Memoria de un hombre imprescindible

R. Pérez Barredo / Hinojar
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Familiares de Saturnino Navazo, que sobrevivió al horror de Mauthausen por su destreza jugando al fútbol y que salvó la vida a un niño judío, asisten en Hinojar del Rey, su pueblo, a la inauguración de una plaza con su nombre

Hijos, nietos y bisnietos de Saturnino asistieron emocionados a las palabras del alcalde, Juan Carlos Hernando (d), al inaugurar la placa conmemorativa. - Foto: Azúa

No siempre el destino ofrece su reverso más sombrío. A veces, aunque sean pocas, se exhibe con luz después de haber hecho una y mil cabriolas. Esa condición azarosa de la existencia quiso que ayer un niño llamado Kyrill jugase al fútbol en una pequeña plaza de un pequeño pueblo de Burgos. Ese gesto, tan natural en estos días del estío, contenía ayer una fuerza simbólica descomunal, porque cerraba un círculo vital: el que hace cien años inició en ese mismo lugar llamado Hinojar del Rey el bisabuelo de ese niño, un hombre sencillo y bueno de nombre Saturnino Navazo Tapia; un hombre cuya destreza con el balón le salvó de una muerte segura en el siniestro campo de exterminio nazi de Mauthausen. Patea Kyrill la pelota con sus hermanos y primos, todos bisnietos de Saturnino, mientras en la plaza se congregan los vecinos, orgullosos del homenaje que el pueblo le hace a uno de sus más insignes hijos, desconocido hasta hace sólo un par de años para todos ellos.

Luce el sol en Hinojar del Rey. Y brilla todavía más en la recién inaugurada plaza Saturnino Navazo Tapia.El acto es sencillo, alejado de toda solemnidad. No sólo están los vecinos: hace días que por Hinojar pasean unos turistas muy especiales; una treintena de personas que jamás antes habían estado en el pueblo y que, sin embargo, se sienten como en casa. Son los hijos, nietos y bisnietos de Navazo, que no dudaron en responder afirmativamente a la invitación de Juan Carlos Hernando, alcalde del pueblo, a la inauguración, en la semana de fiestas, de la recoleta plaza que, desde ayer y por acuerdo municipal, lleva el nombre de ese hinojareño, uno de esos héroes silenciosos e invisibles que tejieron con su vida los hilos más fuertes de la historia.

«Estamos muy emocionados», admite con inevitable acento francés Gregorio Navazo, hijo del futbolista burgalés que cautivó a los guardias alemanes del Mauthausen con su talento para el balompié. «Mi padre siempre nos habló de Hinojar, pero nosotros nunca habíamos estado. Y él sólo regresó en una ocasión, en los años sesenta, con nuestra madre», recuerda Navazo, que define a su progenitor como un hombre «sencillo y bueno, siempre escuchando y ayudando a los demás. Siempre se preocupaba más de los otros que de él mismo». Saturnino Navazo se fue de Hinojar con seis años con su familia, que emigró a Madrid. No tardó en mostrar sus grandes dotes para el fútbol, y durante años militó en elDeportivo Nacional, el tercer equipo de Madrid. Su carrera fue truncada por la Guerra Civil.Alistado en el bando republicano, combatió durante meses hasta que, como tantos miles de españoles, buscó refugio en Francia. Reclutado para combatir a los alemanes, cayó preso y fue deportado al matadero austriaco de Mauthausen. Allí, convertido  en el número 5.656, sobrevivió al peor horror jamás imaginado. Sin embargo, sus dotes futboleras llamaron la atención de los alemanes, motivo por el cual alcanzó un status menos inhumano: trabajó en las cocinas y se ocupó de organizar partidillos entre quienes podían tenerse en pie. Y aprovechó esa situación para ayudar a cuantos pudo llevándoles alimentos sacados a escondidas de la cocina y para prohijar a un niño judío, Siegfried Meir, al que salvó la vida.

El hinojareño, en su época de jugador.El hinojareño, en su época de jugador. «Yo viví muchos años en casa de mis padres, y aunque no solía hablar mucho de la época de la deportación, recuerdo que durante toda su vida se despertaba por las noches sobresaltado, gritando agitado. No dejó nunca de tener pesadillas porque lo que vivió allí debió ser inimaginable», recuerda Maribel, su hija pequeña. «Es para nosotros algo muy hermoso el acto de hoy», chapurrea en castellano Susana, la hija mayor de Saturnino, visiblemente emocionada. «Él se habría emocionado y seguramente le hubiese parecido excesivo».

Tras la liberación del campo en mayo de 1945, con Siegfried Meir de la mano, se instaló en Revel, cerca de Tolouse, en cuyo equipo de fútbol retomó con éxito su carrera profesional hasta su retirada.Después trabajó como ebanista y fue uno de los líderes del Partido Socialista de la región francesa.

Nunca dejó Saturnino Navazo Tapia de luchar por los demás. Por eso fue un hombre imprescindible. Por eso Hinojar le recuerda ahora, en el centenario de su nacimiento, con este homenaje, rematado por sus bisnietos, que ayer le metieron una goleada de aúpa al olvido.