Nostalgia de las libélulas y los búhos

Angélica González
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Las únicas vecinas del Parral, Rufi y Matilde, siguen quejándose -sin éxito- ante el Ayuntamiento por el descuido que se cierne sobre el parque

Son las únicas vecinas que tiene el Parral y desde hace nada menos que sesenta años, por lo que Matilde y Rufi constituyen algo más que una voz autorizada para que sus reflexiones sobre el pulmón del oeste de la ciudad sean escuchadas. Ellas lo intentan -dicen- a través de numerosas llamadas y correos electrónicos al Ayuntamiento y avisos a la Policía Local cuando creen que se está mancillando alguna parte del parque o vecinos incívicos alteran el orden de las cosas con ruidos o suciedad. Pero lamentan el poco caso que se les hace. Seguidoras puntuales como son de la actualidad de la política local, han expresado su opinión a propósito de las últimas noticias sobre el que es su ‘barrio’ prácticamente desde que nacieron.

Especialmente indignadas se encuentran por el precio que el Ayuntamiento le ha puesto a la colocación de puertas para el cierre nocturno: «Igual es que van a ser repujadas o de diseño o van a tener piedras preciosas y no lo sabemos, pero 300.000 euros nos parece una barbaridad», ironizan las hermanas. Además no les salen las cuentas porque ellas creen que son seis y no nueve las entradas que tienen que cerrarse por las noches.

Quieren, por otro lado, que los asadores -que en su día fueron construidos por personal del Ayuntamiento, según recuerdan, y ahora están precintados por los bomberos- sean retirados del todo, un deseo que se alinea, según dicen con el de Patrimonio Nacional: «Ahora solo sirven para que los jóvenes se meen y se caguen detrás de ellos por lo que es impresionante el hedor que desprenden».

Con respecto al plan de gestión que el Ayuntamiento tiene del parque, consideran que no es el más eficaz: «El único plan que hay ahora es que se cae una rama y se retira, se cae un árbol y se retira, en los tres últimos años no se ha repuesto ninguno de los rotos, caídos o talados. Hace menos de diez años se plantaron alrededor de 400 árboles como tilos y nogales que ahora serían el triple si se hubieran respetado ya que los que han sido destrozados por los que vienen a hacer aquí botellón superan con creces a los que han perdurado. Entre las novatadas y los botellones no había semana en la que no se rompieran varios de ellos», dice Rufi, que se define como una nostálgica de los tiempos en los que el Parral era -dice- un auténtico vergel «con el suelo de hierba y muchas plantas verdes, mariposas, libélulas, abubillas, búhos, lechuzas, erizos, topos, gorriones...  es decir, que había vida». En este sentido, lamenta que   la única fauna que hay ahora se componga de grajos y palomas aunque ve algún signo de esperanza desde que hay más tranquilidad -que también lo reconoce- en el parque: «Se deja ver ya algún que otro búho y lechuzas y están apareciendo algunas mariposas».

 

LAS CALVAS

Se duelen por las calvas que se vislumbran en buena parte de la superficie del parque, un asunto que, recuerdan, el propio vicerrector de la UBU René Payo lamentaba en estas mismas páginas. Se atreven a decir que superan el ochenta por ciento del total y vuelven a recordar cuando en el Parral había incluso arroyos cruzando todo el recinto con pequeños puentes para cruzarlos: «El deterioro del suelo empezó con la entrada de las peñas para la celebración del Curpillos, que antes era algo muy familiar, se iba a la procesión en Huelgas y después a la jira a comer la comida que se traía de casa, había un par de atracciones para los niños, una churrería, un puesto de chuches y poco más, ojalá se volviera a celebrar así y nosotras no somos las únicas que lo pensamos y lo decimos. La basura que dejan las peñas ese día -aparte de lo que retira el servicio de limpieza- es de tal magnitud que se acumula año tras año».

Se refieren las hermanas a los restos de brasas, cristales, vasos de plástico, pajitas, tapones y otros objetos no biodegradables que persisten a pesar del celo que ponen en dejarlo como una patena los trabajadores municipales: «Es difícil que encima de esos restos pueda volver a crecer la hierba», reflexionan. Por otro lado, tienen su propia opinión con respecto a la idea de poner el recinto en el que ellas viven a disposición de la Universidad de Burgos: «Terminaría siendo un botellódromo como ocurría hasta hace bastante poco tiempo. La Universidad tiene un buen terreno detrás de la Facultad de Económicas que si en vez de estar cubierto de gravilla lo plantan de hierba, los  estudiantes lo pueden usar para su esparcimiento y sin tener que ir muy lejos porque lo tienen justo a la puerta de clase».