Un político curtido que regresa a su casa

R.B.
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Octavio Granado vuelve a dirigir la Seguridad Social como secretario de Estado

En política, como en casi todo, los tiempos resultan fundamentales y la flamante ministra de Empleo, Magdalena Valerio, ha tenido la suerte de que le ha tocado armar su departamento a mediados del m es de  junio. Si esta operación no hubiera coincidido con el fin del curso escolar, Octavio Granado hubiera declinado el ofrecimiento de ser secretario de Estado de Seguridad Social. No lo hubiera hecho por falta de ganas, ni de ilusión, ni mucho menos de preparación -ya ocupó el puesto entre 2004 y 2011 y su labor fue alabada no solo por socialistas, sino también por adversarios políticos-. Es su sentido del deber el que le hubiera impedido dejar colgados a sus alumnos del Félix Rodríguez de la Fuente para acerse cargo de la nueva encomienda. Cualquier otro político hubiera abandonado todo para volver al primer plano de la política nacional. Para él, sin embargo, es más importante demostrar con el ejemplo los valores que ha tratado de inculcar a sus alumnos en el aula.

Octavio Granado (Burgos, 1959) tiene tan interiorizada la necesidad de cumplir con aquello a lo que se compromete que este es ya uno de los rasgos principales de su personalidad. Tal vez sea esta característica la que le ha convertido en el candidato idóneo para ocupar un puesto en el que vio pasar ya a tres ministros en su anterior etapa. Lo delicado de la situación actual y la corta duración de la legislatura obligaba a elegir a un experto. No hay tiempo para ponerse al día; resulta imprescindible gestionar desde el principio. Por eso la llamada no le sorprendió. Aunque había repetido hasta la saciedad que su tiempo en el primer plano de la política había pasado ya, era consciente de que ahora no podía negarse a dar el paso. El  Gobierno y el PSOE le necesitaban y salió a relucir de nuevo su sentido del deber. 

Para ahondar en el perfil de Octavio Granado resulta imprescindible hacer mención a su padre, Esteban Granado Bombín. De él heredó no solo la militancia en un partido que ayudó a refundar, sino también la pasión por la lectura y el estudio «y un sentido calvinista de la honradez», como le gusta recalcar. En la vieja trastienda de la librería familiar, el nuevo secretario de Estado de la Seguridad Social pudo ojear libros prohibidos y asistió a debates políticos donde comprendió el valor del compromiso y la fuerza de los ideales.

Mucho antes de licenciarse en Filosofía y Letras ya había prendido en él el virus de la política. Firme defensor de los derechos de los trabajadores, no dudó en afiliarse a UGT tras flirtear con el trostkismo, algo habitual en aquellos procelosos años 70. Con el cambio de década, ocupó un sillón en el salón de plenos municipal, compartiendo bancada, entre otros, con Rosa de Lima Manzano y Aurelio Rubio, ambos fallecidos, que guiaron sus primeros pasos en un cargo público. Pronto, sin embargo, mostró su querencia por una política regional que aún andaba a gatas. Durante 20 años (entre 1983 y 2003)) ocupó un escaño en Fuensaldaña y hasta 2001 compatibilizó sus obligaciones en las Cortes de Castilla y León con su puesto de senador designado por la comunidad. Hasta que el entonces secretario regional Ángel Villalba decidió por las bravas ocupar su puesto en la Cámara Alta.

El instituto fue entonces su refugio. Cambió sus dotes parlamentarias por su facilidad para la enseñanza pero lo que no variaron fueron las simpatías que siempre granjeó a su alrededor. Sólo su imagen en las distancias largas le impidió acceder a puestos de más relumbrón o a ser candidato a la Alcaldía de Burgos, ciudad de la que nunca ha querido irse. Colaborador en la sombra de Ángel Olivares en la campaña de 1999, la que le llevó a ser alcalde, hoy vuelve a coindir con él en el Gobierno.   

Casado y con dos hijos, Octavio Granado afronta esta nueva etapa con la ilusión de un recién llegado, pero con la responsabilidad de quien conoce perfectamente el diagnóstico de la situación. Aún permanece fresco el buen recuerdo que dejó de su anterior etapa y le será fácil comenzar a trabajar. Sabiendo, eso sí, que pase lo que pase en el futuro, siempre tendrá el refugio de su instituto. Donde se hizo profesor, y  donde ha sabido volver cada vez que su experiencia y su valía no tenían cabida por los vaivenes de la política.