El silencio de los terneros

R.P.B. / Valle de Mena
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La finca de Berrandúlez que quisieron comprar los hermanos Braceras, que están siendo juzgados por la muerte del abogado Txetxu Ezquerra, goza de un microclima especial, perfecto para alimentar al ganado

Panorámica de Berrandúlez, rodeado de encinas, robles y nogales. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

 
 
El recóndito caserío de Berrandúlez se acuna en una de las suaves vaguadas del edénico Valle de Mena, rodeado de nogales, encinas, robles, enebros y fértiles praderas. Casi oculto por la tenacidad del paisaje, desaparecido en muchas mapas e inexistente para la señalética vial, es un pueblo abandonado desde los tiempos de la Guerra Civil a pesar de su bien antiguo y heráldico pasado. Se sabe que había presencia humana ya en la Edad del Hierro y que en el siglo XVIII sus moradores eran hijosdalgo. Las pocas construcciones visibles acreditan cierta solera, pese a que el abandono de décadas permitió a la maleza devorar poco a poco su arquitectura hasta la ruina.
Durante los últimos años, Berrandúlez y su entorno apenas han tenido otros visitantes que no fueran las vacas de los hermanos Doroteo y José Ángel Braceras, los ganaderos meneses que esta semana se han sentado en el banquillo de la Audiencia Provincial acusados del asesinato del abogado bilbaíno Txetxu Ezquerra en febrero de 2012. Según el relato que ambos han mantenido durante el juicio, que continuará esta semana, fue en Berrandúlez donde sucedieron los hechos que les han llevado a la bancada de los procesados. 
Lo que queda hoy de este pueblo de indianos no se asemeja en nada a lo que era hace dos años. Ahora se llega por una pista que ha construido el actual propietario de parte de la finca, Francisco Gómez, ya de por sí abrupta, por lo que resulta fácil imaginar lo complicado que tenía que ser acceder antes de la misma al pueblo, que tiene hoy sus calles despejadas de maleza y limpias, y a salvo de una ruina mayor las escasas construcciones que quedan en pie, nada que ver con el aspecto que presentaba en febrero de 2012, un barrizal impracticable y una selva de broza y matorral que apenas si dejaba ver las piedras de las edificaciones.
La única construcción que no ha sufrido completamente la vesania del tiempo y la desidia es la primera con la que se encuentra el visitante. Un magnífico caserón de piedra asediado por la yedra y con un tejado maltrecho que, sin embargo, se muestra sólido a la vista. Una parra seca recorre su fachada, a cuyo balcón se han aferrado sus ramas, dándole un aspecto siniestro al dintel. Allí, en el vano de la entrada, cerrada ahora por un portón de madera, dice Doroteo Braceras que mató a golpes a Txetxu Ezquerra. No quedan huellas de la sangre que los investigadores hallaron en el lugar; y falta un trozo del listón de madera sobre el que golpeó la cabeza del abogado y que ha estado presente en cada jornada del juicio junto al resto de aperos -estaca, hacha y otras herramientas- en los que se detectaron restos sanguíneos de Ezquerra. 
En el interior de otra edificación aneja se halló la citada estaca. Más allá se levanta lo que un día fue una granja, que hoy presenta un aspecto mejorado. A su lado, dos casas desventradas que el actual propietario ha desenmarañado y consolidado para que no se viniesen abajo sus muros.
 
condiciones idóneas. Esto es cuanto queda de la aldea de Berrandúlez. Y su privilegiado entorno, claro, que explica que fuese ambicionado por los ganaderos. Vecinos del valle dicen que esta zona, a unos diez kilómetros de Villasana de Mena, capital del valle, tiene un microclima especial; que las hectáreas que tenían arrendadas los hermanos Braceras desde los años 80 y que quisieron adquirir con la ayuda del finado gozan de pastos ubérrimos debido a la suavidad del clima y a que sus diferentes vaguadas ofrecen una mayor riqueza, alternando zonas umbrías con otras más soleadas, perfectas para la mejor alimentación de las reses. Y sus árboles son un gran refugio para la reses en invierno.
Ya no hay vacas pastando en Berrandúlez desde este verano: todo el ganado de los hermanos Braceras se trasladó a la Merindad de Sotoscueva, donde la familia tiene otros terrenos. En su lugar, hay operarios adecentando lo que queda del pueblo. «Yo sólo quiero intentar que lo que está en pie no se venga abajo y recuperar todo lo que pueda.Este es un lugar muy hermoso y con un pasado importante y no se merecía el estado de ruina en que se encontraba», dice el empresario Francisco Gómez, con quien porfiaron los hermanos Braceras por los terrenos y hoy actual propietario de casi toda la finca de 265 hectáreas de Berrandúlez (menos un diez por ciento que no ha podido comprar por hallarse en coma el propietario de esta porción).
Francisco Gómez quiso adquirir la finca por hallarse colindante a otra de su propiedad y que mantiene como coto de caza. Entre sus árboles, de donde salió mucha madera para construir los barcos de la Armada Invencible, moran jabalíes, corzos y liebres.
 
Las dudas. La Fiscalía duda de que el crimen se produjera en Berrandúlez. Varios agentes que participaron en la investigación, también. Sostienen que la muerte de Ezquerra se produjo cerca del domicilio de los hermanos, y que luego estos improvisaron un escenario del crimen en Berrandúlez que ahora, en el juicio, explican diciendo que fue el resultado de un forcejeo cuerpo a cuerpo. Según el relato del autor confeso del crimen,Doroteo (desde el principio exculpó a José Ángel, quien admite, eso sí, que ayudó después a su hermano a trasladar el cadáver antes de que Teo lo ocultara en una sima cerca de La Engaña, en la Merindad de Sotoscueva, y a destruir pruebas), la pelea comenzó cuando el ganadero se sintió estafado por el abogado, que le mostró un contrato diferente del que habían confeccionado en su día. 
Asegura Braceras que en ese segundo papel no aparecía Ezquerra como único prestamista de los 485.000 euros que los ganaderos necesitaban para ejercer el derecho de retracto y convertirse en propietarios de la finca, sino varios nombres además del de Ezquerra como titular de la misma.
El juicio. La celebración del juicio ha refrescado la memoria del crimen en el Valle de Mena. Se comenta en corrillos y está en boca de todos (los hermanos Braceras son muy conocidos allí y el de la ganadería es un círculo muy cerrado) pero es muy difícil obtener de nadie una opinión sobre el caso. «La gente tiene miedo», confiesa un vecino que prefiere mantenerse en el anonimato. El proceso en la Audiencia Provincial se reanudará mañana. 
«Es imposible que un hombre que goza de libertad imagine lo que representa estar privado de ella», escribió Truman Capote, autor de A sangre fría, excepcional novela sobre un crimen tan violento como turbio sucedido en la tranquila localidad de Holcom, Kansas, en 1959. Observando estos días sentado en el banquillo el rostro de Doroteo Braceras la frase del escritor norteamericano alcanza el grado de definición exacta: la expresión del acusado es sombría, carga los hombros hacia adelante y -a diferencia de su hermano- apenas dirige la mirada más allá del testigo de turno, del juez o de su abogado. Se muestra a ratos ensimismado, como si todo le pesara muy adentro y estuviese volviendo una y otra vez a ese 15 de febrero de 2012, cuando con sus grandes manos le quitó la vida al abogado vizcaíno en algún lugar del Valle de Mena, quizás en Berrandúlez, donde ya no pastan sus vacas ni sus terneros.
Donde lo único que se rumia es el silencio.