La custodia del Duero

R. Travesi / Burgos
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La Guardería Fluvial se encarga de la vigilancia de 8.700 kilómetros cuadrados de la provincia en el entorno de ríos, arroyos y aguas subterráneas

Carlos Alonso posa junto al Arlanzón, en Fuentes Blancas. - Foto: DB/Miguel Ángel Valdivielso

Aún recuerda cuando acompañaba los fines de semana a su padre Aureliano a la zona donde hoy está el embalse de Úzquiza, que le decía que se fijara bien porque los pueblos que entonces veía estarían inundados en la próxima visita. Ha mamado su amor por la naturaleza y el cuidado de los ríos desde pequeño porque lo de guardia fluvial le viene de familia. Carlos Alonso Rubio es guarda mayor, al igual que lo fue su padre que formó parte de la segunda promoción de esta policía administrativa de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD).

La guardería fluvial se encarga de la vigilancia y custodia de las aguas de la cuenca del Duero a su paso por la provincia, que cubre 8.736 kilómetros cuadrados. Una superficie tan extensa que está al cargo de cinco profesionales, formados por un agente medioambiental guarda mayor, que es Carlos Alonso, dos agentes y otros tantos guardas fluviales.

Pero no solo hay un control del cauce lineal de los ríos, como ocurría hasta 1986, sino que desde entonces se amplió a los arroyos, acuíferos, pozos y balsas, entre otros. Y tiene su explicación técnica porque, tal y como apunta Carlos Alonso, cualquier vertido en un páramo perdido puede ser contaminante para las aguas subterráneas. De ahí, la gran cantidad de terreno que tienen a su cargo.

El guarda mayor reconoce que el cuerpo que tiene a su cargo «son los ojos de la Confederación». El mayor número de empleados de la CHD está en las oficinas pero ante cualquier aviso, petición o requerimiento de los técnicos, ahí están los agentes medioambientales y los guardas que son los que conocen el terreno, después de mucho patearlo, y se desplazan al lugar en cuestión.

El trabajo de Alonso nada tiene que ver con el que desarrollaba su padre pese a que el ámbito es el mismo y el río Duero no ha cambiado. Los guardas actuales cuentan con los medios y la tecnología que les facilitan su labor. Todos los agentes disponen de todoterrenos, que les permite acceder a cualquier zona. La suma de los cinco vehículos recorrió el año pasado cerca de 158.000 kilómetros. Además, tienen sus cámaras digitales, GPS, ordenadores portátiles así como una ropa y un calzado adecuado para combatir las bajas temperaturas y la humedad. «A menudo les comento a mis compañeros cómo ha cambiado esta profesión para bien. El recuerdo que tengo de mi padre en verano es que estaba fuera de casa desde por la mañana a la noche, vigilando los riegos. Y, en invierno, tocarle y estar congelado porque iban con un ciclomotor con el que cubrían amplias zonas», afirma.

Sus funciones son tan amplias y tan variadas que la guardería fluvial va desde la realización de informes de cotas de los ríos, extracción de aguas en todos los lugares como ríos, pozos hasta valoraciones por obras en cauces pasando por el control de vertidos y la vigilancia en situaciones de emergencia (avenidas, sequías y mortandades piscícolas, entre otras). Pero también hay mucha labor de asesoramiento a los ayuntamientos y a los propios vecinos. «Ya no somos vistos como el guarda que viene a denunciar», explica Carlos Alonso.

Los guardas y agentes pasan la mayor parte de su jornada laboral en el campo, que es donde disfrutan pero también está el trabajo más gris y que menos gusta pero que es necesario. Hablamos de la realización de informes, el registro y el archivo de la documentación y los informes. Es, entonces, cuando estos profesionales se encierran en la oficina.

En contra de lo que se pueda pensar, los años más lluviosos suelen registrar más denuncias, sobre todo relacionadas con la captación de agua porque la gente tiene la posibilidad de regar en más cantidad y con más frecuencia. En cambio, en épocas como las actuales de sequía, la guardería fluvial centra su trabajo en que el agua corra por los ríos. Alonso afirma que la escasez de lluvias, tal y como ocurrió este año, ha afectado a todos los cauces, independientemente de si ha habido captación de agua para el regadío de los campos.

«Llevo 21 años aquí y compruebo que los ríos se secan, cada vez, mucho antes», precisa. Ypone como ejemplo el Ubierna, al que le hace un seguimiento periódico, y que con el paso de los años se queda sin agua más cerca de su nacimiento, sin existir riegos ni extracciones abusivas. Hace memoria de que cuando entró a trabajar en la Confederación había denuncias de riego en la zona de Sotopalacios o Quintanaortuño, una situación impensable ahora porque hay escasez de agua a la altura de Gredilla La Polera y Villalbilla La Polera. «Es algo generalizado en todos los ríos e incluso los abuelos de los pueblos nos comentan que ahora se ha secado una fuente que siempre tuvo agua», reflexiona el guarda mayor de Burgos. Alonso desconoce el origen y dice que, tal vez, esté relacionado con el cambio climático.

mayor concienciación. Surge entonces la pregunta de si el ciudadano ha adquirido una mayor concienciación de que el agua es un bien preciado, que hay que cuidar y administrar con criterio. Piensa y contesta que «todavía cuesta», por lo que considera que estos periodos de sequía sirven para reflexionar sobre esta cuestión. A su juicio, con años de muchas lluvias, la gente se olvida muy rápido de lo importante que es al agua para todo.

El trabajo de los guardas fluviales suele ser, especialmente, reconocido en los episodios de crecidas y desbordamientos de los ríos. Toca estar alerta muchas horas y facilitar datos a la Confederación Hidrográfica del Duero. «Cuando hay riadas, tampoco podemos hacer mucho porque es imposible devolver el agua con cubos al río. Nuestra misión es ver por dónde van las avenidas y los puntos de desborde. Es el momento perfecto para estudiar la hidráulica del agua, de cara a evitar otras situaciones similares en el futuro», sentencia. La provincia no sufre los desbordamientos de ríos como ocurre en el sur de España pero Carlos Alonso llega a la conclusión de que «el agua busca su curso natural». A su juicio, ríos y arroyos desviados, por una determinada obra, vuelven siempre por su sitio cuando hay una crecida.