Los estudiantes de la noche

H. Jiménez / Burgos
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Más de 1.200 alumnos de la capital han pasado en los últimos 5 cursos por el bachillerato nocturno. Para unos es una forma de rematar una formación que abandonaron, para otros una oportunidad laboral o un reto de superación personal

Un aula del Diego Porcelos, esta semana, en pleno periodo de exámenes. - Foto: Alberto Rodrigo

Cuando llegan las 3 de la tarde los institutos dejan de ser el hervidero en que se convierten durante la franja matutina. El bullicio del alumnado, el torrente de la juventud por los pasillos y las escaleras, da paso a la calma y al silencio. O casi. Porque en las horas vespertinas, que ahora en pleno invierno se quedan muy pronto en manos de la luz artificial, otro grupo de estudiantes, mucho más pequeño y con un perfil muy diferente, vuelve a dar vida a las aulas en busca de una formación tanto personal y académica.

El bachillerato nocturno es una modalidad de estudios que mantiene la vigencia, y más aún cuando en un tiempo de crisis el currículum vuelve a cobrar importancia y la preparación cobra de nuevo importancia como carta de presentación en el dificilísimo mercado laboral.

En Burgos capital, a lo largo de los últimos cinco cursos académicos, más de 1.200 personas han estado matriculadas en este bachillerato. Según datos de la Delegación Provincial de Educación el pico se alcanzó en 2013, con más de 270 inscritos, y este año la cifra ha bajado por debajo de los 200, siempre repartidos entre los institutos Diego Porcelos y López de Mendoza.

Allí encontramos esta semana, en plenos exámenes prenavideños, a chicos y chicas de más de 18 años (aunque hay algunos menores, que son la excepción) con perfiles muy distintos. Algunos encontraron trabajo en los tiempos de bonanza, creyeron que no era necesario seguir estudiando y ahora regresan a las aulas empujados por el desempleo y el exceso de tiempo libre. Otros fracasaron en los planes de estudios ‘convencionales’ y tratan de acabar su camino, convencidos por sí mismos o empujados por la insistencia de sus padres. Y otros realizan otro tipo de estudios por la mañana, o incluso trabajan, pero quieren completar su formación con el bachillerato como puente hacia un ascenso laboral, la universidad o un ciclo de grado superior.

El Diego Porcelos es el centro que más alumnos matriculados registra. Este año tiene 120 y llegó a contar con 164 el curso pasado. Su director, Alfonso Palacios, y el jefe de estudios del nocturno, Miguel González, explican que hace un par de cursos decidieron implantar la modalidad ‘B’ que concentra en dos años todas las asignaturas, igual que ocurre con el horario diurno, aunque sin límite ni de edad ni de años para acabar los estudios. «Los libros, el programa, los trabajos, el calendario y la exigencia es la misma que en el otro bachillerato», comenta González, aunque admiten que los estudiantes de la noche «vienen en muchos casos con la mera aspiración de sacar un 5, aunque también hay casos de matrícula de honor, que son en torno a un 10 por ciento».

La misma desigualdad de nivel observa Simona Palacios, jefa de estudios del nocturno en el López de Mendoza. «Tenemos desde el ‘coche escoba’ del diurno hasta gente muy buena que elige venir por su propio interés». Susana, profesora de Lengua en el mismo centro, corrobora que «hay gente que en su momento hizo el bobo cuando era joven, pero también encontramos al ama de casa o al soldado que necesita el bachillerato para promocionar». En el Mendoza, a diferencia del Porcelos, el modelo de bachillerato nocturno es el A, que reparte las asignaturas en tres cursos pensando en quienes disponen de menos tiempo.

Familiar y casi a la carta

Los dos centros coinciden en señalar que el menor número de alumnos por aula (la obligatoriedad de la asistencia no es tan rígida y pueden matricularse en unas pocas asignaturas en lugar de cursos completos) genera un ambiente más familiar, un nivel ‘a la carta’ capaz de adaptarse mejor a las capacidades de cada alumno y una experiencia más satisfactoria, incluso para el profesorado, que saca adelante los estudios de jóvenes (o no tanto, pues ha habido casos de alumnos de más de 50 años) que en ocasiones provienen de estratos sociales bajos y de familias con dificultades.

La crisis disparó los casos de quienes volvían al ‘redil’ del instituto tras una experiencia laboral fugaz en el mundo de la construcción. En el último curso, sin embargo, se observa una bajada de alumnado que en el López de Mendoza achacan a los engañosos brotes verdes. «Desde el mes de enero se nota que algunos se marchan, te dicen que han encontrado un contrato por horas en restaurantes de comida rápida o en comercios, pero ganan muy poco dinero y a cambio tienen que dejar de estudiar por ser un horario incompatible».

A la vista de la caída de alumnado puede reavivarse el debate que en alguna ocasión se ha planteado sobre la concentración del bachillerato nocturno en un solo centro para dar servicio a toda la capital, pero de momento continúan en dos centros separados. Sea como fuere en el futuro, seguirá siendo necesario para que mientras la mayoría descansa o se dedica al ocio haya un grupo de gente empeñando su tiempo en formarse bajo la luz de los fluorescentes y llegando a casa con el ‘prime time’ ya empezado.