Dignidadfrente a todos los estigmas

Angélica González / Burgos
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Yara, que nació hombre, se gana la vida con la prostitución desde los 13 años. Además, es una inmigrante sin papeles que hace unos meses ha sido diagnosticada de sida

 
No ha conocido nunca otro estilo de vida que el de la prostitución. Comenzó con apenas 13 años cuando ya tenía claro que era una mujer a pesar de que su carta de identidad decía lo contrario. «Mi abuela cosía y a mí me encantaba coger los retales y hacer trapos extravagantes. Siempre tuve claro que yo no era un hombre», explica, en un perfecto castellano con suaves reminiscencias del portugués que se habla en su país, Brasil, al que tiene claro que algún día volverá. 
Aunque niega que haya sido víctima de la trata de personas cuenta que venir a España le costó una deuda de 7.000 euros. Aquí se ha ganado la vida en la calle hasta hace muy poco -literalmente, en una de Zaragoza tenía que pagar 150 euros a la ‘dueña’ de una zona determinada por esperar a sus clientes a la intemperie- y en pisos de ciudades del norte como La Coruña, León o Valladolid desde donde anunciaba sus servicios sexuales. Hace cuatro meses que está en Burgos. Aquí llegó desde un hospital de Zamora en el que ingresó muy enferma tras serle diagnosticado sida , enfermedad que dice le transmitió un novio porque ella nunca se drogó y siempre tenía mucha prevención en su trabajo. En uno de los recursos del Comité Ciudadano Anti-Sida se ha estado recuperando y ahora tiene un estado francamente bueno. 
«Estuve muy mala, el médico me dijo que tenía sida, las defensas bajísimas y que debía estar ingresada. El mundo se me cayó encima y huí del hospital porque no aceptaba la enfermedad; después llegué a estar en coma, mientras mis hermanos seguían en Brasil, preocupadísimos por mí », recuerda.
 Solo tiene palabras de agradecimiento para la gente del Comité Ciudadano Anti-Sida que la ha acogido con los brazos abiertos y con el máximo de los respetos a su condición sexual. Lo mismo cuenta con todos los servicios sanitarios y sociales por los que ha sido atendida. Pero se va. Cuando estas líneas vean la luz esta mujer de 35 años ya no estará en Burgos. Tiene previsto vivir en Valladolid y seguir dedicándose a la prostitución.
«La discriminación hacia nosotras es tan brutal que solo nos queda esta profesión para ganarnos la vida. La gente no nos da ni una oportunidad, ya me gustaría a mí trabajar en un banco, en una tienda o cuidando unos niños, pero sé que esto no va a pasar nunca», explica. Como alternativa, sueña con poner un negocio «para darle trabajo a otras trans».