El último romántico del pastoreo

I.P. / Santa Cruz de Juarros
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Ángel Álvarez, gallego de Ribadeo, lleva 17 años como pastor en Santa Cruz. Después de dar la vuelta al mundo como marino mercante y pescador de altura, un día soñó que 'conducía' un rebaño y viajó tierra adentro para hacerlo realidad

Linda y Chispas no se separan ni un minuto de Ángel, que cada día pastorea con el horizonte de las primeras cumbres de la Demanda, al fondo. - Foto: Luis López Araico

El día es radiante, a pesar de algunas nubes que se dibujan en los valles al otro lado del camino donde un rebaño de 1.300 ovejas pastan y pasean como apurando los rayos del sol de noviembre que en breve se tornarán lluvias o nieves. Un silbido potente resuena y el rebaño, que comenzaba a desperdigarse, se estremece y retorna sobre sus pasos. En un momento, se vuelve a reunificar como empujado por un resorte.

El autor del silbido no es otro que Ángel Álvarez, el pastor de Santa Cruz de Juarros, un romántico que hace 25 años cambió las aguas bravías de los mares del norte por la calma de los terrenos zamoranos, primero, y los burgaleses de juarros desde hace 17 otoños. No se ha arrepentido nunca porque como buen gallego, nacido en Ribadeo, el mar le tiró desde niño pero también los animales y sobre todo, la naturaleza en estado puro. Ha cumplido sus dos sueños y ahora, a sus 56 años, ya solo busca seguir disfrutando de su rebaño, en un entorno cuya biodiversidad ha contribuido a mantener porque él y los jóvenes ganaderos para los que trabaja, saben que el pastoreo es la mejor de las formas tradiciones ganaderas  de mantener limpios los montes.

Cada mañana, Ángel se hace el petate, mete la comida, bebida, su transistor, su móvil y, dependiendo de la estación, el impermeable, paraguas, ropa de abrigo o, simplemente, algo más ligero y sale con sus perras Linda y Chispas a buscar a su rebaño al campo, montado en el vehículo de uno de sus jefes. Excepto en invierno, cuando se cobijan en las tenadas, el resto del año duermen a la intemperie, pero como listas que son, buscan el cobijo de los pinos para no pasar frío.

Hoy, Ángel, sus ovejas y sus perros están pasando la jornada en los pastos entre Cabañas y Matalindo, barrios de Santa Cruz, donde vive y tiene su segunda familia desde que llegó al pueblo; la otra, su madre y sus 10 hermanos siguen en su Lugo natal. No es una familia de mujer e hijos, es la de los vecinos, dice, agradeciendo el cariño con el que le recibieron entonces y la amistad que se ha ido incrementado con el paso de los años.

Es feliz, está integrado en el pueblo y cuando termina su jornada laboral, ahora en este tiempo hacia las 4 de la tarde, pero en primavera y verano, mucho más tarde, se reúne en la cantina del pueblo con los vecinos, charlan, echan la partida y cada miércoles no perdonan la cena, alternándola en las cantinas de Cuevas y Salgüero. En todas estas reuniones, Ángel ha contado a sus contertulios mil y una historia de sus años en la mar, como hace ahora conmigo, mientras no quita ojo al rebaño y silba de vez en cuando.

Con tan solo 16 años, este lucense se alistó en la marina mercante, surcando las aguas de medio mundo. Hace 25 años ya, sin embargo, que dejó los barcos al sufrir un derrame pleural húmedo con tuberculosis que le tuvo cuarenta días ingresado. Tras trabajar en su pueblo natal en una granja de conejos y en el mesón del puerto, un día se topó con un rebaño de ovejas, y en ese momento, le surgió una especie de vocación que se dijo para sí: un día tengo que ser pastor, y dicho y hecho. Esa ilusión unida a la necesidad de tener que buscar un clima más seco, le hizo viajar tierra adentro buscando ganaderías y recalando en un pueblo de Zamora donde estuvo pastoreando un par de años, y después a Santa Cruz de Juarros, donde asegura haber encontrado muy buena gente y mejores jefes. Trabaja para los hermanos Daniel y José Miguel y Angelín y Vicente; son dos ganaderías diferentes y en tiempo de parideras, cada cual atiende su explotación pero pastan y se resguardan juntas en el pinar durante la noche. Cuando hay mucha nieve, se cobijan en los corrales. Siempre bajo la protección de los tres mastines, Niebla, Lanas y Thor.

Apasionado como es del ganado, Ángel cree que los rebaños pueden ser una oportunidad para los jóvenes, «aunque éstos no parecen apostar por ello porque en todos estos pueblos había muchos y ahora apenas quedan», se queja.

Pese a las muchas horas que pasa en el campo, no se aburre, primero porque tiene la radio y porque siempre hay algo que hacer: coger setas en su época, endrinas, moras... Todo lo que coge lo reparte con los vecinos que a su vez también le llevan a casa muchas cosas.

La tentación de llevarse un libro en la mochila la ha tenido pero asegura que es imposible concentrarse porque hay que estar siempre con la vista puesta en el rebaño. Y hablando de libros. Ángel no descarta escribir sus memorias cuando se jubile. Desde luego no le falta memoria ni anécdotas sobre las que construir un buen relato. En su mes de vacaciones al año, generalmente en septiembre, cuando termina la época de cosechar, aprovecha para hacer algún viaje. Este año ha estado por tierras cacereñas.