Los guardianes de la noche

I. Elices / Burgos
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El turno entre las 21,30 y las 6,30 horas de los zetas de la Policía Nacional es el más duro • Peleas callejeras, agresiones a mujeres y disputas vecinales acaparan sus intervenciones

Dan las 22 horas del viernes (23 de marzo) en la Comisaría de Burgos. Es el momento del ‘briefing’, la reunión que mantienen todos los efectivos de los zetas para establecer las prioridades de la noche. Una vez más, no llega a celebrarse. Hay tajo. Entra una llamada a la sala del 091. Un grupo de personas se está peleando en la calle Calera. Hay que salir pitando hacia allí. El subinspector R. y J. -un agente que ha aterrizado hace seis meses en Burgos en la Brigada de Seguridad Ciudadana- descienden al garaje de las dependencias policiales y se ponen en marcha.

Antes, el inspector R., coordinador de servicios, ha explicado al periodista que cuatro coches patrullas (zetas), uno camuflado -el K- y el furgón de la Unidad de Prevención y Reacción recorren la ciudad  para garantizar la seguridad. En total, 15 efectivos que velan por que los burgaleses pasen una velada tranquila y en paz. Son los guardianes de la noche. En ocasiones se movilizan más dotaciones -hasta siete incluso- pero como el turno no se prevé problemático hay agentes que han aprovechado para coger días que les debía la ‘empresa’. La ciudad se divide en tres sectores: Gamonal, centro al sur del Arlanzón y centro al norte del río. Pero todos los ‘indicativos’ dan apoyo a sus compañeros cuando lo necesitan. Zonas de copas, polígonos industriales, puntos calientes para los ladrones de cobre son sus prioridades de vigilancia, pero sobre todo atienden las alertas que llegan al 091 y 112.

Hasta aquí la teoría. Volvamos a la calle. El subinspector R., jefe de grupo de zetas, se pone al volante mientras J. maneja la sirena. No es cuestión de alarmar a la ciudadanía y solo ruge cuando los coches interrumpen el paso. Las luces no son tan problemáticas. Aun así, solo parpadean en los cruces en los que es preciso saltarse el disco en rojo. En menos de dos minutos y medio se plantan en la Plaza de Vega. La reyerta ha concluido. Allí ya están los dos policías del K (el camuflado) y otros dos agentes uniformados. Uno de los implicados sujeta a otro que está insultando y tratando de agredir a uno de los agentes que va de paisano. No le dan más importancia, el fulano no acaba detenido, lo que revela que cuando se produce un arresto por atentado a la autoridad «es porque las cosas se ponen muy feas y la gente ha acabado rodando por el suelo», explica R. Si capturaran a todo el que les increpa o escupe «estarían los calabozos llenos».

Los participantes en la pelea son ‘clientes habituales’ de la Policía. Un marroquí ha pegado un bofetón a uno de los asiduos de la Plaza de Vega, de los que pasan el día bebiendo litronas. Les piden la documentación y, como no hay lesiones graves, les informan de que  pueden presentar denuncia si pretenden que alguien pague por las agresiones. Nadie lo hace, tras lo cual les decomisan una mochila llena de cervezas, pues se habían estado tirando las botellas unos a otros. Por cierto, más tarde acudirían a la Comisaría para recuperar la bebida.

Tras una ronda por Las Llanas para comprobar que no se producen incidentes, localizan una furgoneta sospechosa. Falsa alarma, los ocupantes están limpios y no transportan nada ilegal.

La emisora da un respiro. La noche es tranquila, pero aun así «siempre surgen cosas». Son las 22,45 horas. Buen momento para tomar café y llevar a cabo el ‘briefing’ que hubo que abortar. Quedan en el Buen Provecho, en la barriada de Illera. Allí les tratan bien, aunque intentan variar sus hábitos para evitar sorpresas desagradables. Pero entra otra llamada. La dichosa reunión tendrá que volver a esperar. El K y otra dotación se ponen en marcha hacia la avenida de la Constitución. Un joven ha agredido a su madre.

En la cafetería hablamos de cómo es el trabajo en Seguridad Ciudadana. Hacen el turno africano: trabajan una tarde, después una mañana y la noche de ese mismo día. Eso les permite después empalmar tres días de descanso. Les viene muy bien, porque buena parte de la plantilla es de León. En las últimas promociones que llegaron a la Comisaría había muchos efectivos de esa provincia «porque allí no salían plazas».

R. lleva 14 años en Burgos. Antes estuvo destinado en Hospitalet. Es también leonés, pero está afincado en Burgos. J. es burgalés, pero ha estado siete años en las unidades de intervención policial (UIP) -antidisturbios- en Pamplona y Madrid, «sitios duros». A ambos les gusta su trabajo, se nota. En los semáforos se fijan en las caras de los que paran a su lado para ver si les resultan sospechosos, se acuerdan de matrículas implicadas en algún suceso y relatan con detalle intervenciones pasadas. Como la de hace un mes, cuando acudieron a apoyar a una patrulla de la Local a quienes rodeaban varios jóvenes en las Llanas arengados por D.J.G. -un viejo conocido de la Policía- «que acababa de ser detenido por robo». «Ese chico es duro, su novia casi lo mata de una puñalada y hace poco unos rumanos le dieron una paliza en Madrid por meterse con las putas de la calle Montera», afirman.

A las 23,11 llega un aviso a la emisora de la sala del 091. Es muy importante el trabajo de los policías que cogen el teléfono a los ciudadanos e informan de las alertas, «pues han de ser muy concisos y a la vez aportar todos los datos posibles de lo que sucede». «No vale cualquiera, hay que tener mucha experiencia», había advertido el coordinador de servicios con anterioridad al periodista. Un hombre había agredido a una joven en el interior de un portal.

Mediadores

Cuando llegan, los agentes se enteran de que es una disputa vecinal que viene de largo. Los inquilinos de una puerta aseguran que los miembros de la familia que vive enfrente les graban con un móvil las 24 horas. Su versión es distinta. Sus vecinos insultan a la hija y a la madre -las llaman putas incluso por la calle- y ensucian su felpudo. Los policías trabajan también como mediadores y aconsejan a los litigantes «limar asperezas» en pos de la «convivencia de todos». Se acabó la intervención. Eso sí, una de las partes acude luego a denunciar a la Comisaría. Denuncia que no tiene pinta de prosperar mucho.

Tras ello, el zeta se pone en marcha hacia el camino de Cótar. Por la mañana ha aparecido cable de cobre tirado junto a las vías del tren. Seguro que los ladrones fueron sorprendidos por alguien y huyeron sin llevárselo. Adif no lo ha retirado, a la espera de que los cacos se atrevan a regresar y puedan ser sorprendidos. Los policías se marchan tranquilos, pues comprueban que el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias ha contratado a dos vigilantes, que serán quienes den el aviso si aparecen los delincuentes.

Los zetas no paran, efectúan patrullas dinámicas toda la noche, en funciones de prevención. 0,19 horas. Un hombre con un perro se han colado en la Casa Melgosa, el inmueble en ruinas que aspira a formar parte del Museo de Burgos. Tiene su casa allí. Los agentes revisan el pequeño habitáculo donde guarda sus enseres. El sin techo es un joven muy educado. Su inseparable pitbull obedece todas sus órdenes y dedica palabras amables a los policías, que le animan y le advierten de que hace mucho frío, que debería buscarse un albergue. «Estoy bien así», afirma, y les acompaña hasta la puerta, como el mejor anfitrión. «Que pasen buena noche», se despide.

Cuando se suben al coche patrulla para abandonar la zona un  Ford Focus pasa como una exhalación zigzagueando para sortear a los automóviles que se encuentra a su paso en la avenida Valladolid. Le persiguen y lo paran frente al NH Palacio de la Merced. «¿Ibas un poco deprisa, no?», le preguntan. El conductor lo admite. No presenta signos de embriaguez ni de ir drogado. Tras cachearle e inspeccionar el coche en busca de algún arma o sustancias estupefacientes le dejan marchar. «Nos ha dicho que su padre está ingresado, que ha tenido un mal día», explica R. Con el susto de ser parado por la Nacional «quizá no vuelva a conducir así por una temporada», confía optimista.

A la 1 de la madrugada las baterías de las emisoras empiezan a fallar. Hay que volver a la Comisaría para cambiarlas. Acto seguido, vuelta a la calle. Esta vez el Z 100 apoyará un control de la UPR en el pasaje de Radio Popular. Buscan armas y drogas. La ayuda del resto de dotaciones es necesaria por si algunos de los automóviles intentan huir al ver las luces. Paran a tres coches. Poco que rascar.

En la subida de San Miguel -de ruta por el casco viejo- observan dos coches que presentan daños, un Citröen C4 y un Peugeot 205. Tiene pinta de que la colisión es reciente y así es. Los restos de los vehículos están desperdigados por la calle. La Policía Local ya ha estado y ha dejado una nota a los afectados. La Nacional encuentra la matrícula del automóvil que les ha golpeado y acuden con la placa para dejarla en las dependencias de la Policía municipal. Será una prueba evidente de que su dueño es el causante del accidente. En avenida de Cantabria se enteran de que el conductor ha sido detenido en la calle San Roque, antes de que hubiera podido entrar en el garaje. Ha dado 0,39 en el control de alcoholemia.

Maltratadores

El equipo de transmisión avisa de nuevo. Una mujer alerta de que su excompañero lleva varias horas llamándola por teléfono y rondando su casa en el paseo de Pisones. La Policía comprueba si el sujeto -del cual ya conoce el nombre- tiene una orden de alejamiento en vigor. Efectivamente, la tiene, pero no sobre la denunciante sino sobre otra mujer. La que ha llamado al 091 le ha denunciado por la mañana por malos tratos. Aún no hay orden de protección en vigor. Con todo, el K se adelanta para no delatar la presencia policial y poder revisar la zona sin espantar al maltratador. El zeta llega minutos después y recorre las calles en busca del hombre, de complexión fuerte y bajo. Nada. En la calle Madrid un individuo coincide con la descripción, pero no es él. Se trata de un gallego con unas copas de más que pregunta a los agentes por un local de copas. «¿No es hora de recogerse ya», le pregunta R. «Aún no».

Llega otro aviso de idéntica naturaleza, esta vez de la calle Conde Lucanor, un bloque entre el G-3 y Villímar. La patrulla va a toda velocidad y cuando llega un Renault 21 antiguo acelera y huye hacia Camino Casa la Vega. Se inicia una persecución que concluye pronto, junto al cruce con la calle Loudum. Pero ni se trataba del presunto maltratador ni tenía nada que esconder. Los agentes le cachean y revisan el coche, pero no encuentran nada, tras lo cual le advierten de que no se puede circular así.

Son más de las 2,30 y es hora de «vitaminarse», como dice el jefe de los zetas. Así que se ponen en camino a la Comisaría para comer el bocadillo junto a sus compañeros. Los periodistas aprovechan para patrullar en uno de los furgones de la UPR, que se encarga de controlar las zonas de ocio de Burgos -Las Llanas, las Bernardas y las Bernardillas-, aunque también prestan apoyo a los zetas si les necesitan. Pero el frío y la nieve que cae la madrugada del sábado no han animado a la gente a salir. «La noche está muy tranquila, no solo hoy, con la crisis esto no es lo que era antes», afirma el subinspector responsable de la unidad. En ocasiones se producen peleas, «pero es sobre todo por las mañanas, cuando la gente va muy caliente».

A las 6 acaba un turno tranquilo para los guardianes de la noche.