Un Ignacio del Río de eternidad

R. Pérez Barredo / Burgos
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El Arco de Santa María acoge la nueva exposición de Ignacio del Río, el acontecimiento social y cultural del fin de año • El pintor enciende la sala con sus otoños y sus nieves, con sus toros y sus flores, con sus marinas y bodegones

El pintor, en su día grande. La inauguración de la exposición de Ignacio del Río es un acontecimiento social y artístico. - Foto: DB/Luis López Araico

Hasta hace poco el mundo ha sido todo sombras. Los días no tenían luz. Barría las calles un viento helador, arrastrando las hojas y los sueños, encogiéndonos el alma. La ciudad se ovillaba hacia sí misma, aterida, temerosa del invierno, que aguarda agazapado a la vuelta de esquina. El vino se desparramaba y la noche aullaba como un lobo con nostalgia de estrellas. Ignacio pintaba.

Silencio.

Despojado de todos sus atavíos, de los afeites de la bohemia y el malditismo, de la incorrección y la rebeldía, el hombre se transformaba en artista. En soledad, frente al lienzo, pasaba su vida: la brisa del Sena, la humedad del Caribe, la babélica Nueva York, la luz del mar de Grecia. Y Castilla, la pobre y eterna Castilla, con su humus de siglos, su silencio de carretas, su nieve tan blanca, su otoño irrepetible. Ignacio pintaba.

Ignacio del Río preparando sus dibujos para la edición de hoy de Diario de Burgos.Ignacio del Río preparando sus dibujos para la edición de hoy de Diario de Burgos. - Foto: DB/Miguel Ángel Valdivielso Silencio.

Con luz en las manos, resacoso de sí mismo, harto de sus salvajes demonios interiores, manejaba la paleta e iba el lienzo dándose un festín, asistiendo alborozado a una orgía de color, una bacanal para los sentidos mientras afuera atardecía o anochecía o amanecía o lo que fuera. Furioso, encolerizado, Ignacio pintaba.

Silencio.

Es la pelea de un hombre contra su destino. Una lucha para ahuyentar fantasmas, para detener la sangre envenenada que convulsiona su ser zahiriendo su alma. Es un hombre vencido frente al espejo del tiempo. Un hombre que se ha jugado la sombra y la ha perdido. Un hombre que pinta.

Silencio.

No hay horas entonces. Convoca a los dioses, reclama de ellos la generosidad sobre la que él ha edificado lo que es, se llena de nada para expresarlo todo. Se mancha, se cae, maldice, brama, llora en el silencio solitario de su alcoba. Es un hombre pintado por la soledad. Un hombre solo que pinta. Está pintando Ignacio.

Silencio.

Es después un niño en el cuerpo de un hombre con cicatrices. Un ser exhausto que ha cumplido con su destino después de una interminable batalla, su enfrentamiento de siempre, el de toda la vida.El combate con las sombras y la sangre en el que siempre vence la luz. Su luz. Ignacio del Río expone.

Silencio. Ruido. Hágase la luz.

Y ahí le tienen ahora, encendiendo el Arco, con su sombrero de ala ancha o su nevado cabello, vampirizado de nuevo por su personaje, indómito Ignacio, incorregible Ignacio, exhibiendo sonrisas fáunicas, abriendo mucho los ojos, recibiendo abrazos, fuertes palmadas y parabienes, viendo cómo la gente exclama, se admira y le llama maestro.

¿Le gusta el cuadro, señora?, pregunta ofreciendo polvorones, acudiendo a donde le reclamaban, soñando con que alguno afloje la cartera y se lleve un cuadro y se asegure poder seguir viviendo, o sobreviviendo, dirá entre dientes, porque a Ignacio no le dura el dinero: tiene los bolsillos del alma llenos de agujeros. Es lo que tiene vivir la vida, vivir al filo. Vivir con mayúsculas. Pintar comoDios para vivir como un rey. Un cuadro de Ignacio. Casi nada. Un pasaporte de luz para la eternidad.

* Exposición de Ignacio del Río.Arco de Santa María. Hasta el 16 de diciembre. De lunes a domingos, de 11,00 a 14,00 y de 17,00 a 21,00 horas