El bebé que se salvó de morir en la cárcel

R. Pérez Barredo / Burgos
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La burgalesa Feli Ramos se hizo cargo de una niña que había pasado sus primeros meses de vida en la prisión de mujeres de Burgos con su madre, Pilar Azemar, esposa del político catalán Manuel Carrasco Formiguera, fusilado en esta capital en 1938

Algunas mañanas, Feli salía de casa con la niña en brazos y se acercaba al edificio con la esperanza de que ella pudiera verla. A veces sucedía, y la madre de la criatura se asomaba al ventanal y a través de las rejas de la cárcel podía acariciarla con la mirada y llorar en silencio, sabedora de que su niñita estaba bien, en buenas manos y a salvo de aquella húmeda y tétrica prisión de mujeres de Burgos en la que madre e hija habían pasado varios meses antes de que se decidiera la liberación de la pequeña. Durante el encierro, Pilar Azemar, madre de la niña y esposa del político catalán Manuel Carrasco Formiguera, sólo pudo alimentarla con el agua del rancho y pedacitos de sardinas en conserva, ya que tanto ella como la nodriza que las acompañaba se quedaron sin leche entre los muros de la cárcel. «Por eso dice mi médico que hoy tengo un serio problema de huesos», cuenta hoy Rosa María Carrasco, la niña que se salvó de morir entre rejas gracias al coraje y a la humanidad de Feli Ramos Ausín, la burgalesa que, arriesgándose y poniendo en peligro a su familia, acogió en su casa a aquella criatura casi desnutrida en el invierno de 1938.

«Mi madre se la jugó», asegura hoy con orgullo Irene Hidalgo Ramos, que destaca el carácter valiente y sacrificado de su progenitora. «La gente se estaba matando y meter en casa a la hija de un político encarcelado por Franco era muy comprometido». Si los golpistas no habían tenido escrúpulos en encarcelar a una recién nacida durante meses, cabe imaginar las represalias que podían haber emprendido contra esta familia burgalesa. Aunque quizás sea mejor no imaginarlo.

Esta azarosa historia comienza en el mar en 1937. Democristiano y nacionalista, Carrasco Formiguera, que no quería exiliarse pese a que el bando republicano parecía estar perdiendo la guerra, viajó con su familia desde Francia al País Vasco. Su barco fue interceptado por el buque Canarias. Identificado, fue enviado al penal de Burgos. Dos de sus hijos fueron encarcelados en San Sebastián. Su mujer y su hija de cinco meses también fueron recluidas en la cárcel de mujeres de Burgos.

«Yo empecé a andar con Feli», evoca con cariño Rosa María, que no sólo no ha olvidado a aquella mamá de acogida, sino que la recuerda siempre y que la visitó en numerosas ocasiones antes de su muerte, acaecida en 1985. Su primer reencuentro fue muy especial. La hija de Carrasco y Formiguera había recalado en Burgos con un campamento juvenil y consiguió el permiso para hacer una visita. Llamó con temblor al número 6 de aquella casita de la calle Doña Jimena, en la falda del cerro del castillo. Feli abrió la puerta y se encontró a una veinteañera con un ramo de flores. No fueron necesarias las presentaciones. Ambas se reconocieron de inmediato. Se abrazaron. Lloraron. «Fue un momento tremendo, muy emotivo», recuerda Rosa María.

La niña y la nodriza fueron liberadas por sorpresa una noche. Por fortuna, Pilar había conocido entre los muros a dos hermanas de la familia de los Labín (una de las más represaliadas del Burgos), quienes le recomendaron que llevara a la niña donde una tía suya que vivía cerca del penal. Esa mujer era Feli. «Le dijeron a mi madre que era muy buena persona y que no las dejaría en la calle». Para contribuir al mantenimiento de la criatura, la esposa de Carrasco Formiguera le dio a la nodriza unas joyas (unos pendientes y un brazalete) que no le habían confiscado para que la mujer que habría de cuidar a Rosa María las vendiera. «Nunca las vendió y cuando la visité por vez primera, muchos años después, me los devolvió».

La hija del político catalán sólo tiene palabras de admiración y cariño para la familia burgalesa que la salvó y cuidó. «Fueron buenísimos y muy valientes. No era nada fácil hacer lo que hicieron en aquellos tiempos». Irene Hidalgo confirma que siempre se sintieron muy vigilados.

Sabedora del infierno por el que estaban atravesado aquellos padres, Feli llevó un día a la niña donde Idelmón, un fotógrafo que tenía su tienda en la calle de San Pablo. Es la imagen que ilustra este reportaje. La madre de acogida burgalesa llevó una copia a cada progenitor para su consuelo y alegría. Cuando, cinco meses después, la mujer de Carrasco y sus hijos, incluida Rosa María, fueron canjeados por los familiares del coronel López-Pinto, Feli Ramos no se olvidó del padre de familia, que permaneció hasta su fusilamiento en el penal de Burgos. «Le llevaba comida con mucha frecuencia. Iba andando desde casa hasta la prisión», recuerda Irene Hidalgo.

Exilio y persecución. Rosa María, sus hermanos y su madre fueron al exilio en Francia, donde estuvieron durante años. Pero terminaron regresando a Barcelona. El franquismo no sólo los había encarcelado y dejado sin el cabeza de familia: siguió persiguiéndoles, condicionando. «Mi madre no pudo volver a viajar. Y mis hermanos y yo padecimos el estigma de ser hijos de un enemigo del franquismo». Tan es así, que en cierta ocasión a punto estuvo Rosa María de no poder sacarse el pasaporte porque en su expediente aparecían los antecedentes penales: los meses que, siendo un bebé, había pasado encerrada en Burgos.

«Mis padres eran buenas personas, gente humilde y trabajadora», reflexiona Irene Hidalgo paseando en torno a su casa, que es la misma en la que estuvo la pequeña Rosa María; desde su pequeño jardín se ve la que fue cárcel de mujeres de Burgos. Irene siente un íntimo orgullo por el papel que jugó su madre en esta historia; un papel, aunque silencioso, heroico.

Manuel Carrasco Formiguera fue fusilado el 9 de abril de 1938 y enterrado en el cementerio de Burgos en una sepultura que un jesuita que compartió con él las últimas horas consiguió por quince años. Cuando, en 1953, la familia del político catalán pudo cumplir su deseo de llevar sus restos a Barcelona, adquirió aquella tumba y se la regaló a la familia Hidalgo Ramos. «Feli y su marido reposan ahora donde lo hizo mi padre», dice Rosa María con gratitud en la voz, eternamente agradecida a Feli, el ángel de la guarda que la salvó de una muerte segura.