Queimada y conjuro

Roberto Rodríguez / Burgos
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Tercera vez que la empresa gallega Xaraiva, de Orense, lucha por conseguir el premio, tras la participación en certámenes anteriores donde las meigas se cebaron con ella. Ayer, otra vez, salió ovacionada.

Queimada y conjuro - Foto: DB/Alberto Rodrigo

Tercera vez que la pirotecnia Xaraiva, de Orense (que tiene un currículum de trofeos al que no se le puede poner un «pero»), se presenta en Burgos para ganar y si las meigas no existen existe una posibilidad muy alta de hacerlo por fin este año. Pérdidas económicas, seguramente, tuvo en certámenes anteriores. En el primero (2006) una tormenta cayó en la ciudad, el espectáculo deslució mucho y, aun así, el poco público que asistió pudo ver una sesión extraordinaria que finalmente no resultó ganadora. Ah, carallo. La segunda vez (2010) su espectáculo fue seguido masivamente en una noche atmósféricamente favorable; en esas fiestas no se habla de otra cosa que del gran espectáculo galllego realizado al comienzo de las mismas. Pero quedaron segundos. La desilusión del equipo de Xaraiva fue evidente, incluso para el jurado, que vio cómo por muy poco no salió campeona otra vez. Meigas, haberlas aylas. Pero estos artistas nacidos en la localidad orensana de Verín (la misma que vio nacer al modisto Roberto Verino), cuando parecía que iban arrojar la toallla, no asomándose jamás por Burgos ni por la autovía de ronda, sacaron su orgullo de campeones, presentándose anoche una vez más, con un espectáculo para nada lúgubre y en una noche que no amenazaba orballo. Si este año no ganaran, queremos reconocerles la tenacidad y el esfuerzo por la lucha en la conquista del título burgalés y por ofrecernos tan magníficos espectáculos. Fiel al estilo de la escuela galaicoportuguesa en la que se le encuadra, con numerosos artefactos de efectos descendentes, esponjosos y dilatados, ofreció, además, mucha variedad y calidad de artificios, destacando una composición de dos alturas en la misma y en ocasiones con hasta tres y cuatro. La melancolía, morriña y lirismo que impregnaron algunas secuencias de intermitencias, cartetas y oscilantes, fueron contrarrestadas con otras secuencias más bruscas de relámpago de magnesio, tremolantes y escalas de descargas de trueno que rememoraron las noroccidentales «tiradas de voladores». El público no paró de aplaudir y los artistas, como buenos gallegos, respondieron «en curva» lanzando carcasas de fugaces cuyas perlas, al abrir en lo alto, se dispersaban sin orden aparente como vagalumes. El final fue larguísimo, cargado hasta los topes, pareciendo no tener fin. Siendo hasta ahora la mejor sesión y la más larga respecto a las anteriores. Fueron casi dieciocho minutos de queimada y conjuros, con un público hechizado, en una noche en la que no hubo ni meigas ni gaitas.