La falta de relevo y el cambio de modelo abocan al cierre a una veintena de comercios históricos

H. Jimenez - A. Ramos / Burgos
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Empujados también por la crisis. La situación económica acelera en los últimos años la desaparición de establecimientos emblemáticos

La despedida. Jesús Magariño, hijo de los fundadores del negocio, asegura que el público siempre ha sido su preocupación. - Foto: Valdivielso

Antes vendían la última moda, bolsos, regalos, calcetines o pasteles. Ahora en sus escaparates lo que se anuncian son los propios mostradores, los maniquíes y los armarios de las tiendas que en su día fueron fuente de negocio y ahora solo esperan a que alguien se interese por el número de teléfono que anuncia su mobiliario, su venta o su alquiler. Los que han tenido más suerte se han transformado en otros negocios, y los verdaderamente afortunados han encontrado a alguien que les proporcione continuidad. Son las distintas caras de toda una generación de emprendedores que, por falta de relevo generacional o de modelo de negocio, se está viendo abocada al cierre.

En menos de una década, al menos una veintena de establecimientos emblemáticos han echado el cierre en las dos zonas con mayor concentración comercial de la capital burgalesa: el centro histórico y Gamonal. La crisis económica de los últimos años les ha dado la puntilla, pero ya antes del cambio de coyuntura económica hubo señales del fin de un ciclo que luego se han ido confirmando.

Por un lado, muchas de las familias no han tenido una segunda (o tercera, o incluso cuarta) generación que quisiera continuar con el mismo trabajo. Los hijos de los  comerciantes tradicionales han optado por otras salidas laborales «menos esclavas», según coinciden en apuntar los veteranos, que no obliguen a arriesgar una inversión, a trabajar cada día con horario de mañana, tarde e incluso noche, a renunciar a los sábados y a la amenaza de apertura en un futuro durante los domingos y los fines de semana.

Por otro, la evolución de los gustos y preferencias de los consumidores ha llevado a un cambio generalizado en el modelo comercial. Las tiendas tradicionales tienen cada vez más complicada su supervivencia ante los grandes centros comerciales, y los clientes que quedan en el barrio o en los centros de las ciudades se ven igualmente tentados por las franquicias.

Fidelización, especialización o renovación, imprescindibles. Además de un trabajo constante de fidelización con la clientela, la especialización o la renovación se presentan como imprescindibles, y esto resulta especialmente complicado en el caso de quienes, por razones de edad, tienen próxima la jubilación. Hacen cálculos y no merece la pena realizar una gran inversión o una obra en la tienda para «aguantar unos años».

Con todos estos ingredientes, varios de los establecimientos que han formado parte del paisaje urbano a lo largo de los últimos años están pasando a la historia o van a hacerlo muy próximamente, tal y como reflejan sus carteles de «liquidación».

El último cierre lo han protagonizado las dos tiendas de Magariño, ubicadas en una de las zonas  más señoriales de la ciudad:el paseo de la Audiencia. Jesús Magariño, que en junio cumplió 65 años y se ha jubilado, se emociona al resumir para este periódico los 70 años de historia de un negocio que comenzaron sus padres allá por los años 40 en un taller donde hacían ropa a medida para bebés y niños. «Después mi padre amplió el negocio a punto para señora y caballero», recuerda. Ya en los 60, se asentaron en los locales que han pervivido hasta este año.

A día de hoy, y después de varias semanas en liquidación, ambos negocios han bajado la persiana definitivamente. El establecimiento donde se vendía ropa de mujer está en alquiler. En el de hombre, testigo de la entrevista, y donde aún se guardan algunas prendas, se puede leer:«Agradecemos la acogida que nos han dedicado durante estos 70 años». Otro cartel incluye un teléfono para quienes estén interesados en comprar los muebles percheros.

Jesús recuerda que entró a trabajar en las tiendas en los años 70 (el local de ropa de niños desapareció en 1990) y aunque tradicionalmente se ocupaba de la administración, al final también atendía a los clientes. «Todo cambió mucho. Los últimos años  han sido complicados», explica. En los mejores tiempos llegaron a tener entre las tres tiendas ocho dependientes y en la última fase la plantilla se redujo a cuatro empleados.

Aunque ahora su ritmo diario ha cambiado radicalmente, Jesús reconoce que aún sigue yendo a los establecimientos para resolver los últimos flecos. Sin embargo, su futuro ahora le permite disponer de más tiempo para hacer lo que le gusta: pasear -camina todos los días más de diez kilómetros-, leer y estar con sus hijos. Habrá momentos también para echar de menos las miles de horas que dedicó al comercio tradicional, caracterizado por un trato personalizado. «El público siempre ha sido nuestra preocupación y ellos han respondido. Por eso, tengo que estar muy agradecido a los burgaleses de la ciudad y también de la provincia», concluye.

Tras Magariño será el turno de  La Orensana, todo un símbolo local del textil, que anunció en febrero su liquidación. A lo largo de los últimos meses ha ido sacando a la calle el género que le quedaba y ya tienen decidido que su último día de apertura será el 30 de agosto. Antonio Rodríguez, el dueño, explica que en los últimos meses han vendido «todo lo que nos quedaba en los almacenes, que era mucho, tanto de invierno como de verano». Ahora su objetivo es alquilar los locales de las calles Miranda y Vitoria, aunque todavía no tienen cerrado el trato con nadie. «Llaman para preguntar pero de momento no sabemos», comenta con el acento gallego que no ha terminado de perder.

Además, hace solo unos meses pasó a la historia del comercio local la Imprenta y Estereotipia de  Polo, ubicada en la céntrica calle Laín Calvo desde finales del siglo XIX (abrió en 1835) y de la que aún sobrevive la curiosa placa de cinc con su nombre.

Larga lista de establecimientos cerrados. Pero la lista de comercios que han escrito el final de su historia es mucho más larga. En enero desapareció la Charcutería El Pilar, tras 70 años despachando en la calle San Lorenzo, ahora dedicada casi en exclusiva a la hostelería. Hace un par de años dijo adiós Vaquero, el emblemático comercio de bolsos, cinturones y maletas que había en Almirante Bonifaz, aunque desde hace dos años, el local lo ocupa la tienda de arte y decoración Stylehouse, que conserva la característica escalera del antiguo comercio.

En 2011 se fue Plásticos Battaner y unos meses después Cylsa. También desapareció Mercedes, en la Plaza Mayor, cuyo local ahora lo ocupa una cafetería. La joyería Vélez tampoco existe ni la Pastelería Arribas, ni Domingo, ni la licorería Aguarón ni los Almacenes Campo, Textiles Marín, Marvi o Garden, ejemplos estos últimos que se remontan a más años atrás.

En Gamonal hace tres años y medio que cerraron Nati y Galerías Perlado. José Luis García, su antiguo dueño, aclara que lo hicieron «después de 48 años en el barrio». Sus antiguos escaparates ya solo recogen el teléfono para los interesados en lo que queda de aquellas tiendas o en los locales. «Llama gente de vez en cuando y algo hemos vendido, pero ya no se abren nuevas tiendas, y las que lo hacen son de cadenas que tienen su propio mobiliario», admite con resignación.

Estos días están anunciando su liquidación Kiona Amuebles y Laysa, en la calle Santiago. En cuestión de meses sus verjas se bajarán para no volver a levantarse. Al menos con ese nombre y con esos dueños. Con ellos se irá una parte de la memoria de sus miles de clientes.