Treinta mirandeses piden ayuda cada año para dejar el alcohol

Raúl Canales / Miranda
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La rehabilitación dura tres años aunque el riesgo de recaída permanece toda la vida. Aremi atiende a 110 personas actualmente, en su mayoría hombres, «porque la mujer aún tiene que vencer más prejuicios»

 
 
¿Dónde está el límite entre tomar unas copas con los amigos y tener un problema derivado del consumo de alcohol? En ocasiones la línea es tan delgada que cuesta admitir la evidencia ya que la adicción no siempre está relacionada con la cantidad y periodicidad, sino que entran en juego otros factores, como la idea de pérdida de control. «Hay personas que no beben todos los días pero que el día que lo hacen, en reuniones o fines de semana, no pueden parar y acaban realmente mal», explican desde Aremi. 
Y es que el alcoholismo tiene mil caras. La imagen de la persona que se emborracha diariamente o aquella que está en situación de indigencia, son solos tópicos extremos que desvirtúan la enfermedad y difuminan las formas que ésta tiene de manifestarse, retrasando la búsqueda de ayuda. «Mucha gente niega el problema porque lleva una vida relativamente normal, tiene un trabajo, una familia,... pero en el fondo las cosas no van bien», apunta Joseba Orueta, psicólogo de la asociación. 
Si hace años se hacía una distinción entre abuso y dependencia, ahora los especialistas consideran que la misma no se ajusta a la realidad porque «puedes no tener una dependencia física ni sufrir de abstinencia, pero cada vez que bebes se te va de las manos», asegura Orueta. 
Las cifras son abrumadoras. Se estima que entre un 5 y 10 por ciento de la población tiene problemas con el alcohol. En el último año Aremi recibió 30 casos nuevos, es decir casi tres personas por mes, una cifra elevada pero que se ha convertido en habitual en los últimos ejercicios, lo que refleja la cotidianidad con la que convivimos con el alcohol. 
La facilidad de acceso, su bajo coste y sobre todo su consumo social, son los mayores peligros. Por eso cuesta pedir ayuda. «En el fondo el alcohólico sabe que tiene  un problema pero se autoengaña y antes de admitir lo que le pasa prueba diferentes estrategias como consumir menos, hacerlo solo determinados días, solo cerveza,...  y siempre repite lo de ‘yo solo puedo’, pero la realidad es que se llega a un punto en el que sin ayuda es difícil salir». 
El tiempo desde que alguien asume su adicción y acude a la asociación puede durar años. Las dudas, el miedo y la vergüenza le impiden dar el paso, y más en una ciudad pequeña como Miranda. «El alcoholismo todavía está muy estigmatizado y hay quien lo ve como un vicio y no como una enfermedad», señala Cristina Trinidad, trabajadora social de Aremi, quien reconoce que hay casos de personas que piden ser derivadas a Vitoria o que los primeros días entran casi escondiéndose a la asociación. 
Uno de los principales temores, además del qué dirán, son las consecuencias laborales. Sin embargo, en este sentido se ha avanzado mucho. Si antes era Aremi la que periódicamente ofrecía charlas en empresas para sensibilizar ahora son en muchas ocasiones éstas las que se ponen en contacto con la asociación para abordar el tema cuando detectan que un trabajador tiene un problema de adiciones. «Lo primero es convencerles de que es una enfermedad y que por lo tanto las medidas disciplinarias no benefician, y aunque no siempre sucede así, al final muchas veces es el entorno laboral, compañeros o jefes, quienes animan al enfermo a pedir ayuda», aseguran. 
Aún así, el principal apoyo sigue siendo el ámbito familiar. El deterioro de los vínculos afectivos suele ser uno de los puntos de inflexión que anima a iniciar el tratamiento. «Si una persona pierde el control con el alcohol de forma habitual hasta que no tiene consecuencias severas no toma conciencia. No hace falta que sea un accidente o algo derivado directamente de la salud, sino que muchos asumen el deseo de cambiar a raíz de darse cuenta de que están desatendiendo a su familia», asegura Orueta. 
 
más hombres. Una vez iniciada la rehabilitación, el programa de Aremi dura tres años, aunque nunca se recibe el alta definitiva. «El alcoholismo es una enfermedad crónica y el riesgo de recaída permanece toda la vida», explican. Por eso, aunque la periodicidad de las visitas a la asociación se reducen  notablemente con el paso de los años, se intenta que el usuario no se desvincule nunca del todo porque además su participación, aunque esporádica, es un aporte fundamental para quienes inician el camino. 
El perfil habitual de los usuarios de Aremi es el de un varón de mediana edad, cada vez más joven, y policonsumidor, es decir que combina el alcohol con otras sustancias. De hecho, de los 110 enfermos que acuden actualmente de forma regular a la asociación, solo una cuarta parte son mujeres, una cifra que no responde a  una diferencia real de género en el consumo, sino a que ellas tienen que vencer aún muchos más prejuicios. «Todavía está peor visto que una mujer beba a que lo haga un hombre, y aunque suelen ser más constantes en la terapia, desgraciadamente también tienen por norma general menos apoyo familiar. Los varones, habitualmente están más acompañados por sus parejas, mientras que en las mujeres notas que existe más vergüenza por parte de sus compañeros sentimentales y una tendencia a tratar de minimizar el problema o pensar que en dos meses, con la primera mejoría, ya esta solucionado», asegura la trabajadora social. 
La idea principal que se recalca en Aremi es que «dejar de beber no solo es eso, sino que implica cambiar de vida, porque el alcohol afecta a todas las facetas de la vida de una persona». Y aunque cuesta, «siempre hay salida».