Sevilla se rinde a su duquesa

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Miles de ciudadanos despiden a Cayetana Fitz-James Stuart en una emotiva ceremonia en la que el cardenal Amigo la define como «una noble por herencia y muy noble de corazón»

Sevilla se rinde a su duquesa - Foto: JON NAZCA

 
Miles de ciudadanos despidieron ayer a la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, en las calles de Sevilla, donde más de 20.000 personas, según fuentes municipales, esperaron en la Plaza Nueva la salida del féretro del Ayuntamiento de la capital hispalense, donde estaba instalada la capilla ardiente, y el paso del cortejo fúnebre por la Avenida de la Constitución hacia la Catedral. 
Desde primera hora de la mañana y antes de reabrir a las 09,00 horas la capilla ardiente, centenares de personas se congregaban ya a las puertas del Consistorio, para dar su último adiós a su aristócrata más celebre. 
Seguidamente, y poco antes de las 12,00 horas, el féretro con los restos mortales de Cayetana Fitz-James Stuart, cubierto por la bandera de España y la de la Casa de Alba, partió en un coche fúnebre, acompañada por toda su familia y entre los aplausos de los asistentes, hacia el templo santo, donde el cardenal y arzobispo emérito de Sevilla Carlos Amigo Vallejo presidió la misa fúnebre, que congregó a más 3.000 personas entre ciudadanos anónimos y personalidades. 
El religioso, amigo personal de la noble fallecida, la recordó y definió durante su homilía como «una noble por herencia y noble, muy noble, de corazón». 
Según aseguró, tras la lectura de una carta del Apóstol San Pablo, doña Cayetana podrá disfrutar ahora «de la eterna libertad de Dios» y de una «vida llena de nobleza y bondad», por lo que solicitó al Señor que admita su alma entre los santos después de haber demostrado con creces ser una persona «generosa y al servicio de los más necesitados». 
«Sabía muy bien que de los pobres no se presume sino se les sirve y se les presta», ensalzó Amigo Vallejo, quien consideró que la duquesa, de «unas profundas convicciones cristianas y una religiosidad marcada» por la forma en que esta se vive en Sevilla, «por su amor a la familia y su ayuda a los más necesitados», se va «en paz» después de una muerte que le ha llegado «a una avanzada edad». 
 
Vivir en el recuerdo. El cardenal advirtió, como consuelo a su familia, de que «el amor no tiene medida ni en la edad ni en el tiempo» y de que, precisamente por eso, «el tiempo pasa pero el amor permanece». «Por eso no busquéis su memoria en ninguna parte del mundo porque ella quiere vivir permanentemente en el recuerdo de quienes tanto la quieren y la han querido. Llevadme en el corazón y así siempre estaré viva», agregó. 
Durante la misa funeral, Amigo Vallejo estuvo acompañado del arzobispo de la ciudad, Juan José Asenjo; el deán de la Catedral, Teodoro León; y otros cuatro sacerdotes, entre los que se encontraba Ignacio Sánchez Dalp, confesor de la duquesa. 
A las exequias acudieron, junto a la infanta Elena, en representación de la Familia Real; el ministro de Defensa, Pedro Morenés; el presidente del Senado, Pío García Escudero; el consejero de Justicia de la Junta, Emilio de Llera; y la delegada del Gobierno, Carmen Crespo, entre otras autoridades y personalidades, todas de riguroso luto. 
A la salida de la seo, el féretro, de nuevo acompañado por todos sus hijos, nietos y demás familiares, así como de su viudo Alfonso Díez, recibió un fuerte aplauso de los sevillanos. Acto seguido, el coche con los restos de Cayetana Fitz-James Stuart partió hacia el crematorio de San Fernando, entre palmas por sevillanas, donde, finalmente, fue incinerada. 
Ya por la tarde, en torno a las 18,00 horas, parte de las cenizas fueron llevadas hasta la iglesia de la Hermandad de los Gitanos, donde se depositaron en un acto familiar en una de sus capillas laterales del templo. 
Tras este acto íntimo de recepción, se abrieron las puertas de la iglesia a todos los ciudadanos. 
Con el fallecimiento de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva se abre un nuevo camino en la casa de Alba, en el que Carlos Fitz-James Stuart, el primogénito, de 66 años, se convierte en el 19 duque de Alba, un título nobiliario que se remonta al siglo XV, al reinado de Enrique IV de Castilla. 
Hijo de Cayetana Stuart y de su primer marido, Luis Martínez de Irujo, Carlos asume esta jefatura, estirpe principal de la nobleza de España y una de las familias aristocráticas más antiguas del país. Su madre fue la tercera mujer que estuvo al frente de ella en sus más de 500 años de historia. 
Junto al de duque de Alba, Carlos recibe los otros 44 títulos que tenía su madre, tras haber cedido varios en vida a sus hijos. Catorce son con Grandeza, máxima dignidad de la nobleza española en la jerarquía nobiliaria, justo después de la dignidad de infante, reservada a los hijos de los reyes. 
«Carlos es conservador y protegerá el título», escribió de él la duquesa en su autobigrafía Lo que la vida me ha enseñado (2013). 
El gran legado que recibe lleva aparejado el reto de preservar el patrimonio artístico e histórico forjado por su familia durante más de cinco siglos, así como el de darlo a conocer. Aunque quisiera, la mayor parte de las obras de arte no podría venderlas porque están protegidas. 
 
Nuevos retos. Además, pasa a presidir la Fundación Casa de Alba, que tiene su sede en el madrileño Palacio de Liria, en el que nació la duquesa y en el que está la mayoría de los tesoros de la familia. La organización reúne edificios históricos, fondos documentales y colecciones de arte, con cuadros de Goya, Tiziano, Rubens, Rembrandt y El Greco, entre otros artistas de importancia mundial. 
En el reparto de la herencia que su madre hizo en vida le otorgó fincas rústicas, entre ellas uno de los mayores latifundios de la provincia de Córdoba. Ahora pasa también a tener el Palacio de Dueñas, en Sevilla, en el que doña Cayetana vivió sus últimos años. La residencia atesora también importantes cuadros de Sorolla, Madrazo y Giordano, entre otros. 
Nacido en Madrid en 1948, la prensa lo define como un hombre reservado y conciliador, al que le gusta cazar, navegar y esquiar, la música y la lectura.