Geografía del terror

R.P.B. / Burgos
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La Fundación 27 de Marzo edita 'Cárceles y campos de concentración en Castilla y León' • El escritor Carlos de la Sierra es el autor del capítulo dedicado a la provincia de Burgos, donde hubo cinco campos y dos prisiones

Panorámica del campo de concentración de Miranda de Ebro, que ocupaba 42.000 metros cuadrados y estuvo operativo entre 1937 y 1947. - Foto: DB

La represión durante y tras la Guerra Civil tuvo muchos nombres. Los campos de concentración y los penales fueron algunos de los más importantes. En estos lugares de horror no cabía la dignidad ni la compasión; no había lugar ni para el perdón ni para la redención. La Fundación 27 de marzo acaba de publicar el libro Cárceles y campos de concentración en Castilla y León, un repaso detallado y sesudo a estos macabros escenarios en los que se hacinaron durante años decenas de miles de personas. La obra se presentará el próximo mes de junio, y el capítulo dedicado a la provincia de Burgos ha sido escrito por Carlos de la Sierra. El autor desvela los aspectos más destacados de los cinco campos que operaron en la provincia -San Pedro de Cardeña, Miranda de Ebro, Aranda de Duero, Lerma y Valdenoceda- y de las dos prisiones de la capital: la provincial, ubicada en la calle de Santa Águeda, y la central.

«La rápida ocupación de importantes ciudades y provincias, el desplome de los frentes de batalla, sobre todo en la zona norte del país, y los numerosos afectos que enseguida encontraron los golpistas en señaladas capitales castellanas, propiciaría la pronta toma de prisioneros que, una vez pasados los primeros meses de purgas, detenciones y fusilamientos indiscriminados -en un claro efecto de terrorismo de Estado más allá de combates en frente de guerra-, debían ser alojados en establecimientos adecuados al caso, de los que carecía el país en general y los sublevados muy en particular», escribe De la Sierra.

El autor de Cárceles y campos de concentración en Castilla y León asegura que la decisión de mantener con vida a muchos prisioneros no tenía que ver ni con la religión católica ni con sentimientos caritativos, legales o de orden. «La mentalidad de los militares rebeldes no alcanzaba semejantes sutilezas, ni mucho menos estaban escritas en su código ético palabras como perdón, concordia, generosidad o justicia. Al contrario, todo el horror de las ideologías nazi y fascista se unía en la débil mente de aquellos mandos africanistas cuando arrasaron a sangre y fuego el territorio peninsular».   

Los vencedores aspiraban a sacar el mayor partido posible a los prisioneros, «bien fuera por el método de reintegrarlos en batallones y destacamentos de combate, bien para controlar las más que posibles infiltraciones de personas poco o nada proclives al Movimiento y, tal vez lo más importante, porque entre los prisioneros existían numerosos combatientes extranjeros, de hasta más de cuarenta nacionalidades en un tiempo en el que había unos cien países, que podían ser excelente moneda de cambio por prisioneros fascistas. Sin olvidar, también, la situación estratégica en que colocaba a los golpistas frente al resto de países que al paso de los meses se involucraban en la Segunda Guerra Mundial, y en apoyo de los aliados naturales de los sublevados españoles, alemanes e italianos preferentemente».

De la Sierra subraya que la propia Gestapo alemana desempeñará un papel de primer orden en el entorno de los campos de concentración, mediante una intensa labor de interrogatorio y control de los prisioneros de las Brigadas Internacionales, como sucedió en los campos San Pedro de Cardeña o de Miranda de Ebro, donde hubo muchísimos reclusos extranjeros.

En detalle

Cardeña: Creado en 1936 para dar cabida a presos del frente norte y brigadistas internacionales. Con espacio para 1.200 prisioneros, superó los 1.500. El doctor Vallejo-Nágera llevó a cabo en él experimentos de corte genético. Funcionó hasta 1939.

Miranda: Operativo entre 1937 y 1947. Diseñado a la manera nazi, superó los 1.500 prisioneros para los que fue concebido, muchos de ellos extranjeros. Fue el último en cerrar.

Aranda: Funcionó entre 1937 y 1939. Llegó a tener más 3.500 prisioneros. Era un campo de reclasificación de presos republicanos.

Lerma: El Palacio Ducal albergó entre el 37 y el 39 a presos no aptos para el trabajo. No superó el millar de reclusos.

Valdenoceda: Operativo entre el 38 y el 40, recluyó a más de 1.500 hombres.

Las cárceles: Tanto el penal provincial (calle Santa Águeda) como el central fueron.Entre ambas, en 1940, llegaron a albergar hasta 5.232 personas.