Hortelanos de ciudad

H. Jiménez / Burgos
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Varias iniciativas de huertos ecológicos en pleno casco urbano reivindican un modelo de «soberanía alimentaria», otra forma de consumo para acercar la producción al consumidor y una alternativa de ocio para todas las edades

Candelas es riojana de Sajazarra. Proclama con orgullo que ella es «muy de pueblo», aunque llegara a la ciudad siendo apenas una jovencita, y su familia siempre tuvo huerta. Ahora ella, ya veterana, opta por la comodidad de evitar desplazamientos al campo y tiene su parcelita en plena ciudad, entre asfalto, coches y viviendas. Es una de las arrendatarias de los Huertos de Ocio de Ogea y esta semana se la ha pasado afanándose entre cardos, escarolas, acelgas, lechugas o menta.

Su caso ejemplifica el fenómeno de los huertos ecológicos, que en Burgos es apenas incipiente pero que cada vez tiene más adeptos en sus diferentes versiones. Bien sea mediante la fórmula de alquiler de parcelas de Ogea, bien mediante la iniciativa de economía solidaria de Huerta Molinillo, o incluso con la fórmula de ‘huerta okupada’ de Capiscol, todas confluyen en una filosofía de soberanía alimentaria, prácticas respetuosas con el medio ambiente y alternativas a la cadena convencional de consumo.

La última en llegar, aunque lo ha hecho con gran fuerza, fue la huerta de la calle Molinillo. Surgida de la Fundación Alter y Promoción Solidaria, arrancó hace poco más de un año y cuenta ya con 66 socios que se convierten en los destinatarios de los frutos de la tierra. La idea se les ocurrió a Isabel Díez y Rafael Martínez tras quedarse en paro. Optaron por alquilar un terreno a las monjas trinitarias y acondicionarlo con un gran invernadero de casi 1.500 metros cuadrados.

Allí cultivan de todo. Dependiendo de la época del año, lo que la temporada les ofrezca, en permanente lucha contra los rigores del clima mesetario. Y el resultado lo entregan todos los miércoles a sus socios, presentado en una cesta de al menos 5 kilos y al menos 5 variedades de verduras distintas. Son más de 20 kilos mensuales por casi 60 euros al mes.

No es especialmente barato, pero Martínez advierte que «no hay que confundir valor y precio». Es algo en lo que los promotores de Huerta Molinillo insisten mucho, porque su proyecto tiene un trasfondo solidario, una filosofía de vida y de consumo. Está pensado también para subrayar el valor de acercar el producto, garantizando unas buenas prácticas agrícolas, una ausencia de tratamientos químicos y evitando las injusticias que se cometen en las zonas de producción cuando éstas se encuentran lejos: la rentabilidad de la venta en Europa sería imposible si no es partiendo de agriculturas intensivas, sueldos bajísimos para los productores o, directamente, prácticas abusivas.

«Aquí al menos sabemos de dónde viene todo, no tiramos nada por cuestiones estéticas, repartimos la producción y huimos de los monopolios de las grandes marcas de semillas o los transgénicos, intentamos introducir variedades locales y realizamos una labor complementaria de educación, sin forzar a la naturaleza», subrayan los gestores de Molinillo. Su esfuerzo les ha servido hasta ahora para convertirse en su modo de vida y cuentan con la ayuda de voluntarios y un buen número de personas que apoyan el proyecto a través de Alter y Promoción Solidaria.

El de Huertos de Ocio de Ogea es un modelo distinto. Su responsable, Isabel Hernando, relata que todo empezó en 2010 a raíz de un curso de educadores ambientales, y a partir de ahí se lanzaron a la formación con distintas entidades sociales desarrollando huertos terapéuticos o trabajando con colegios hasta que pusieron en marcha su actual espacio de la Barriada Illera.

Escuela y socialización

Allí alquilan 14 parcelas de 25 metros cuadrados cada una por 30 euros al mes. El lugar ejerce no solo de ‘escuela’ para quienes carecen de conocimientos hortícolas y se inician en esa actividad, sino también de lugar de socialización o de alternativa de ocio para los aficionados hortelanos, en una enriquecedora mezcla de edades, nacionalidades (tienen arrendatarias de Italia, Francia o Argentina) y motivaciones.

La tercera experiencia similar que podemos encontrar en el casco urbano es la más antigua de todas. Se trata de la autodenominada ‘huerta okupada comunitaria’ de Capiscol, ubicada en un solar junto a la calle Villafranca.

Los planes urbanísticos prevén para esta parcela la construcción de viviendas, pero aprovechando el parón inmobiliario un grupo de personas (entre ellas algunos participantes activos en el movimiento 15-M y en la Asamblea de Gamonal) decidió ocuparla en la primavera del año 2012 y poner en marcha una «iniciativa popular, de barrio», como explican algunos de sus componentes. Hablan de conceptos como (de nuevo) soberanía alimentaria y autogestión, funcionamiento asambleario y solidaridad, donde se suprime la propiedad privada y nadie considera como ‘suyo’ el trozo de tierra que cultiva.

Más veterana todavía es la única iniciativa pública de huertos de ocio, que el Ayuntamiento de Burgos lanzó en 2004, aunque los primeros cultivos no llegaron hasta 2009. Destinada a mayores de 65 años o de 55 en el caso de parados de larga duración, actualmente se trabaja en 88 de las 92 parcelas disponibles, sin lista de espera y con charlas, actividades formativas y de convivencia. «Hay un clima excelente», subraya la concejala Ana Lopidana.

La crisis económica, por un lado, ha incentivado entre muchos ciudadanos el autoconsumo de productos cultivados por sí mismo. Pero por otro ha abierto también muchas puertas a la reflexión sobre lo que comemos, de dónde viene, el modelo económico y las prácticas medioambientales. Es cierta medida un regreso al pasado, a lo que las generaciones anteriores practicaban con naturalidad en sus pueblos, pero adaptada a su convivencia con el hormigón de la ciudad y la velocidad a la que nos lleva nuestro tiempo.