Cien años de vitalidad

Aythami Pérez / Burgos
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Inés Manso cumplió el pasado jueves un siglo de vida. Una memoria envidiable caracteriza a esta mujer que ha dedicado su vida al Hostal La Tesorera que fundó junto a su marido

«La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», dijo el Premio Nobel García Márquez y, en este caso, Inés Manso Dueñas recuerda cada fecha y cada nombre de aquello que le ha marcado a lo largo de sus 100 años. El pasado jueves 21 de enero esta longeva mujer entró en el selecto club de aquellos que han superado el siglo de vida y se conservan tan bien que solo precisan un bastón como toda ayuda. Inés no conoce ningún secreto para llegar a los cien años con tanta vitalidad pero cuenta que su madre murió con 98 años y un hermano con 88.

Nació en Castrillo de Murcia en 1916, una época completamente distinta, como ella se encarga de resaltar cuando cuenta que «íbamos 40 chicas a la escuela del pueblo y nos turnábamos un libro con las esquinas tan desgastadas de pasar las páginas chupándonos los dedos que, a veces, ni había esquinas», recuerda con una sonrisa que es difícil borrarle de la cara. «En esos años Castrillo tenía médico, veterinario, maestro y cura en el propio pueblo», señala. Allí pasó su infancia, comprando naranjas los domingos con «la perra gorda que me daban de propina y ayudando a mis hermanas costureras con los recados y labores».

Se casó con 25 años con aquel chico que en las fiestas de Castrillo de Murcia le invitó, a ella y a una amiga, a tomar una gaseosa en la taberna que el hermano de este tenía en el pueblo. «No veas lo que nos criticaron por ser chicas e ir solas a la taberna», rememora entre risas. Una vez casada vivió poco más de año y medio en Villanueva de Argaño, el pueblo de su marido, allí tenía una taberna hasta que se mudaron a Burgos y comenzaron con un pequeño bar y una tienda de ultramarinos. Recuerda de aquella época las cartillas de racionamiento, el control que tenía que mantener, como las clientas no querían el café y ellos les compraban su parte para el bar, «recuerdo la escasez de aceite aunque siempre digo que nada teníamos y nada nos faltó, otros lo pasaron peor».

Poco a poco y con esfuerzo esa casa de comidas acabó transformándose en el Hostal La Tesorera, ubicado en la calle Vitoria, donde ella era la cocinera y «mi marido se encargaba de ir a la plaza a comprar», explica. La especialidad de Inés eran los pichones y las codornices «hacíamos comida de pueblo, contundente, ahora los platos son demasiado pequeños. Aquí, buenas alubias y después, asado», sentencia.

Una de sus aficiones es hacer el autodefinido del periódico y confiesa que, tras la segunda ronda, no duda en recurrir a las respuestas aludiendo en tono irónico, «estos del diario se han equivocado». No perdona tampoco la lectura de los evangelios cada mañana, labor para la que solo precisa luz natural. En torno a la media mañana se toma su ‘vermú’, un zumo de naranja con sales de hierro.

Con especial emoción recuerda la misa homenaje que le hicieron el día que cumplió 100 años. Inés transmite la satisfacción de quien ha trabajado mucho por vivir a gusto, lo ha logrado y, ahora, observa su ‘obra de arte’.