Una familia y 365 días en Chicago

B.G.R. / Burgos
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Desde Quintanadueñas hasta EEUU. Los Larrinaga-Jimeno saben lo que es cambiar de vida. Lo hicieron como experiencia profesional y personal para desterrar futuros miedos a sus 2 hijas

La estancia les permitió hacer turismo, como una visita al Capitolio de Madison, en Wisconsin. - Foto: DB

Ya se han acostumbrado a la rutina burgalesa de colegios, Conservatorio deMúsica y clases en la Universidad. Pero hace poco más de un año, su vida no estaba en Quintanadueñas, sino al otro lado del charco. Concretamente, en el barrio de Skokie, en la ciudad estadounidense de Chicago. Allí partieron Carlos Larrinaga y Mar Jimeno con sus dos hijas, Cala y Henar, en agosto de 2011. Y allí permanecieron 365 días, en los que cumplieron la doble motivación con la que iniciaron esta aventura: el crecimiento personal y profesional. Esta es su historia.

Para Mar y Carlos, profesores de Derecho y Económicas de la Universidad de Burgos, respectivamente, hacer maletas no resulta tarea complicada. Más bien es un hábito que llevan años realizando.  Han pasado por distintas instituciones académicas de la geografía española hasta recalar en la de la capital burgalesa, donde tampoco se han estado quietos, siendo habituales sus viajes de investigación al extranjero, principalmente a Europa. Estancias más bien cortas de las que también han hecho partícipes a sus hijas. Sin embargo, el cambio radical de cultura siempre ha estado en sus pensamientos. Y con él, Estados Unidos, aunque la distancia física lo haya hecho inalcanzable, que no imposible, durante bastante tiempo.

Pero el momento llegó al encadenarse varias circunstancias. Mar consiguió el máximo reconocimiento académico, la Cátedra; las niñas habían crecido, contaban en ese momento con 10 y 8 años, y la experiencia docente de ambos progenitores, seis años ininterrumpidos, les permitía optar a una estancia en otra universidad. La decisión estaba tomada, pero por delante quedaba un puzzle con muchas piezas que encajar.

Las chicas de la casa posan en el emblemático The bean (El haba).Las chicas de la casa posan en el emblemático The bean (El haba). - Foto: DB En el terreno profesional, hubo que presentar sendos proyectos de investigación, conseguir una beca en el Ministerio de Educación, y una carta de invitación de la universidad anfitriona. «Había que buscar un punto en común para ambos», comenta Mar en referencia a que Chicago, como gran ciudad que es, reunía todas las condiciones necesarias. Y en el personal, la suerte les acompañó a la hora de buscar casa, dado que el colegio de las pequeñas venía impuesto por la zona de residencia.

Un año tardaron en preparar el viaje, donde lo más complicado fueron los trámites del visado. Obstáculos que se superan cuando no existen dudas. «Queríamos que las niñas aprendieran no solo el idioma, sino también que tuvieran la experiencia de vivir en otro país para que no tengan miedo a viajar y conocer otras culturas», afirman los padres de familia.

Y así fue como un 8 de agosto de 2011 se presentaron en el aeropuerto de Chicago con ocho maletas y otras tantas mochilas, después de haber enviado varias cajas con enseres personales. «Ese día llovía y el taxi se perdió», recuerda Cala, la mayor de la casa, que a continuación borra ese melancólico recuerdo con un «nos recibieron con brownies». Se refiere, explica su madre, a que nada más llegar a casa los vecinos se acercaron con pasteles para darles la bienvenida, cual película al más puro estilo americano. Una sensación de acogida y amabilidad que se ha extendido durante toda la estancia, tanto en el vecindario como en la universidad y el colegio.

«La vida en Chicago fue muy fácil en el sentido práctico; los horarios están mucho más ajustados a la conciliación que en España», precisan. Y es que, a las cuatro de la tarde todo el mundo estaba en casa. Así que había tiempo de ir a la «enorme» biblioteca pública, porque además en el colegio los deberes no existen, a clases de música o salir a practicar deporte. De hecho y a modo de anécdota, cabe destacar que Carlos corrió, y con buen tiempo, la media maratón de la ciudad americana.  

La comodidad también se extendía a la vivienda, una espaciosa casa unifamiliar, en la que pronto aparcaron un viejo Volvo de segunda mano, pequeño en comparación con el de sus vecinos pero enorme respecto a los que se quedaron en el garaje de España. «Allí todo está pensado para ir en coche», remarcan con un cierto tono negativo, puesto que una de las cosas que más han echado de menos han sido las calles peatonales de Burgos.

Pronto se hicieron a la rutina de Chicago, donde el frío es intenso pero concentrado en una corta temporada, una ciudad «fascinante» de la que destacan la variedad cultural de conciertos y museos. Pero un año da para mucho, así que también hicieron turismo. Viajeron a Iowa, Wisconsin, Florida, Nueva Orleans y Niágara. Tiempo que también les sirvió para retomar «viejas amistades» académicas, además de para romper el estereotipo de los americanos. «Es falso que sean incultos, más bien son todo lo contrario». Y entre las muchas virtudes destacan la amabilidad, la educación y la hospitalidad. Eso sí, siempre respetando el espacio físico del otro y procurando que no exista ningún contacto más o menos cercano.

Pero, ¿hay algún aspecto negativo que destacar? Pues sí. Lo tienen claro y se llama sanidad. «Tienes que llevar la tarjeta de crédito en la mano en cuanto entras al hospital», asevera Carlos, a lo que añade que los 600 euros al mes que costaba el seguro privado no cubrían el 100% de la asistencia, «como si fueran las franquicias de los seguros de coche», apostilla.

Confiando en que España no copie a Estados Unidos, la pareja señala otra pega, las diferencias que existen entre el norte y el sur de Chicago. El primero, un paraíso blanco; el segundo, un lugar algo violento de mayoría negra. El resultado es que todavía se percibe cierto poso de racismo.

Pero al margen de estos dos inconvenientes, los Larrinaga-Jimeno han vuelto encantados de Chicago. Mar reconoce, incluso, que se hubiera quedado otro año más en las mismas condiciones. Los cuatro han crecido en el terreno académico y personal. Las niñas han vuelto más seguras, sin que ahora el inglés suponga ninguna dificultad. El regreso a Burgos fue duro, se hizo extraño abrir la puerta de casa en Quintandueñas. «Era como si todo se hubiera hecho más pequeño», afirma Cala de manera muy gráfica. ¿Repetir experiencia? Pues claro que sí, pero el destino «habrá que discutirlo en familia».