La noche de los sueños

J.M.
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Los Reyes Magos se dieron un baño de masas en una de las cabalgatas más multitudinarias de los últimos años. El séquito de Melchor, Gaspar y Baltasar ha envuelto la noche de magia y ha recibido la admiración y la aprobación de los asistentes

La noche de los sueños - Foto: Luis López Araico

Sus ojos no habían visto nunca algo parecido. Aunque cada 5 de enero había ido a saludar a Melchor, a Gaspar y, sobre todo, a Baltasar, este año, ya con cinco primaveras, esperaba a los Reyes más conscientes que nunca. Nada más llegar a la calle Vitoria, más o menos a la altura del edificio de la Telefónica, se asomó ansioso a la mitad de la calzada e intuyó la primera carroza. Se apresuró a dar la primicia a sus padres. Su cara de asombro comenzó con el primer camión de bomberos cargado de regalos y solo cambió el gesto cuando apareció la primera de sus majestades. Fue como si por un segundo desaparecieran los bulliciosos griteríos de niños y adultos (los mayores no iban a la zaga) y por un momento no hubiera nadie más en el mundo que ellos dos. Rompió su propio silencio con un largo Melchoooor de Íñigo y todo volvió a la normalidad.

A su lado estaba su hermano Álvaro, que, a sus tres añitos, no se separaba ni un milímetro de su padre. El séquito de sus majestades hacía deslumbrar su mirada, pero los renos, pajes, duendes y otros personajes de fantasía también imponían respeto. A su prima Mara, coetánea, también se le iluminaba la cara. En su sonrisa de oreja a oreja se adivinaba algo así como un era verdad, están aquí. Su padre, al que los reyes le deberían de traer un babero, daba un codazo cómplice al tío de la criatura para que no se perdiera la escena y sacaba raudo su teléfono para inmortalizar el momento.

Melchor, Gaspar y Baltasar volvieron a hacer magia. En cada centímetro del recorrido de la cabalgata se respiraba complicidad, inocencia, ilusión. Solo la ya clásica pelea por los caramelos o por no perder la posición generaba alguna pequeña fricción sin importancia. Los asiduos a la cita aseguraban que no habían visto a tanta gente en la cabalgata en muchos años. Seguro que a ello contribuyó que la tarde arrancara con una temperatura más que agradable (luego sí bajaron los grados) y el hecho de que la cita con sus majestades coincidiera con un sábado. Un día en el que muchos familiares lo tienen más fácil para acompañar a los niños.

La cabalgata gustó. Y mucho. Las elegantes e innovadoras carrozas, con el sello inconfundible de Cristino Díez, recibieron los halagos del respetable. El reno, el pájaro y el dromedario que acompañaban a Melchor, Gaspar y Baltasar encajaban a la perfección con el resto del reparto.

La manada de renos de la compañía francesa Remue Vinage y las piruetas de sus integrantes arrancaban las ovaciones del público. Como también despertaron admiración el extraño pájaro de cinco metros de LOiseau, las campanas de Cal y Canto, los juguetes mecánicos de Bambalúa Teatro...

La nota de humor la volvió a poner Ronco Teatro con ‘Los Duendes carboneros’. Representando a los proveedores de carbón de los reyes magos, recitaban los nombres de aquellos que no se habían portado todo lo bien que debían durante el año. Los niños y los mayores. Porque también hubo alguna regañina para invitar a la reflexión a los padres que no prestan demasiada atención a sus hijos y les dejan estar a todas horas con los móviles y las tabletas.

En un baño de multitudes, Melchor, Gaspar y Baltasar escenificaban ya en el plaza del Cid el pasaje de la adoración al hijo de Dios. Y tras saludar a los niños y a los adultos desde el balcón del Teatro Principal y pedirles que se acostaran pronto, se dirigieron a los hospitales para entregar los primeros juguetes a los niños enfermos. Y de ahí a cada casa a obrar el milagro.