El último sueño de Santa Teresa

R. Pérez Barredo / Burgos
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Entramos en el convento de las carmelitas descalzas de Burgos, el último que fundó la santa meses antes de morir y para el que tuvo que pelear mucho porque el obispo de la época no quería que se radicasen en la ciudad

Teresa, priora del convento, en la estancia que fue celda de la santa, hoy reconvertida en capilla con una talla de Gregorio Hernández.. - Foto: Luis López Araico

El tibio sol que inunda las estancias creando fuertes contraluces desmiente el frío corazón del invierno. Es cálido y acogedor el interior del convento por donde nos guían su priora, Teresa, y Margarita, la hermana más veterana, que hablan de la complejidad de su fundación en 1582 como si ambas hubiesen estado escoltando a la santa, que llegó a Burgos en el mes de enero muy afectada de la garganta, enferma ya de muerte pero dispuesta a luchar para abrir una nueva casa, que sería la última. En el cenobio de las carmelitas descalzas, última fundación de Teresa de Jesús, santa de la que se cumple el quinto centenario de su nacimiento, viven trece religiosas; casualidad o no, es el número que la de Ávila consideraba idóneo, aunque finalmente estableció el veintiuno.

Recuerda la hermana Margarita que cuando ella profesó, en los años 40, había lista de espera. «Y pude entrar porque necesitaban organista y yo tenía afición y un poco de estudio», dice sonriente, evocando aquellos años en los que en el convento se vivía «a cero grados», muy lejos del confort actual. No están ajenas al mundo exterior. Las pupilas burgalesas de Santa Teresa de Jesús no sólo sufren la crisis de vocaciones -las últimas hermanas en entrar, tres coreanas treintañeras, lo hicieron hace ocho años-, sino también la económica: durante décadas, ayudó a sostener su economía la elaboración de fundas de plástico para diversas entidades de ahorro locales. Ya apenas reciben encargos, únicamente cosas puntuales, «trabajillos», dicen ellas.

«Estamos compartiendo la crisis con todos, porque también estamos a la búsqueda de un trabajo. Y es algo muy difícil en general y más para nosotras, porque tiene que ser algo compatible con nuestro modo de vida», dice la priora. Las hermanas se muestran expectantes ante lo que pueda suponer para su comunidad esa red de Ciudades Teresianas recién creada, proyecto de peregrinación y de carácter cultural del que forma parte Burgos junto a otras 16 localidades. «Nos parece bien.Habrá que ver en qué queda», dicen, bien informadas gracias a internet de que hasta el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, se ha mostrado públicamente convencido de que Santa Teresa intercederá para aliviar a España de estos «tiempos recios».

La hermana Margarita muestra el libro de la fundación del cenobio de Burgos.La hermana Margarita muestra el libro de la fundación del cenobio de Burgos. - Foto: Luis López Araico

La fundación

Las hermanas se saben de memoria la historia del convento. Han leído el Libro de las fundaciones, en el que la santa andariega puso por escrito, de su puño y letra y con todo lujo de detalles, cuantas vicisitudes tuvo para llevar a cabo su obra. Cuentan las hermanas que la fundación de Burgos fue asaz compleja, ya que al parecer el obispo de la ciudad -contra el deseo de ésta, que lo pidió- no quería que se abriera otro convento. Tuvieron que interceder varias personas importantes para que Santa Teresa de Jesús culminara su último sueño, cuyas escrituras se firmaron el día de San José -por el que sentía especial devoción-, y de ahí que el convento fuese fundado con el nombre de San José de Santa Ana, como reza en la placa de la fachada y en el citado libro, del que tienen las monjas una edición facsimilar.

Santa Teresa tenía 67 años cuando llegó a Burgos a finales de enero, con frío y niebla. Lo primero que hizo fue rezar ante el Santo Cristo de Burgos, que entonces estaba en Los Agustinos. «Para lo mayor que era, qué fuerza tenía», dice Margarita. «Dejó escrito que era un convento muy de su gusto, en el que se estaba muy bien».Se inauguró el 19 de abril de 1582. Y ella permaneció en la capital castellana hasta el mes de julio. «Cuando fundaba un convento, le costaba mucho dejar a sus hermanas», apostilla Teresa. Durante aquellos meses, la de Ávila mantuvo una enorme actividad.Escribió multitud de cartas, algunos poemas. Y solía ir a escuchar misa a San Gil, a primer hora de la mañana, a la capilla de la Buena Mañana, cuentan las hermanas.

Más que recuerdos

En la biblioteca del convento conservan muchas huellas de la santa. En el espacio que fue su celda mientras permaneció en él -«la eligió por ser la más fría», dicen las hermanas- existe hoy una preciosa capilla que guarda dos de los grandes tesoros artísticos del cenobio.Uno es una talla del gran escultor Gregorio Hernández en el que representa a la mística abulense con un libro y una pluma en las manos; el otro, es un retrato de Cristo que la santa pidió que hicieran después de una de sus visiones; Jesús aparece con las manos abiertas, ofrecidas, y el rostro doliente.

Otra de las joyas que con más orgullo conservan las carmelitas de Burgos es una de las alpargatas que al parecer utilizó Santa Teresa durante su estancia en Burgos, lo único que pudo rescatarse del expolio de la francesada, que arrasó con casi todo. La guardan en una vitrina como una reliquia. Nos la enseña otra hermana, también llamada Teresa y natural de Corea del Sur, que lleva nueve años en el convento de Burgos. Nos muestran asimismo las hermanas el inmenso y precioso jardín anejo al recinto monacal, donde cultivaron en su día huerta. Junto a la puerta hay un pozo, que ellas llaman el ‘pozo de la Santa’, ya que Teresa de Ávila solía coger de él todos los días agua fresca e incluso lavaba allí la ropa. Santa Teresa de Jesús partió de Burgos en julio de ese año, dejando hecho realidad su último sueño. Murió tres meses después, en la localidad salmantina de Alba de Tormes.