«En Hortigüela somos la gente más feliz del mundo»

Belén Antón
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Hace más de cuatro años Fernando Blanco y Esther Cupillar cambiaron su vida y su trabajo en Barcelona por este municipio donde residen con sus 4 hijos y su nieto y regentan el bar, restaurante y hotel taberna Moruga

«¿Cuándo?». Con esa pregunta fue como Esther Cupillar respondió a la que le formuló su pareja, Fernando Blanco, cuando le propuso cambiar Barcelona, la ciudad natal de ambos, por Hortigüela, el pueblo de los padres de él. En la capital catalana tenían, y tienen, su casa, y contaban con la estabilidad de sus trabajos, ella en el sector de la hostelería y él con taxis adaptados para minusválidos. Sin embargo, decidieron que era el momento de escapar de la gran ciudad y respirar, y aterrizaron en la localidad burgalesa con sus cuatro hijos y su nieto.

«La idea surgió hace algo más de cuatro años y los dos tuvimos claro que era la ocasión para dar ese cambio. A ella siempre le ha gustado la vida de pueblo, y yo había pasado muchos veranos en Hortigüela, los últimos con ella. Estábamos un poco hartos del trabajo, queríamos cambiar de vida y llegó el momento crucial para hacerlo», a Fernando Blanco, que recuerda que mientras contemplaban la posibilidad de trasladarse a la localidad burgalesa también buscaban alternativas de trabajo. «Siempre me había gustado la hostelería y en varias ocasiones me había planteado abrir un restaurante con mi hermano, así que nos decidimos por reabrir lo que siempre había sido la posada del pueblo, que llevaba doce años cerrada, cuando era conocida como La Parrilla», añade.

Tras casi un año de reformas, la Taberna Moruga, que así se llama el bar, restaurante y hotel que regentan Fernando y Esther con ayuda de sus hijos, lleva ya tres años y medio abierto al público. «El edificio es patrimonio histórico municipal, tiene más cien años y su estructura es la típica castellana. Fue la antigua posada y reformamos la parte de arriba para convertir las nueve habitaciones y dos baños, en seis habitaciones con baño incorporado y un cuarto de ratones, que es como llamamos a la habitación de los niños, donde siempre procuramos tener juguetes didácticos y que decoramos en función de la edad de los pequeño», apunta Esther, que recuerda que la actual taberna también fue casa del médico y que no hace mucho, siendo ya ellos los dueños del negocio, la enfermera ha pasado consulta allí.

Ella es la responsable de la decoración de los cuartos, donde se respira el ambiente rural, familiar y acogedor que quieren transmitir a sus clientes. «Muchos de los muebles son de otras casas que me han ido dando los vecinos y que yo he restaurado. Soy una recicladora, me encanta dar una segunda vida a los productos. Durante el verano voy recopilando de todo, vasos rotos, chapas, corchos… Y durante el invierno me entretengo para darles otro uso», a Esther, que reconoce que durante las últimas semanas ha restaurado la Virgen del Carmen y cuando disponga de más tiempo, comenzará con el confesionario de la iglesia del pueblo.

Más de tres años después de su llegada a Hortigüela están satisfechos con el cambio y con la marcha de su negocio. «Hay que pelear y luchar mucho. Siempre procuramos ofrecer cosas nuevas y diferentes y nos adaptamos a lo que el cliente nos pida, dando respuestas muy personalizadas a su demanda. Nos gusta cuidar de los detalles y damos menús del día, comidas o cenas para grupos, celebraciones familiares e incluso disponemos de una zona de merendero para que los grupos puedan estar independientes escuchando su música, con la posibilidad de asarles la comida o que se la preparen ellos», explican Fernando y Esther, que procuran utilizar siempre productos de la tierra y que en la temporada del calçot, de enero a abril, ofrecen menús con esta especie de cebolla típica de Cataluña, igual que cuando es la época de las setas o de la trufa.

Más trabajo. Durante todo el año Fernando y Esther mantienen abierto su negocio de lunes a domingo. «Hay días que a las 7 de la mañana ya estoy aquí y que te desmoralizas si ves que entra poca gente. El invierno es duro, así que lo aprovechamos para preparar el verano, que es la época en la que la gente está de vacaciones y se mueve más, por lo que nosotros el verano lo aprovechamos para trabajar. No cambia mucho nuestra forma de vida, solo que podemos trabajar más. Cuando llega el fin de temporada lo celebramos en familia, con una comida en El Torcón o bañándonos en Fuente Azul, y somos los más felices, no nos hace falta nada más» señalan.

Tanto Esther como Fernando y sus hijos se han adaptado perfectamente a la vida en el pueblo. Su hijo pequeño y su nieto acuden en transporte escolar al colegio de Salas. «Ellos dicen que lo que más les gusta del pueblo es la libertad, poder salir a la calle, conocer a la gente… Incluso han mejorado las notas al pasar de las aulas masificadas de la capital, a las clases de un colegio rural», señala Esther, que reconoce que ha habido algún momento duro. «El primer invierno fue el peor, pero como en casa somos muchos, hacemos una vida muy familiar, que aquí hemos podido desarrollar más».

Esther confiesa que aquí ha recuperado ciertas costumbres perdidas en la capital, como saludar a los vecinos y no tener prisa por nada. «Nos hemos adaptado y hemos aprendido a vivir aquí. Nos hemos vuelto menos consumistas, en Barcelona los niños estaban todo el día pidiendo y aquí no. No me arrepiento de haber venido en ningún momento, si pones en una balanza las cosas buenas y las malas de estar aquí, salen ganando las buenas», señala la mujer, que reconoce que cada uno debe de tener clara su identidad. «Tienes que saber quién eres y sobre todo, amar el sitio donde estás».