¡Angelitos!

R. Pérez Barredo / Castrillo
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Cientos de personas asisten en una tarde sofocante al rito pagano del Colacho, diablo volatinero que saltó a decenas de criaturas nacidas este año y rescatadas del influjo del mal por el agua bendita

Había que ver a esas pobres criaturas, ¡angelitos!, allí postradas al sol inclemente por más que las madres hicieran lo imposible por inventarse una sombra con paraguas, manos, bolsos, lo que fuera para evitar el calvario de esos bebés expuestos a la calorina vespertina de este junio con solera. Lloraban muchos; los más, berreaban; algunos, como excepción, enseñaban las encías en una mueca feliz, de puro goce inocente, ajenos a la canícula, al estruendo de los tambores, al alboroto de la muchedumbre que se arracimaba en todos los rincones como si lo regalaran, comentando esto y lo otro. Hasta que el redoble del bombo asustó a todos e irrumpió en la escena el personaje esperado: el Colacho. ¡Colacho, mamarracho! ¡Colacho, borracho!

Saltó el Colacho y se detuvo hasta el aire que había estado barriendo las callejuelas de Castrillo de Murcia; saltó el Colacho y la tarde se agostó en oro y el sol se fue colgando de las impecables y purísimas sábanas perfumadas de rosas que hermoseaban las fachadas de las casas.Saltó el Colacho con agilidad de diablillo haciendo sonar la tañuela y blandiendo la cola de caballo ante la tensión de los padres y abuelos que, con elegante atavío de los días de fiestas, estaban en un ¡ay! y suspiraban, y eso que ya no se salta a lo largo, como antaño, que tenía mucho más mérito y daba más emoción a esta singular tradición, Fiesta de Interés Turístico Nacional nada menos.

Y la multitud gozaba, lanzaba fotos, jaleaba, seguía con atención los saltos del malvado y volatinero Colacho, mamarracho, borracho, tripas de macho. Niños de comunión lanzaban pétalos de rosa sobre las pequeñas criaturas.

Fotógrafos de prensa, curiosos turistas llegados de los más remotos lugares atraídos por esta folclórica tradición secular que genera asombro en quienes lo ven por vez primera, se apostaban en las mejores alturas para capturar el instante mágico de este rito profano, atávico y telúrico que hunde sus raíces en la noche de los tiempos.

Y la Bendición. Empuñaba el zurriago el Colacho en su escalada saltarina y perjura por todas las callejas del pueblo en que se acunaban niños sobre los mullidos colchones, pero detrás pasaba el páter con la Custodia y bendecía a los pequeños nacidos este año, a su inocencia sagrada, ahuyentando así toda influencia demoníaca, expulsando el mal, derrotando con el agua purificada al Colacho, que, vencido, huyó para regresar el año que viene. Colacho borracho. Colacho mamarracho. Colacho tripas de macho.