosa historia en que la Virgen de las Viñas actuó en Francia para auxiliar a un arandino, en medio de los infortunios de la I Guerra Mundial, hace ahora un siglo.