«La vida moderna es más moderna que vida, dice acertadamente Mafalda»

G. Arce / Burgos
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El abad de San Pedro de Cardeña invita en su pregón a vivir la Semana de Pasión en silencio, «para que las palabras no estropeen tanto sentimiento», y con la misma alegría de la infancia

«El sentido profundo de un monje surge del silencio que envuelve su vida, que se vuelve un silencio atronador, y que hace que su existencia hable más que miles de palabras». Con esta sutil advertencia arrancó anoche el pregón del abad de San Pedro de Cardeña, llamado una vez más a salir de la clausura monacal para «poner palabras a los sentimientos» que envuelven la Semana Santa burgalesa, una tarea que reconoció muy difícil:«¿Qué mejor que el silencio profundo de las palabras e incluso de los pensamientos para poder vislumbrar los misterios que aquí se celebran?».

Sin embargo, fray Roberto de la Iglesia asumió el reto decidido y, ante una Catedral a rebosar de fieles -entre ellos el nuevo arzobispo, monseñor Fidel Herráez Vegas-, escarbó en los recuerdos de su infancia, repasó sus lecturas de referencia -la poesía de León Felipe- y no dudó en aprovechar los veinte minutos de pregón ante el altar mayor de Burgos para dejar algunas verdades a los que estamos encerrados en la clausura del trajín. «Los hombres de hoy nos parecemos a un perro al que han atado al rabo una lata, siempre corriendo para alejarse del ruido pero resulta que lo llevamos pegado a nosotros mismos. La vida moderna es más moderna que vida, dice acertadamente Mafalda».

Vivo era aquel Domingo de Ramos de la niñez de este monje trapense: «¡Cómo recuerdo el cariñoso cuidado con el que llenábamos nuestro ramo, que iba a ser bendecido, de caramelos, rosquillas y otras valiosas joyas para un pequeño! y ¡con qué dignidad llevábamos nuestro pequeño tesoro por las calles y lo agitábamos ante Cristo sentado en una sencilla borriquilla! ¡Sencilla y pequeña como los niños!».

Esta es la portada «preciosa y majestuosa» de la Semana Mayor, que da paso a la Misa Crismal y al Jueves Santo, donde se reúne en una tarde «el corazón del corazón del año cristiano»:«Por encima de todo la eucaristía, verdadero prodigio de la misericordia de Dios. Pero también la institución del ministerio sacerdotal, dedicado como Jesús a servir a la comunidad cristiana; el mandato nuevo del amor: amaos como yo amo, esto es ser mi discípulo; el lavatorio de los pies, verdadera parábola visual de lo que fue la vida de Jesús y de lo que debe ser la vida de todos sus seguidores: servicio humilde a todos; la recogida de los dones ofrecidos para los pobres y necesitados porque la eucaristía no está completa si alguien se queda fuera de nuestro banquete; el traslado del Santo Sacramento y la adoración silenciosa que prolonga la vivencia de los grandes temas del Jueves Santo y el acompañamiento de Jesús sufriente y derrotado en la noche de los ultrajes… ¡Tanto para una sola celebración!».

Si hasta ese momento todo se centró en la palabra, la «exuberancia de la imagen» toma el relevo en la Procesión del Encuentro, con el Jesús sufriente y la Santísima Virgen traspasada de dolor. «Noche de agonía, noche de oración, noche de compañía, y el cristiano se hace búho para ver en la noche, sobrecogido, al inocente calumniado, resumen de todos los justos perseguidos de la historia; al dador de todo bien, ultrajado y despreciado; al Señor de todos, humillado».

Hombre verdadero

 

Viernes Santo, el día de la cruz -«donde se concentra lo más opuesto: la ruindad de los hombres, sus odios ciegos y la bondad del que pende, su amor verdadero»- y del Crucificado. «Incluso las más profundas heridas no anulan la verdad del hombre. También los pequeños, los dementes y ancianos, los fetos, también ellos y, sobre todo ellos, son, en la medida de Cristo, los hombres perfectos. ¡Qué extraña medida la de este Dios sufriendo! Que cambia las pesas humanas para dar a lo débil más peso».

La procesión del Santo Entierro... «Todo envuelto en sobrecogedor silencio. Silencio del que mira y calla porque las palabras no estropeen tanto sentimiento». El  abad tuvo un agradecimiento para los cofrades y las 16 cofradíasrepresentadas ayer en la Catedral.

Del Sábado Santo, «día de silencio», resaltó, entre otros, el bello rito de la libertad del preso, «imagen de cada uno de nosotros, presos y bien presos de tantos cautiverios mentales, emocionales, espirituales. Nuestra Señora de la Soledad, convertida en Nuestra Señora de la Libertad, piensa más en sus hijos que en su propio dolor, más en el necesitado que en su propia necesidad, como todas las madres...».

Todo conduce a la Santa Vigilia Pascual, que «nos recuerda que ni la tristeza, ni la amargura, ni mucho menos la desesperanza tienen nada que ver con el verdadero creyente; que ni la rutina, ni la apatía, ni mucho menos el aburrimiento tiene nada que ver con la expresión religiosa, con la oración ni con la liturgia de un verdadero creyente...».

Las palabras de fray Roberto desembocaron en el Domingo de Resurrección y otra sugerencia: «Seguramente que todos nosotros hemos conocido a personas resucitadas. Gente cotidiana a la que uno se acerca sabiendo que saldrá contagiado de alegría y de vitalidad. Gente resucitada, trasunto vivo de la Resurrección de Cristo».

Entre aplausos, el abad dejó su condición temporal de vocero...:«Silencio y palabra. En la vida de un monje la balanza siempre se inclina hacia el platillo primero, el del silencio, pues sabemos que si nuestra vida no habla con sus obras, menos aún lo hará con sus palabras...».

El funeral de la reina María de Inglaterra, de Purcell, solemnemente interpretado por el Orfeón Burgalés con el acompañamiento de trompetas, trompa, trombón, percusión y órgano, puso el colofón sobrecogedor a este arranque de la Semana Mayor. Frío intenso en el templo y en las calles que estos días acogerán los pasos. Calor en los corazones.