«Cuando entrábamos en un túnel, pensábamos que nos iban a matar»

I. Elices / Burgos
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El guardia civil José María Vadillo, que perdió a un amigo en el atentado de la Plaza de la República Dominicana, no entiende que su inductor, 'Santi Potros', esté ya en la calle

Chema Vadillo, ante el ejemplar de Diario de Burgos del 15 de julio de 1986, que dedicó su portada a la masacre. - Foto: Jesús J. Matías

José María Vadillo Gonzalo empezó a superar el miedo a morir en atentado de ETA el día 20 de octubre de 2011, cuando la banda anunció el cese definitivo de su actividad armada. Al principio no se lo creía, pero el paso del tiempo ha confirmado el compromiso del grupo armado y ya no mira debajo de su coche cada vez que va a emprender un viaje. Su temor a hallar la muerte de un bombazo o de un tiro en la nuca está plenamente justificado. Este guardia civil -actualmente destinado en el Grupo de Investigación y Análisis  (GIAT)- era alumno de la Escuela de Tráfico de la calle Príncipe de Vergara de Madrid el 14 de julio de 1986. De allí partieron ese fatídico día los 12 compañeros que asesinó ETA al hacer estallar una furgoneta bomba en la plaza de la República  Dominicana, al paso del convoy que trasladaba a 70 agentes en prácticas hasta Venta de la Rubia, en la carretera de Burgos, donde acudían a aprender a conducir en motocicleta.

En ese atentado, Chema, como le llaman sus amigos y conocidos, perdió a su «hermano» del alma, el único burgalés junto a él de aquella promoción que quedaría marcada para siempre por la violencia despiadada de los etarras. Se trata de José Joaquín García Ruiz, de la Merindad de Valdivielso, que falleció a las pocas horas del ataque, debido a la extrema gravedad de las heridas.

Con la salida de la cárcel del inductor de aquella masacre, Santiago Arrospide Sarasola, alias ‘Santi Potros’, al guardia civil burgalés le viene a la memoria todo el sufrimiento de aquellos días. «Yo he tenido siempre el miedo en el cuerpo; desde hace 30 años me cuesta conciliar el sueño; si algo no falta en casa son pastillas para dormir», apunta. Ahora bien, nunca ha exteriorizado su dolor. Para superarlo, siempre ha tenido a su familia al lado y sus grandes aficiones, los animales y la magia, un arte en el que es un auténtico maestro. De hecho, la única vez que ha hablado con la prensa sobre aquel atentado -y quiere que quede claro- fue hace 28 años, para Informe Semanal. Le hizo una entrevista Arturo Pérez Reverte, después de que la Dirección General convenciera a algunos agentes para que colaboraran con la televisión pública en un reportaje sobre la masacre. Hasta ahora ha mantenido su silencio.

El furgón en el que viajaban los guardias civiles quedó destrozado.El furgón en el que viajaban los guardias civiles quedó destrozado. Con la excarcelación de los terroristas, este periódico contactó con José María Vadillo para conocer su historia. Y accedió a relatarla. «No puede ser que nos hayamos comido esto y ahora los presos clamen por sus derechos, por acercarse a su tierra, por salir de prisión después de todo el daño que causaron», afirma. Pese a que ‘Santi Potros’ fue el inductor, cuando realmente se le «revuelven las tripas» es cuando ve en televisión a Iñaki de Juana Chaos, «ya en la calle después de todo lo que hizo». Este terrorista fue el ejecutor del atentado junto a sus compañeros del Comando Madrid Idoia López Riaño, ‘La Tigresa’, Antonio Troitiño y Soares Gamboa.

 

Un hervidero

A mediados de los 80 Chema y sus compañeros estaban siempre pendientes de qué detenciones de etarras se habían producido, «porque después  había una reacción terrorista». Fue a Madrid «sabiendo que aquello era un hervidero, sobre todo porque el Comando Madrid se había asentado en la capital y hacía pocos meses habían matado a otros 5 guardias civiles». «Estando allí  mataron a Inestrillas», rememora.

Recuerda sobre todo el silencio «increíble» que reinaba en los autobuses en el trayecto de 40 minutos entre la Academia y Venta de la Rubia. «Siempre que nos metíamos en un túnel pensábamos que allí iba a ser», señala. Contaban los días que les quedaban en Madrid y cada noche pensaban:«Hemos librado, un día menos». Ése era el nivel de tensión con el que convivían. Eran la «presa perfecta». Un Land Rover y dos autobuses por el medio de Madrid durante 40 minutos. «Qué mejor objetivo que el nuestro, con 70 guardias; por mal que les saliera podían matar a 8 o 10; vivíamos con la creencia de que podían limpiarnos». Después de aquello, toda la formación en la especialidad de tráfico se centralizó en Valdemoro y cesaron esos viajes de alto riesgo.

 De aquel 14 de julio recuerda a la perfección los momentos antes a escuchar el estallido de la bomba, los instantes posteriores se le agolpan como una nebulosa, confundidos con las imágenes que después vio en la tele y los periódicos. Los 115 alumnos desayunaron a las 7 de la mañana y después unos 30 se quedaban para asistir a clases teóricas en la Academia mientras el resto iba de prácticas a Venta de la Rubia.

Todos los días, quienes permanecían en Príncipe de Vergara se despedían de sus amigos «con un abrazo, como si partieran a un viaje de no retorno». Aquella jornada repitieron el ritual.  A Chema le tocaba ir en aquellos autobuses, pero tenía examen ese día y le cambiaron el turno. «Te sientes toda la vida culpable, como diciendo si tenía que haber muerto yo», se lamenta.

Escuchó el estruendo de los  50 kilos de Goma 2 desde una de las clases. Se asomó a la ventana con sus compañeros y vio la humareda, pues la Plaza de la República Dominicana no se encuentra muy lejos de lo que fue la Academia de Tráfico. «Gritamos: el autobús, el autobús y nuestro temor se confirmó; eran ellos», recuerda.

Bajaron corriendo, pero les impidieron salir, algo que hoy todavía no entiende. Veían a sus compañeros regresar «llenos de sangre» y Chema y algunos más se escaparon para ayudar en las tareas de rescate. «Aquello fue una locura, un descontrol total, porque el humo no nos dejaba ver nada», explica. Ignora si la memoria le traiciona, pero quiere recordar haber visto escenas terribles en aquellos momentos y en días posteriores al atentado.

 

Ningún día de duelo

Y al día siguiente tuvo que hacer guardia. «Por eso me pone enfermo que ahora los terroristas reclamen derechos, cuando nosotros no tuvimos nada, ni psicólogos», afirma. Después de 30 años aún tiene secuelas.

«Nos mataron» es una expresión que utiliza inconscientemente en la conversación. Cuando el periodista le pregunta por qué habla en primera persona del plural se sorprende y dice: «Quizá sea porque en aquel momento morimos todos un poco», enfatiza.

Desde aquel día siempre ha albergado el temor de que le iban a matar, hasta que ETA anunció en 2011 que dejaba de asesinar. «Pienso que todavía puede haber algún loco, alguna escisión que no esté de acuerdo con la dirección,  pero ahora mismo el alivio de saber que al salir de casa no te va a pasar nada no lo entiende alguien que no haya vivido tan de cerca un atentado terrorista», asegura.

Se ha pasado más de 25 años tomando precauciones, saliendo un rato antes de casa para revisar los bajos de su coche cuando iba a emprender un viaje con su mujer y sus hijos. Se ha cruzado de acera 1.000 veces en su camino al trabajo si se topaba con alguien sospechoso a quien no conocía. «He vivido con ese miedo media vida;porque aquello no fue un accidente; iban a por ti, a hacerte daño, a matarte;y sin arrepentimiento de ningún tipo». Recuerda que en el primer aniversario del atentado, «pusieron otra bomba en San Sebastián y mataron a otros tres guardias». Celebraban las masacres con otras masacres. «Lo más duro» es que eran chavales de 20 años. Se convertían en guardias civiles para ganarse la vida, con vocación de servicio a los ciudadanos. «La mayoría éramos niños, hijos de currantes, que no sabíamos nada de política», subraya.

Y ahora es «muy duro» ver que los terroristas «salen de las cárceles» y los compañeros «están enterrados». ¿Arrepentimiento? «Después de tanto daño inútil de qué se arrepienten, para salir de prisión?», se pregunta.

Muchos compañeros de aquella promoción no soportaron la presión y abandonaron el Cuerpo. Chema lo ha ido «sobrellevando», porque le ha ayudado muchísimo  la magia. «Me ha venido de maravilla para evadirme, para no pensar en aquello y superar el problema», asegura. Lo que no le consuela es que los ejecutores recobran la vida, la misma que segaron a sus «hermanos del alma».  Pero a pesar del sufrimiento, considera que «se puede brindar por el fin de la violencia terrorista». «Es de las mayores alegrías que me he llevado en mi vida».