Los voluntarios del cambio

P.C.P. / Burgos
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Anselmo y Javier, bomberos del Parque de Burgos, vuelven de Lesbos tras 17 días. A falta de muchos rescates en el mar, ayudaron a sacar a flote mente y cuerpo

Iban para cambiar las cosas y se las encontraron ya cambiadas. No para bien ni a mejor. El drama de la guerra, la desigualdad y la discriminación sigue presente.Solo que no arriba a la costa griega jugándose la vida sino que encara el peligro de la desesperanza y la incertidumbre, más profundo y dañino cuanto más cerca se intuye la salvación final.  

Con ese panorama, Anselmo Bustinduy y Javier Pérez tuvieron que improvisar y, en vez de tirar tanto de músculo y neopreno, encontrar otras formas de ser útiles.Fue así como acabaron por desmontar cocinas, repartir alimentos, tocar la guitarra, impartir un taller de percusión, organizar un partido de voleibol... Hasta tuvieron tiempo de acudir a 2 manifestaciones y una boda.

Los dos bomberos del Parque de Burgos se desplazaron a Lesbos con G-Fire, una oenegé de profesionales del gremio en Castilla y León.Junto a Raúl, compañero en elAyuntamiento de Salamanca, han trabajado durante 17 días en la isla griega. Partieron para atender desembarcos de inmigrantes en una zona de la costa previamente asignada, «la que nadie quiere», pero se encontraron con que el ritmo de llegada de barcas se ha reducido tras el acuerdo de la UE y Turquía.

Aun así, tuvieron una primera semana con trabajo, nada similar a los 5 desembarcos diarios que atendieron turnos precedentes pero mucho en comparación con quienes les han relevado, que encadenan 12 noches sin llegadas a tierra. Y la inactividad es casi peor que recibir a gente desamparada. «¡Qué hacemos aquí, si no hay nadie!», se preguntaban durante las guardias nocturnas de 12 horas. Hasta que decidieron ir allí donde podían ser más útiles.Cada vez que tenían noticia de la arribada de una barca al sur de la isla, uno se quedaba de guardia en su zona y los otros 2 acudían con mantas térmicas, café...

El primer desembarco en el que actuaron fue como «revivir los vídeos» de otros, pero con el intenso olor a pegamento de los botes de agua cutres y endebles. «En un principio te centras en cómo organizar la intervención.Después, ya con más calma, puedes pensar en la tragedia y ver que son gente como tú, no son pobres -el viaje cuesta 1.000 euros mínimo, tienen formación...», explica Bustinduy. Han visto llegar a muchos niños,  «de días, de meses.Al principio están quietos. No dicen nada.Les quitas su ropa, les pones otra seca...El papelón es el que están interpretando los padres, para no transmitirles esa angustia», apostilla. Aun siendo conscientes de que les van a deportar, que muchos lo son, nadie intenta escapar de la policía. Esperan allí hasta que vienen a buscarles. «Antes llegaban contentísimos y la gente les recibía entusiasmada. ‘Welcome to Europe’ (Bienvenidos a Europa) les gritaban. Tras el acuerdo, todo ha cambiado», detallan. Ayer mismo, les llegó la noticia de que el campo ‘No boarder kitchen’ había sido desmantelado y los 400 refugiados detenidos, junto a los voluntarios que lo gestionaban.  

A fuerza de recortar horas al sueño, tanto que lo dejaron en 3 por noche, recorrieron los campos que no son centros de detención en busca de otras líneas de trabajo. Sobre todo de «distracciones, porque hay mucha presión y por cualquier chorrada puede saltar la chispa», detallan para resaltar que, con la misma intensidad que discuten, ríen o disfrutan de la música y el ritmo que sale de 4 latas y unos palos de escoba.

Javier recuerda a los burgaleses que le pidieron que gritase por ellos contra ese pacto.Y lo hizo en dos manifestaciones, cuando voluntarios de las decenas de organizaciones de todo tipo, origen y tamaño, protestaban frente a las deportaciones. «Tampoco se podía hacer mucho más que gritar», aunque cuando al lado tienes a un inmigrante que ha perdido a toda su familia ahogada, los lemas se cargan de razones.