Bale fue el gran héroe en la noche. Su velocidad endiablada y el roto que le hizo al joven Bartra, que se lesionó en esa jugada, concedió la Copa del Rey al Real Madrid. Si los blancos estallaban en una fiesta en Mestalla y en la Cibeles, en Burgos ocurrió otro tanto. Más de 300 burgaleses, en su mayoría jóvenes, festejaron el éxito del equipo de Carlo Ancelotti. Poco después de que el capitán Iker Casillas elevara hasta el cielo la Copa y todos los protagonistas posaran sobre el césped, los burgaleses acudieron a su cita: la Plaza de los Delfines. Perfectamente acordonada por efectivos de la Policía Local y Nacional, la céntrica plaza -escenario de todas las hazañas deportivas propias y ajenas- recogió la explosión de alegría blanca. Enfudados con camisetas, bufandas y banderas saltaron, danzaron, corearon los nombres de sus ídolos y una treintena de atrevidos chapotearon en el agua. La noche era propicia y la agradable temperatura invitaba al baño.