Física, química

Angélica González / Burgos
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La segunda semifinal del concurso acerca historias humanas desde los puntos de vista más originales e inquietantes

Daniel Rosado, Mireia Piñol y Reinaldo Ribeiro pusieron en danza lo complicado que resulta ser un trío. - Foto: Ángel Ayala

¿Puede alguien colocarse unas mallas y hacer entender a los demás la angustia que llega a sentir una persona transexual? Si se tiene empatía, perfectamente. No importa que los medios utilizados sean la música, el movimiento del cuerpo, las reglas de la coreografía. Da lo mismo que no haya palabras. Lo demostraron de sobra Carmelo Segura y Kristine Lindmark con su pieza State of Mind, participante ayer en la segunda semifinal del XIIICertamen Internacional de Coreografía Burgos-New York que volvió a llenar el Teatro Principal aunque sin grandes aglomeraciones, ojo, que la danza moderna y contemporánea tiene el tirón que tiene, para desconsuelo de algunos expertos que estarían encantados de que llenara estadios. Otros, en cambio, disfrutan de un placer solo apto para minorías (y del hecho de que una ciudad de tamaño medio como Burgos le dedique tres días dentro de su programación cultural), precisamente por eso, por su exclusividad.

Los seguidores de este arte contemplaron en la jornada central del certamen, de nuevo, un catálogo de historias humanas que, por su intensidad, pocas veces se puede compendiar en apenas hora y media. Todo fue muy emocional: desde la elegante pieza que Francesco Vecchione dedicaba a su abuela y titulaba Anna, que a los menos iniciados sorprendió por su puesta en escena con una bailarina vestida con el traje largo de una debutante o una novia audaz y portando una vela («con palmatoria», como señalaría un espectador entre susurros), hasta la más carnal Innings, con Daniel Rosado, Mireia Piñol y Reinaldo Ribero, que a pocos dejó indiferentes porque el esfuerzo físico de los bailarines se notaba hasta en la última fila y el desgaste emocional tomaba color gracias a la forma tan explícita y corporal que tuvieron de contar un triángulo que, como todos los triángulos, devastaba a sus tres lados.

Cada una de las piezas que ayer se desarrollaron sobre el escenario exhalaba física, exhalaba química, que es, al final, de lo que están compuestos los seres humanos. Y, al margen del mayor o menor rigor académico, de que la coreografía carezca o no sentido, de que se mantenga la tensión dramática, de que los artistas hayan tenido tal o cual inspiración, de que se la jueguen y sean rompedores u opten por ser más conservadores  -aspectos que tendrá que valorar el jurado- lo cierto es que el público contenía la respiración con todas ellas. Más relajados con el I’m fine que presentó  Aina Lanas, pieza feliz y extrañamente alejada del dolor y el dramón que suele acompañar los guiones de este estilo de danza, y francamente interesados en adónde iría a parar el planteamiento de Lorena Zataraín Cabañas en Hassles, todo un alegato feminista que arrancó frente a un televisor que retransmitía un partido del Real Madrid y bajo una voz en off que iba desgranando todas las cosas horribles de tiene la vida como el olor a tabaco o las mentiras.

 Sara Cano pellizcó a muchos con su A palo seco, baile de notoria inspiración flamenca, y Jorge García Pérez llenó de color la sala con Distorted Seasons solo apenas unos minutos antes de que terminara la sesión y de que todos los asistentes se afanaran por llegar a presenciar los números de danza vertical en el Museo de la Evolución Humana. Más humanidad, esta vez por los aires.