Sil

Tino Barriuso
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Emilio Gutiérrez Menéndez podía tener algo de pintor, de fotógrafo, acaso de poeta: pero era un hombre de campo y un cazador experto.

Le llevó con precisión milimétrica a lugares imposibles, con encuadres perfectos: atendía sus solicitudes desbordando constantemente sus previsiones y prolongaba el viaje con nuevas ideas que le llevaron a observatorios de éxtasis: parecía conocer hasta las hojas que estaban a punto de caer. Tano disparó y disparó. Aguantó muy bien el segundo día de escalada por trochas invisibles y se extasió con el paisaje asturiano, tan cambiante cuando uno camina, pero tan idéntico ¿a qué?

Quizá a algo que duerme dentro del corazón de la memoria.

Anotó algunas cosas que aún le faltaban: ciertas imágenes con la primera luz de la mañana, el sol del mediodía sobre el arroyo que aún se llamaba Lumbre, antes de fundirse con el riachuelo que bajaba del oeste… Algo que en un par de días estaría almacenado en su Nikkon. Otro par de días para las ermitas y un par de ellos más para investigar la costa, tantas veces retratada ya. Del chaparrón de la tarde se había olvidado: Emilio, ¡cómo no! se había encargado de encontrar un refugio cinco minutos antes de que empezara la lluvia.

*****

¿Olvido?

Suba.    

Nada. Ni tanto gusto, ni hola. Suba…

Tampoco era la peor de las ideas: Aquellos diez minutos se le habían hecho muy largos.

Mejor dentro del coche, ¿no?

Al menos se desprendía de la rosa.

Una luna enorme e innecesaria presidía el cielo. A la entrada del hotel sobraba luz.

Mejor dentro del coche. Entró.

Buenas noches. Olvido, supongo…

Desde luego no soy el doctor Livingstone. Buenas noches, Tano.

Y salió suavemente de la trampa de luz.

Y de unas cuantas miradas.

Alguna realmente sorprendida. Si la sorpresa es una ventaja en toda competición el fotógrafo Cubillo había ganado la primera manga. Pero quedaba mucho partido todavía.

¿Esa rosa es para mí?

Bueno, era para el doctor, pero me ha fallado. ¿Qué hago con ella?

Quédesela hasta que nos paremos y le pase revista. Me tiene que contar muchas cosas.

¡Pues anda que tú a mí…! Perdone, es que me siento incómodo con el usted. ¿Le importa? O, bueno, ¿te importa?

No, claro: de tú está bien.

¿Dónde vamos?

Cerca de aquí.

Pon música. Ya sabes, casi siempre viajo solo y…

Y de paso te enteras de qué música me gusta. Vale.

Tano comprobó con cierta desolación que lo que sonaba era música clásica. Había un montoncito de compactos y fisgó un poco mientras sonaba un piano. Ashkhenazi tocando a Rachmaninov, la séptima de Beethoven, la primera de Mahler, el concierto número 1 de Grieg… ¡Joder con la niña!

¿Qué es esto que suena?

El nocturno 19.

¿Chopin?

Chopin, por supuesto. Puedes dejar de pronunciarlo a la francesa.

Tú, música, pero música música. Pareces Fernando Argenta.

Podías haber dicho Kiri Te Kanawa, que es tan mona.

Vale, no doy una.

Tengo también algo de jazz.

Vamos, que de copla, nada de nada.

Lo más parecido a la copla que tengo es Sam Brown.

Nada, nada, me quedo con Chopin. Así, a la española.

Y a la polaca, no creas. ¿Te gusta?

El caso es que es realmente muy bonito.

Es algo más. Es profundo como una noche de tormenta, angelical como algunas miradas, revelador como un relámpago…

Y le miró.

Tano se juró a sí mismo no volver a abrir la boca hasta llegar al restaurante. Había que examinar esa mirada.

Había que exprimirla.

*****

¿Qué, marido, que tal la tarde?

Juliana Ruiz había decidido defenderse de su nombre desde que dejó el colegio y se puso a trabajar en casa. Desde entonces era Juli: sólo su marido, en contadas ocasiones, le llamaba Juliana: si andaba preocupado por algo, por ejemplo.

¡Qué bien huele, Juli… ¿La tarde? Bien, bien…

¿Bien, bien qué quiere decir?

Pues para empezar, ochenta euros, en ves de los cincuenta acordados. Además el tío es majo, aparte de rumboso. Y anda, ya lo creo que anda…

Pues sí que ha estado bien, caray. Le habrás dejado derrengado al pobre.

¿A ése? ¿Sabes con quién se iba de cena, todo chulo y con una rosa en la mano?

¿Qué me dices?

Con la notaria de Ribadesella.

¿Con doña Olvido?

Talmente.

Se conocerían de antes, digo yo…

Pues eso he pensado yo también.

¡Qué cosas, marido! ¡Hala, avíate, que ya está la cena!

*****

Ana se acercó a recepción a las nueve y cuarto.

¿Cómo va todo, Angélica?

Bien, normal… La gente ya está empezando a entrar al comedor.

Esto… Tú el otro día viniste en un Alfa Romeo rojo, ¿no?

Me trajo mi amiga Jimena, ya sabes: íbamos luego a tomar una copa en el

 Rascayú.

Jimena la de la notaría, claro…

Claro, no hay otra.

La sobrina de Olvido, la notaria.

Era el coche de su tía. El Corsa estaba en el taller.

¡Ah!

Venga, que sí, no insistas, que sí. Era ella.

¿Ella… quién?

La de hace diez minutos, coño. La tía, no la sobrina…

No sé de qué me hablas.

Vale. Pues yo no te lo explico… La rosa, los condones, la corbata, la colonia y tú viendo la tele. Te pierde la pasión por Aznar, hija. Y es que donde esté un buen bigote…

Hale, guapa, vete a hacer puñetas.

Lo que mandes, jefa.

Cayetano tuvo tiempo de recordar las nubes que cerraban la vista del mar a media tarde, antes de desplomarse sobre él: empezó a llover de nuevo al cuarto de hora de salir. La escasa luz, las muchas curvas, la cadencia del limpiaparabrisas y el pacto de silencio que tácitamente se había establecido concedían al aparato de música una importancia que estaba empezando a irritarle. Le pareció una obviedad de colegial seleccionar a Beethoven así que optó por el que le sonaba más raro, Rachmaninov. El arranque de aquel concierto le pareció directamente maravilloso: Olvido hizo un gesto con el dedo pulgar hacia arriba y Tano se dejó acunar por la música. Un poco más tarde divisaron unas luces, ya a la orilla del mar, en medio de ninguna parte. Había sólo tres coches, probablemente del servicio, vista la noche: así que aparcaron a la misma puerta. De algún lugar misterioso salió un paraguas chiquitín: probablemente del suelo del coche. Esto es Asturias, claro, pensó Tano: nunca falta un paraguas. Olvido salió con ánimo de proteger a su acompañante de la lluvia pero Tano, que había aguantado un tormentón (aquí dirán tormentona, supongo…) caído a media tarde, bajó del coche, fue a buscarla, la tomó levemente del brazo y así llegaron a la puerta: aquello, a fin de cuentas, no pasaba de ser un sirimiri algo talludo. Entraron y una mujer rubia, bajita y voluminosa, en los cincuenta y ejerciendo, les saludó con mucho cumplido, depositó el paraguas a la entrada, colgó el impermeable de Olvido y les acompañó a una mesa, en una terracita acristalada que daba directamente al oleaje. Disponía, por tanto, de dos ritmos ancestrales que se combinaban admirablemente, el sonido del mar y el repiqueteo de la lluvia.

Se sentaron. Frente a frente.

Bueno… Hola, Olvido. Buenas noches.

Hola, Tano. Perdona… Hasta aquí me ha llegado el personaje impostado que te habló ayer por teléfono, Ahora no sé qué decir.

Dime tu nombre completo, por ejemplo…

Mejor mira esta foto.

Le tendió una foto vieja, tamaño postal. Era en blanco y negro y estaba muy bien conservada, como si viniera de un marco. Se veía una chica desnuda que jugaba con unas cortinas excesivamente pudorosas. La chica era preciosa y la foto también: un modelo de encuadre, un juego estupendo de luces y sombras, con la luz de tarde demorándose en el hombro y el seno izquierdo. Iba firmada: una N.

Tano la miró un buen rato y luego se la devolvió en silencio a su dueña.

Así que eres Sil… ¿O Pamela? Sil…

Sí.

¿Lo de Olvido es una invención?

No: llevo el nombre de mis dos abuelas: Casilda Olvido.

Bustelo García-Inés.

Buena memoria, fotógrafo.

¿Sabes, Bustelito, que tengo esta misma foto en mi estudio de Madrid?

¿Llamabas Bustelito a Covadonga?

A ti.

¿Y eso? Si no me conocías…

Mira: una vez le llamé Bustelo a tu hermana y se puso hecha una fiera. “Bustelo podría ser mi padre, guapo. Llámame Isabel. O Covadonga, si no te importa.” “Oye, ¿tengo yo pinta de acostarme con coroneles de caballería?” “Pues podría ser mi hermana…” “No: tu hermana, en todo caso, Bustelito…” Mira, eso le hizo gracia… Te adoraba, ya sabes. Así que muchas veces, en vez de Sil, te llamábamos Bustelito.

A ella la seguías llamando Bustelo, imagino…

Jamás. ¡Menudos cojones tenía la coronela!     

La llegada de la almibarada propietaria rompió la conversación. Una aparatosa carta de vinos y otra carta, muy de cocinita mona, con citas en las mejores guías, seguro. Tano pensó con desaliento que estaban en uno de esos lugares que pueden destrozar una fabada mientras te despluman. Algo seco, pidió unas cigalas y un rape a la plancha (a la plancha y en su punto, por favor. No, sin salsa: estoy seguro de que está muy bueno pero lo quiero a la plancha, con un poquito de aceite virgen por encima…) Olvido se apuntó a lo del rape y pidió unas almejas con limón.

Y un blanco fresco, por favor.

Tenemos un albariño sensacional.

Hay un godello que adoro: Pezas de Portela.

No me diga más. Excelente.  Sé cuál es y lo tenemos, por supuesto.

¿No te importa el precio? Ya sabes que pagas tú.

No, no, ése que te gusta... ¿Qué es un godello?

Un vino de uva godello. De la vega del Sil, por cierto.

Gracias; es todo un detalle. Añada un agua mineral, por favor: al menos para mí.

¿Con gas, sin gas…?

Con gas, por favor.

Perfecto.

Hizo una seña imperceptible, asintió con la cabeza y al instante una chica de la Europa oriental traía una botella de blanco y una cubitera plateada. La chica debía ser rumana: hablaba el castellano casi sin acento.

¿Quién lo va a probar?

El caballero.

El caballero hizo los honores al dedito de vino blanco y otorgó su asentimiento con un gesto. La chica se retiró tras rellenar ambas copas y depositar la botella en la cubitera, cubierta con una servilleta blanca.

Habrá que brindar, Bustelito. Este vino crece a la orilla del río que lleva tu nombre, ¿sabes? Y es maravilloso, naturalmente…

Pero habrá que brindar por mi hermana, ¿no?

Por tu hermana… tendremos ocasión de brindar más tarde, no sé si esta noche o más adelante: espero que no sea la última vez que cenamos juntos, Sil. Déjame brindar por este encuentro. ¿Vale?

Vale.

Pues por esta bonita sorpresa, por ti y por mí.

Brindaron.

Cuando quieras, Tano.

Cuando quiera ¿qué?

Puedes empezar el interrogatorio.

Ah, ¿me toca?

Te toca.

Adelante. ¿Desde cuando me conoces?

Desde septiembre de 1972.

Buenas tardes. ¿Me podría indicar una tienda para comprar un equipo fotográfico?

Buenas tardes. Ha hecho usted la pregunta correcta, caballero. Mi hermano Joan, que es también cuñado de ese guardia civil de ahí, tiene la mejor tienda de toda Andorra. Ahí tiene la tarjeta: no tiene pérdida. Dígale que va de parte de Pere, bueno, Pedro. Le atenderán de lujo. ¡Anda, coño, si no me quedan!

No se moleste…

¡Andrés! ¡Séllale el pasaporte y dale una tarjeta del Joan!

Pues muchas gracias.

Dos minutos  más tarde y cincuenta metros más allá escuchaba con una espléndida cara de póker:

Aquí tiene, señor Cubillo: su pasaporte y la tarjeta de mi cuñado. Puede pasar.

Muy amable. Buenas tardes.

No se lo podía creer. Puso el coche en primera, pasó delante del guardia saludando y sonriendo y cruzó la frontera a paso de tortuga, como un puto turista más de aquel fin de semana de septiembre. ¡Hemos pasado, María, hemos pasado! Qué cojones María: Isabel, queridísima Isabel, mademoiselle Isabel, rubia y francesa, francesa a partir de ahora, antes rubia y de Asturias, con un mirlo debajo de la piel, estamos en el extranjero, hemos pasado, estás a salvo y en la primera curva medianamente discreta que encuentre te saco, te beso, te pones al volante y entras como la reina Ginebra, bueno, con algo más de ropa (¿era Ginebra o era Godiva?) qué más da, llevas un mirlo debajo de la piel y yo voy a buscarlo, entrarás al volante de mi caballo blanco, entrarás triunfalmente en Andorra la Vella. Yo he sido tu Lanzarote, al menos en esta batalla: y que le den pol culo a Arturo. Al rey Arturo, digo: el otro encantado.

Hemos pasado, niña…

Tú entonces tenías que ser una cría.

Adolescente, más bien.

Con calcetines y eso…

Más o menos.

Y muy estudiosa.

Bastante, sí…

Y ahora te propones danzar un poquito en el pasado…

Me gustaría exprimirte un poco, claro. Bastante, más bien… Quiero que lo cuentes todo: aquella huída a Francia es una de las leyendas que han construido mi vida.

¿Está bien construida?

¿El qué…?

Tu vida.

Está razonablemente desmantelada, gracias. Pero no hemos venido a hablar de mí, fotógrafo.

Acaso tú no. Pero es un tema que empieza a interesarme.

A mí, ahora mismo, no: prefiero hablar de aquello, si no te importa.

Pues me importa, guapa… Escucha: ayer me llamaste al hotel y me dejaste de piedra. Me citaste para cenar esta noche. Y aquí estamos. Tengo delante a una mujer enigmática; y además, muy bien encuadernada…

No sé si debo decirte gracias.

…que quiere enredar esta noche alrededor de una vieja historia. Y yo encantado. Pero antes tengo que saber con quién estoy cenando, si no te parece mal…

No, no, está bien.

La oportuna llegada de una fuente de almejas recién abiertas, el vino y el agua le concedió una pausa probablemente necesaria.

Sírveme un poco de vino, por favor.

Encantado. Y, mira, esa almeja te está mirando: no hay que beber con el estómago vacío.

Vale. No sé si voy a poder con la segunda. Estoy nerviosa.

Sí, mujer. Anda, esta otra de aquí. No te preocupes: pregunto yo.

Empieza.

Por el principio. A ver: no me explico cómo me has encontrado.

Por mi sobrina.

¿Tu sobrina?

Jimena. Trabaja conmigo.

¿Jimena? ¿Jimena? ¡No jodas que tu sobrina se llama Jimena!

Y es hija de Isabel. Pero no tuya, no te preocupes.

Jimena… Es curioso: alguna vez comentamos, como en broma, que si tuviéramos una niña…

Lo sé. El nombre es todo vuestro. Pero la niña no: es del setenta y seis.

Ya, claro… Vale. ¿Y qué pasa con Jimena?

Que es novia de Angélica, la chica de la recepción.

La llegada del botijo de miel que regía aquel comedor interrumpió la charla.    

¿Va todo bien?

Estupendamente, gracias.

Pues enseguida llegan las cigalas.

Perfecto.

Y se fue.

Me estás dejando a cuadros. Son novias…

¿Te parece mal?

Al contrario: me encanta. Pero me sorprende, no creas…

Pues no te sorprendas. Llevan ya cuatro años y Angélica es como de la familia. El caso es que le gusta jugar con los nombres. Te explico. Si llega una reserva a nombre de Basilio Ramírez Bastos el pobre ya está bautizado: Barrabás. Las sílabas de nombre y apellido. Pedro Pinedo Torres es Pepito. Y Purificación Torres Navarro, que podría ser su prima…

Putona, ya veo.

Así que cuando llegó tu reserva dijo: “Hombre, Cacumen…”

Que siempre ha sido mi mote, desde la escuela.

Lo sabíamos en casa. Así que Jimena dijo que le dejara ver. Y eso es todo. Me lo dijo a mí. ¿Explicado?

En ese momento llegaron las cigalas. De exposición.

Espléndidas, ¿no?

 Espléndidas. Cambiemos de tema. Te llamas Olvido Casilda

Casilda Olvido.

Y, por la pinta, deberías llamarte memoria, dijo Tano, atacando la cabeza de su primera cigala.

Tengo muy buena memoria, dijo Olvido mientras hacía la propio.

Me alegro. ¿A qué te dedicas, Mnemosine?

Soy notaria.

Lo dicho, sí señor. Memorión… Y una pasta…

Los veteranos dicen que esto ya no es lo que era…

Como siempre. ¿Y es lo que era?

Bueno, ya no eres Dios, pero aún somos gente muy respetada. A cambio se gana bastante dinero. Hay sitios y sitios, claro.

¿Tú podrías estar en Marbella?

Supongo que sí, pero a mí no se me ha perdido nada en Marbella.

Dinero…

Gano bastante más de lo que gasto. Y aquí se vive muy bien.    

¿Tú vives muy bien?

No. Bueno, no sé; pero mejor que en Marbella, seguro… Aquí también hay golfos y horteras, claro, pero la densidad es infinitamente menor. Además los chorizos son a la sidra casi siempre, me entiendes… Y hay mucha gente que sabe a pan de pueblo, fotógrafo.

Pues me has invitado a un lugar bastante relamido, ¿no?

Lo más chic de la zona. Tampoco sabía con quién iba a cenar, majo.

La próxima, esmérate. Me encanta el pan de pueblo.

Olvido le miró con un puntito de cachondeo.

Te advierto que no hay tabernas que tengan cigalas de ese porte, salvo que las encargues. Y olvídate del vino del Sil.

Esto ya no es lo que era, notaria… ¿Brindamos?    

¿Por las cigalas o por las tabernas?

Por Covadonga Bustelo García-Inés.

De acuerdo. Por Covadonga.

Tomó a la derecha por un camino, el primero que vio: trescientos metros más allá se veía un puñado de árboles y, a su cobijo, abrió el maletero. Isabel salió, saltó sobre Tano, se abrazaron, se besaron castamente en las mejillas, se besaron varias veces porque ninguno de los dos sabía soltarse del abrazo, y Tano sabía por qué e Isabel aún no lo sabía. La niña se estiró, dio un par de paseos, se acomodó la ropa, dijo vuélvete, se quitó el sujetador, me estaba matando, se ve  que Andrea gasta una talla menos que yo, lo metió en la bolsa y subieron de nuevo al coche hacia Andorra la Vella.

Se había hecho el silencio dentro de la cabeza de Isabel mientras Tano soltaba toda su adrenalina a base de banalidades, algunas de sentido exactamente contrario al del momento. Su repetido ya hemos pasao era el tema de un chotis que cantaba Celia Gámez cuando ya Franco había entrado en Madrid: la ventaja es que ninguno de los dos tenía noticia del mismo. Isabel conocía, eso sí, el no pasarán, marca de la casa, marca de las espléndidas alocuciones de Dolores, la chica de pueblo que había aprendido a hablar en público oyendo a Indalecio Prieto, otro chico de pueblo, de Oviedo por más señas, como ella… Y mestizo: la ciudad volvió la espalda al padre que casó con la criada en segundas nupcias, su madre. Ella mestiza también, ahora: ¿qué pensarían los amigos de papá en los cuartos de banderas, en los casinos, qué…?

Pobre papá… Pero más pobre la famélica legión: papá no dejaba de ser un aliado más o menos entusiasta del fascismo y, por tanto, un enemigo objetivo de la clase obrera. Pero, ¡joder!, vaya papelón el del coronel en Vetusta… La vieja, como Andorra.

Y ahora a ver este tío por dónde sale…

Paramos ahí, ¿te parece? Hay sitio para aparcar, tomamos un bocadillo y una cerveza, descansamos un poco y decidimos qué hacer. ¿Vale, Isabel?

Una terracita en la suave tarde de septiembre, dos cervezas, dos bocadillos… Habían acumulado hambre y sed y lo estaban comprobando ahora. Había que buscar un hotel, claro…

Tano sacó la cartera para pagar y, al abrirla, se le cayó una tarjeta. Bazar electrónico y fotográfico Joan Ossó Estrems. Andorra la Vella.

Justo. Ahí enfrente.