El folclore coge altura

I.L.H. / Burgos
-

Danzantes y bailarines contemporáneos al ritmo de la 'rueda' se unieron para rememorar en un sueño aéreo los viajes de los Gigantillos • El espectáculo degran formato arropó otra jornada de multitudes

El mismo guión, pero con distinto atrezo. La Noche Blanca más fresca de su historia retuvo como lo que es, una jornada con una agenda más completa. Porque hubo barullo de gente, pero no tan exagerado como en años anteriores. Volvió a haber largas colas en determinados lugares (lo de jardín de las carmelitas fue impresionante), aglomeraciones puntuales, bares sin hueco, párkings completos y mucha gente en las calles sobre todo por la tarde. Sin embargo al caer la noche y concluir ciertas actividades, algunos escenarios quedaron desangelados como la Plaza Mayor, la del Rey San Fernando o la de la Libertad, que había acogido el revuelo de los polvos de colores. Y en otros, aunque con muchos espectadores, no hubo los problemas de antaño para conseguir un hueco frente a la Catedral o ver el espectáculo de gran formato, en este caso en el paseo de Atapuerca.

Con todo, la Noche Blanca volvió a convertirse en una jornada de multitudes, de participación, de atascos en la calle y de conocimiento de la propia ciudad. Un día para reivindicar la cultura propia y más cercana. Y para hacer del folclore un espectáculo de altura.

Ese, al menos, era el espíritu de Rueda: fusionar el baile de los Gigantillos con la danza aérea; la dulzaina con los sonidos y arreglos modernos; la jota con la vanguardia:«La idea principal era coger las figuras de los Gigantillos como representación del folclore de la tierra y rememorar  con un aéreo alguno de los viajes que han emprendido», resumía Sergi Ots, director artístico del proyecto.

Ocho danzantes del Comité de Folclore bailando sobre el escenario se reflejaban en el aire en el movimiento de ocho bailarines de Estampades. Al ritmo de las jotas, los aéreos creaban estrellas, hexágonos, rombos, cuadrados y, por supuesto, una rueda: «La rueda es un símbolo porque es uno de los ritmos que más nos diferencian del resto de España, un 5x8 y un 10x8 que además es un emblema de la provincia», añadía Diego Galaz, que dirigió a Jorge Arribas, Pablo Martín y Miguel Azofra; con las dulzainas Javier Plaza, Fernando Díez y Roberto Gutiérrez, y a la caja, Jesús Santamaría. Los Gigantillos de siempre y los que construyó Justo del Río en 1945, las jotas y los danzantes levitaron en un sueño que alcanzó hasta 15 ó 20 metros de altura, convirtiendo el folclore tradicional en un espectáculo contemporáneo.