Ignacio del Río, un artista hasta en su funeral

Gadea G. Ubierna / Burgos
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La familia y los muchos amigos del pintor burgalés lo despidieron ayer en un concurrido acto que tuvo más de fiesta que de entierro: hubo poesía, tango, aplausos y risas. «Habría querido juerga», dijo su hijo

Que un hombre sea capaz de congregar a más de un centenar de amigos de corazón en su funeral es tan escaso como sintomático, pero que sea capaz de ponerlos en pie entre risas, aplausos y tangos cantados a coro mientras sus hijos lo despiden bailando en un abrazo ante su ataúd solo puede ser propio de alguien del carisma de Ignacio del Río. Sería muy apropiado añadir a este párrafo el tan manido ‘genio y figura hasta la sepultura’, pero lo cierto es que el pintor burgalés -fallecido el viernes a los 79 años- no fue enterrado, sino incinerado ayer por la tarde tras una ceremonia que tuvo más de festejo que de funeral. O, al menos, eso se intentó.

«Gracias por este canto de alegría, aunque seguro que él querría más juerga», afirmó su primogénito, Ignacio, en el colofón de un acto informal que él mismo inauguró con la lectura de Muere lentamente, un poema con frecuencia atribuido a Pablo Neruda y cuyos versos dicen, entre otras cosas, que muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos senderos, quien no cambia de rutina, no se arriesga a vestir un nuevo color o no conversa con quien desconoce. De ahí que, incluso para quienes no trataron nunca al pintor, sea fácil comprender por qué su primogénito señaló que «casa con su manera de ser y su visión de la vida». A continuación, se cedió la tribuna de la rebosante sala multiconfesional del tanatorio San José a todos aquellos que quisieran o tuvieran algo que decirle al artista en su despedida. Y fueron unos cuantos los voluntarios que se atrevieron a poner palabras a los sentimientos de los asistentes: el taurino Joaquín Monje, Quino;la pintora Marta Tapia;el escritor y amante del Camino Pablo Arribas Briones; amigos íntimos y anónimos e incluso una adolescente, Elia, que estaba de vacaciones en Calpe pero que le pidió a su padre que leyera un poema que había escrito y colgado para el pintor en la red social Instagram. «Seguiré tus pasos, tus ganas de vivir y tu ilusión», dijo la joven, en una prueba de que la admiración hacia el artista y la persona no entendía de edades ni sexos.

Algo también manifiesto en la sala que presidía una fotografía de cuerpo entero, en la que el pintor sonreía al gentío de la sala ataviado con su gabán y su inconfundible sombrero de ala ancha. Ala cabeza, su numerosa familia y, detrás, sus muchas y muy variadas amistades. Todo el arte y la cultura burgalesa se concentró durante poco más de cuarenta minutos a las puertas del cementerio. Tampoco se lo perdieron quienes pasaban con él los días sin más: el camarero que le servía los cafés o las copas, en función de la hora, la farmacéutica que lo atendió durante años; la comerciante que lo aconsejaba...  Sí se echó en falta, en cambio, a muchos de los que se le abrazaban y le daban palmadas en la espalda cada final de noviembre en el arco de Santa María, pero que no fueron capaces de arañar unas horas a las vacaciones de agosto para despedir al que trataban de amigo en vísperas de sus tradicionales exposiciones. El equipo de gobierno estuvo representado por el concejal de Cultura, Fernando Gómez, y la oposición, por Daniel de la Rosa y María del Mar Arnaiz. Imagina remitió a los medios un comunicado de condolencias.

Bien es cierto que tampoco se trataba de poner faltas a quienes no quisieron o no pudieron ir, porque su gente, la de verdad, se encargó de que en ese momento no le faltara ni cariño ni jaleo. A los teclados del órgano, Tuco explicó que Del Río no tenía ninguna canción favorita -«le gustaban todas», dijo- así que empezó a tocar y a cantar y el personal a jalear y a bailar. Los primeros, sus hijos Adriano y Susana, a cuyo emocionante abrazo se sumaron después los otros tres hermanos presentes -los dos Ignacios y Violeta- y otros familiares. Por si eso fuera poco, y dada la afición del artista por el tango, toda la sala coreó a su amigo Rodrigo mientras entonaba las estrofas más conocidas de Volver y, para terminar, Tuco propuso a Nino Bravo y Un beso y una flor, mucho más sencilla de cantar: «...De día vivire pensando en tu sonrisa, de noche las estrellas me acompañarán. Serás como una luz que alumbra mi camino. Me voy, pero te juro que mañana volveré...». Poco más se puede añadir.