La Eucaristía: Ayer, hoy y siempre

Máximo López de Vilaboa
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Un año después del paso por Aranda de Duero de la exposición de Las Edades del Hombre, múltiples testimonios vinculados con la celebración religiosa recuerdan sus lazos de la villa, cuya historia también está ligada al pan y al vino

El miércoles, 6 de mayo, se cumplía un año desde la inauguración de la edición arandina de las Edades del Hombre. El tema central de esta inolvidable exposición fue la Eucaristía, tan presente en el pueblo cristiano y que se vive de una manera más intensa en Aranda, donde tanto se sabe de vino, de pan y de ese símbolo eminentemente eucarístico que es el cordero. Y además de todo eso, ya lo dice la coplilla tradicional: «Al verdadero arandino, / te lo digo en dos palabras:/ sangre dentro de las venas,/ cristiandad dentro del alma».

Por eso, desde Aranda y la Ribera podemos evocar infinidad de testimonios de amor hacia la Eucaristía, de tantas misas de ayer, de hoy y de siempre. Recordamos el milagro obrado por ese gran ribereño que fue Santo Domingo de Guzmán (1170-1221). Cuentan que estaba el santo de Caleruega con tres cardenales cuando le traen a uno de ellos la dolorosa noticia de que su sobrino ha muerto al caer del caballo. El Cardenal está deshecho y busca consuelo en Domingo de Guzmán. Pero uno de los presentes le reprocha que únicamente le diga bonitas palabras que no sirven para nada.

El Padre Domingo le contesta: «Cierto, yo no puedo nada ante esta muerte. Pero… ¿tampoco Dios puede hacer nada? ¿Dónde está mi fe en el poder de una sola misa, en la que actúa el mismo Jesús del Calvario? Tras estas palabras, manda traer el cadáver del muchacho, prepara todo para la celebración de la Eucaristía y, tras acabar, se acerca al difunto, le hace la señal de la cruz, y le ordena: En nombre de Jesucristo, que en esta Misa se ha ofrecido por ti, yo te mando que te levantes».

Ante la sorpresa de los presentes, el joven resucitó como testimonio del valor inmenso que tiene una sola misa. Un milagro eucarístico también es lo que se representa en la tabla hispanoflamenca, de la primera década del siglo XVI, que se encuentra en la iglesia parroquial de Haza. San Gregorio Magno celebra la misa y se le aparece Jesucristo Resucitado con todos los atributos de su pasión, para dar testimonio de que la Eucaristía es continuidad de su sacrificio en la Cruz.

El historiador estadounidense Chandler Rathfon Post atribuye en 1947 esta tabla al Maestro de Sinovas, cuya obra más completa es el retablo de Santa Ana de la parroquia del barrio arandino de Sinovas. Junto a estas líneas también reproducimos otras imágenes eucarísticas de Aranda. En una de ellas, tomada en la Plaza Mayor en los años 50, vemos la misa del Corpus Christi que se celebra con los niños que ese año han recibido su primera comunión.

A su lado, otra fotografía del 15 de noviembre de 1970 muestra al arzobispo de Burgos, don Segundo García, consagrando el altar de la nueva Residencia Sagrada Familia, de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Resulta curiosa esta imagen por el resplandor que sale del altar, donde ya están consagrados el pan y el vino, idéntico resplandor que el que se narra en algunos milagros eucarísticos de siglos pasados. Este efecto óptico será simplemente por el flash pero nos recuerda también los rayos que se representan en las custodias donde se expone el Santísimo Sacramento.

Como en esta imagen, salida de la cámara siempre atenta de Margarita Bartolomé, y en la que aparece en la procesión del Corpus el recordado párroco de Santa María, Andrés Vicario, auténtico impulsor e inspirador de la exposición Eucharistia.

Ahora es Ávila y Alba de Tormes quienes, con motivo del V Centenario de Santa Teresa de Jesús, han cogido el testigo de la exposición. A la Eucaristía dedicó la santa andariega numerosos escritos y reflexiones, como aquella que recogió en su libro Camino de perfección y que seguro que sería fruto de muchas horas de oración ante el Sagrario: «Cuando oía a algunas personas decir que quisieran haber vivido en el tiempo que andaba Cristo en el mundo, me reía en mis adentros, pareciéndome que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento… ¿qué más les daba?».