El enigma Julián

R. Pérez Barredo / Burgos
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Julián Santamaría, el hombre del gabán raído, se recupera en San Juan de Dios después de su extraña desaparición, que movilizó a media ciudad • Todo el mundo le conoce pero en verdad nadie sabe quién es

Retrato de Julián por IGNACIO DEL RÍO.

 
 
Su singular estampa formaba parte de la vida cotidiana de la ciudad. Siempre con un raído gabán, siempre encorvado, siempre avanzando con largas zancadas, como un actor cómico de cine mudo, la media colilla en la comisura de la boca. Julián. Su desaparición del paisaje urbano provocó cierto revuelo. La noticia que este periódico ofreció sobre su ausencia y posterior búsqueda tuvo no pocas reacciones en las redes sociales: preocupadas adhesiones, muestras de cariño y solidaridad, pistas sobre su posible paradero... Y eso que Julián siempre fue un misterio para sus vecinos.Apenas se sabe nada de su vida, de su pasado, y toda referencia se resume a su perfil pintoresco de clochard inofensivo. A ese hombrecillo de ojos vivarachos que husmeaba en las papeleras, que recogía colillas, que de cuando en cuando entraba en algún bar y que todos conocían pero con el que nunca estaba nadie por propia voluntad del personaje, que escogió la soledad y la calle para vivir. 
Apareció Julián en Basurto y la alarma se extinguió.Estaba vivo. Regresó a Burgos. Pero Julián no ha vuelto a recorrer sus calles. Se encuentra ingresado en San Juan de Dios, donde intenta recuperarse del infarto sufrido en Bilbao. Está demacrado y no quiere comer. A menudo es atado porque amenaza con irse. De cuando en cuando recibe alguna visita, gente que pasa a saludarle unos segundos al enterarse de que está allí. «¿Necesitas algo?», le preguntan los que más le han frecuentado. «Veneno», responde con ironía, como si ya hubiese perdido toda esperanza por seguir viviendo. El pintor Ignacio del Río, que le hizo en su día un retrato soberbio, ha sido una de las personas que le ha visitado. También recibe alguna de la dueña de la pensión en la que se alojaba, la mujer que denunció su desaparición, la primera persona que le echó en falta y la que mejor le conoce pero que, sin embargo, apenas sabe nada de él.
Cuenta Isabel que Julián, natural de la provincia de Vizcaya, llegó a su pensión de San Pedro de la Fuente hace por lo menos treinta años enviado por unas monjas que lo habían rescatado de la calle. Al parecer, vagabundeaba con la cabeza perdida después de que le echaran de un trabajo de ayudante de un abogado. «Por eso iba siempre con los bolsillos cargados de bolígrafos». No se explica la propietaria de la fonda cómo Julián pudo ir a Bilbao.Qué pudo suceder para que terminara allí después de no haber faltado ni un solo día de esos treinta años de huésped ni a la comida, ni a la cena, siendo además -aunque celoso de su intimidad- extraordinariamente metódico en su rutina. Así, Julián se echaba a la calle a las ocho de la mañana todos los días, hiciese frío o calor; regresaba a las tres para comer y a las cuatro volvía a salir hasta su regreso por la noche, siempre a las once en punto. «No sé qué hacía este hombre tantas horas en la calle. No se dejaba ayudar por nadie, siempre estaba a sus cosas».
Reconoce Isabel que dos días antes de su desaparición todos los inquilinos le sintieron especialmente nervioso e inquieto. Y que en la última comida apenas probó bocado: dejó un yogur a medio terminar y se esfumó. «No me explico qué pudo pasar. Cómo acabó en Bilbao. Cómo y por qué fue allí después de tantos años. Me cuesta creer que fuera solo y menos ahora, que estaba afónico y apenas hablaba y se le notaba más deteriorado que nunca».
 
La calle por la ventana. Se dice que Julián escribía, que dibujaba, que hacía papiroflexia con cierta habilidad. Su mueca sabia ha perdido el brillo de los días en que disfrutaba de libertad. Ahora su imaginación viaja a través de la ventana que le permite ver el cielo de septiembre. Enflaquecido, taciturno, débil, pasa muchos ratos inclinando la cabeza sobre una almohada, esperando nada. O todo. Su cuerpo octogenario acusa los años de intemperie y sobre la cama se asemeja a un gorrión aterido. Apenas habla ya. Y su mirada desconfía de todo. 
Hace un década, detectado por los servicios sociales y en vista de que su salud no era la mejor, se le encontró plaza residencial. Pudo elegir entre la de Cortes o la Fuentes Blancas, pero Julián se negó. Prefirió mantener su libre albedrío y seguir durmiendo en la pensión de siempre, aunque controlado y vigilado con mimo por Fundamay, que lo tutela desde años. Según ha sabido este periódico, si recupera su salud le espera una residencia en Canicosa de la Sierra. Habrá que ver qué hace entonces Julián, que ahora mira la calle por la ventana con nostalgia. Una calle que tal vez añore su inconfundible silueta porque todo el mundo sabe quién es Julián. Sin embargo, nadie le conoce. Julián es un enigma.