«Una persona con cáncer agradece más que le hagas la comida que los mensajes en plan 'ánimo, que tú puedes'»

Angélica González / Burgos
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Inma Martínez García • Psicóloga clínica, psicooncóloga de la AECC

Inma Martínez (Logroño, 1971) no solo es psicóloga clínica y psicooncóloga en la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) de Burgos con más de 18 años de experiencia a sus espaldas en la atención y en el apoyo emocional a los pacientes con un tumor. Es también una mujer que recuerda nítidamente cómo ayudaba a su madre a curar a la abuela las heridas provocadas por la extirpación de un pecho por un cáncer y sus gritos de dolor, y que perdió a otros dos familiares por esta enfermedad. Por eso, en el despacho de Inma no solo hay profesionalidad y empatía sino experiencia personal, lo que hace que sea un elemento fundamental de la entidad.

¿En qué momento llegan los pacientes a verla y cómo se encuentran?

Depende. Esta mañana (por el miércoles) he conocido a una persona que ha sido diagnosticada el 13 de octubre y me ha llamado hoy, y el viernes conoceré a otra que le han diagnosticado esta mañana... A otras las conozco al final de la quimioterapia, porque están tan hartas y tan superadas por el tratamiento que necesitan mucho apoyo. Veo los dos extremos: el primer impacto y al final del proceso. Y todas llegan con un choque emocional enorme porque no se creen que les esté pasando esto. ¿Por qué a mí?, se preguntan.

¿Tiene respuesta para eso?

No. Ni tú tampoco, nadie la tiene. Hay que dejar a la persona que airee sus sentimientos, sobre todo la rabia. Se preguntan por qué les ha pasado esto en un momento en el que todo les iba bien y qué han hecho para merecerlo, hay quien piensa que es un castigo. Y no lo es.

Me imagino que tiene que ver con la cultura judeo-cristiana del castigo y la culpa...

Claro, sí, y cuanto más mayor es uno, más les pasa.

¿Esta manera de pensar hace que haya gente que rechace los medicamentos contra el dolor?

No, pero la gente se resiste y se los toma muy tarde o veo cosas muy peregrinas, como que les dan la quimioterapia y se quitan el omeprazol o la pastilla de dormir, es decir, todo lo que hace que lleven mejor los efectos secundarios.

¿Cuál es el papel que usted desempeña con ellos?

Soy como un espejo que refleja las emociones que tienen y se las devuelvo para que las vean, les pongan etiquetas y veamos qué se puede hacer con ellas.

Entiendo que le da lo mismo que suelten todos los tacos del mundo o que digan cualquier barbaridad...

Por supuesto, he visto de todo: personas que me han echado a mí la culpa de lo que les estaba pasando en la primera consulta. Gente que en ese momento está muy enfadada contigo y te toca. Hace poco me pasó con una persona que estaba enfadadísima con el mundo y me tocó a mí el chaparrón.

¿Y cómo lo encaja?

Pues, sobre todo, no tomándomelo como algo personal, que es lo primero que le digo a la familia: nunca hay que tomarse las reacciones de un paciente como algo personal, está hablando la enfermedad y son emociones. Tienes que dejar que airee la emoción: dejar llorar si se necesita o que diga barbaridades si lo que quiere es despotricar. Después intervienes, hablas y elaboras cosas.

Parece que esto tiene que ver con el hecho de que la ecuación sigue siendo cáncer igual a muerte...

Sí, la gente lo sigue viendo así. Pero yo no lo creo porque cada vez se hacen mejores pronósticos, viven con mejor calidad de vida, hay menos efectos secundarios, se han mejorado las cosas y los tratamientos afinan más, son más a la carta, todo funciona mejor.

¿Los médicos comunican bien un diagnóstico de cáncer?

Todos los médicos no son buenos comunicadores. Muchos son muy buenos oncólogos, hematólogos, patólogos... pero no sé si les preparan para dar malas noticias. Luego también depende de cómo sean ellos: les hay más paternalistas, otros más autoritarios. Todo  tiene que ver con su capacidad de comunicación, de su personalidad y de lo que le deje entrever el paciente porque hay algunos que dejan claro que no quieren saber.

¿Qué hacer en este caso? ¿Se les dice o no se les dice?

Pues tienen derecho a saber y a no saber, a las dos cosas, y esto hay que respetarlo. El médico tiene que detectar la necesidad del paciente y leer entre líneas: si no pide el informe, si en la consulta no habla y solo lo hace su acompañante... va dando pistas. Y también hay veces que las familias son muy sobreprotectoras y no quieren que el paciente tenga la información.

¿Qué aconseja usted?

No obligarle nunca a saber si no quiere. Pero también creo que la información es poder y que cuanto más se sepa más capacidad hay de tomar decisiones y de participar en la propia enfermedad. Pero también hay personas que por su proceso utilizan como mecanismo de defensa la negación o la evitación porque, de lo contrario, emocionalmente tendrían un estado que no ayudaría al médico ni a la familia.

¿Por qué hay gente que no quiere saber que está enferma?

Es un mecanismo de defensa. No quieren saberlo porque se les van a precipitar un montón de emociones que quizás no van a poder afrontar.

¿Hasta qué punto el factor emocional influye en la evolución de la enfermedad? ¿Qué hay de cierto en que la buena disposición, el optimismo y el ánimo hacen que todo vaya mejor?

Realmente, nada. Cuando una enfermedad está ahí, está. Lo que influye es cómo lo vive el paciente y la familia. Un paciente que intenta hacer una vida organizada, que sabe dosificar hasta donde puede hacer las cosas, que se pone objetivos realistas, ayuda a la familia y cuando va al médico, colabora, tiene mucha adherencia al tratamiento y esto es bueno para todo el mundo. Y el ansioso, el triste y el decaído que no quiere salir de casa no lo pone fácil.

¿Un diagnóstico de cáncer puede llegar a desestructurar a una familia?

A veces sí, sobre todo si hay un problema anterior. Pero si es estable, todo ha funcionado más o menos bien y tienen recursos y habilidades, no tiene por qué.

Me refiero a que si es un momento de inflexión, de hablar de lo que no se había dicho antes, de  sacar los fantasmas...

Hay veces que sí. Muchas personas, como consecuencia de la enfermedad, se plantean que no les gustaba la vida que había llevado hasta entonces. Y se plantan. Y deciden dejar el trabajo o algunas amistades o se plantean una separación porque piensan que su pareja no les ha cuidado como se esperaban durante el proceso. La vida es como una pirámide de aspiraciones, proyectos, necesidades, valores, actitudes..., y la noticia de un cáncer la tira entera por tierra y uno empieza a retomar su pirámide con otras prioridades y hacerla mucho más coherente.

¿Ha conocido a gente a la que el cáncer le ha hecho mejor o más feliz?

A mucha. Es algo increíble, tengo muchas personas que dicen que antes no disfrutaban de la vida y que ahora la viven mucho mejor. Aprecian más la familia o un trabajo que antes no les gustaba y aprenden a vivir el día a día y dejarse de pensar en el futuro.

¿Cómo afecta el proceso hospitalario de citas, pruebas, análisis, ingresos..?

Les genera muchísima angustia porque son factores muy estresantes. El hospital es, de entrada, un entorno muy hostil y la gente no sabe qué le va a pasar. También temen los efectos secundarios de la quimioterapia y hay pacientes que se callan y no dicen lo mal que están porque les da pavor ingresar. Pero también te digo que esto se suele paliar con el trato y la calidad humana de todos los profesionales del Hospital Universitario de Burgos, quees impresionante.

¿Debería haber piscooncólogos en el HUBU?

Sería estupendo, aunque el hospital cuenta con un psicólogo clínico y el equipo de los PIR (psicólogos en formación) que atienden a pacientes. También intervienen los psicooncólogos de la asociación. Pero sería fabuloso.

Se acaba de celebrar el Día del Cáncer de Mama y el discurso general ha sido el de que las afectadas son mujeres valientes, con coraje, que van a vencer a la enfermedad. Pero, ¿qué pasa con las cobardes, con las que tienen pánico a lo que les está pasando y no tienen ganas de luchar?

Pues que tienen los mismísimos derechos que las valientes y hay que arroparlas más que a las otras. Porque no todo el mundo está preparado para pasar un proceso así y ante eso hay que ser muy respetuoso. A veces los pacientes me dicen que se sienten invadidos: «Todo el mundo me dice, ánimo que tú vas a poder con todo, venga, que vas a salir adelante»... y eso les pone de los nervios.

¿Las personas de su alrededor tendrían que actuar con mayor prudencia?

Pues sí, porque no les gusta nada eso del ‘venga, anímate, que tú puedes’. Me cuentan que lo que necesitan es que les aguanten la llorera cuando les llega o que entiendan que manden a hacer gárgaras a un amigo o familiar cuando les invitan a dar un paseo porque no les apetece, o que se ofrezcan a hacer unas lentejas el día que no tienen fuerzas para levantarse y hacer la comida. Que respeten su cansancio, que les den mimos cuando los necesiten. Agradecen más esto que esos mensajes de ánimo.

¿Qué pasa cuando hay niños pequeños en la familia?

Hay que hacerles partícipes en todo momento porque tienen tanto derecho a estar informados como los adultos. Un niño a partir de los 5 años puede ser incluido en el proceso y hay que decirle que la enfermedad se llama cáncer y se lo tiene que decir el paciente, no de otra persona. No puedes dejar a un niño al margen de este proceso porque va a convivir con ello.

¿Sigue habiendo pudor a la hora de decir que alguien cercano tiene cáncer?

Cada vez menos pero sí sigue habiéndolo porque esta enfermedad ha estado rodeada siempre de mucho tabú. Te diré que aún hay quien me pregunta si esto es contagioso. Yo soy partidaria de contarlo porque se normaliza y se quita hierro al asunto.

Así que hay que olvidarse de eso de la larga y penosa enfermedad...

Sí, eso es tristísimo; además, todo el mundo sabe a qué se refiere. Hay que llamar a las cosas por su nombre.

Sabemos que hay tratamientos muy avanzados pero la gente se sigue muriendo de esta enfermedad. ¿Qué papel juega la psicooncóloga en el caso de una persona que tiene una previsión de vida corta?

Vamos al domicilio y se trabaja, sobre todo, en abrir canales de comunicación con la familia, que muchas veces están cerrados.

¿Cómo verbalizan que saben que se van a morir?

Muchas veces dicen que tienen mucho sufrimiento, que ven lo que va a pasar pero que no saben cómo contarlo ni saben cómo explicarles sus necesidades porque tienen miedo a hacerles daño y ahí lo que hacemos es intervenir para evitar una conspiración del silencio. El familiar tiene necesidad de hablar con el paciente hasta de cosas materiales: papeleo, testamento, la despedida...

¿Es bueno organizar esto?

Creo que los pacientes que son capaces de organizar sus cosas, su despedida y de decir lo que necesitan hasta el final hacen que la familia luego haga un mejor duelo.

¿Por qué cuesta tanto hablar de la muerte?

Porque no aceptamos que todos somos finitos, que nos vamos a morir.

¿Qué cambios deberían darse para aceptarlo con más naturalidad o celebrar la vida de alguien como ocurrió en la despedida del pintor Ignacio del Río, donde hubo baile y risas?

Esto es una buenísima idea, ojalá pudiéramos hacerlo siempre. O los ritos de antes, que eran mucho mejores: a la persona se le velaba en casa, los amigos hacían compañía, se invitaba a un café al que llegaba... Pero ahora todo está afuera como los tanatorios, que se construyen lejos de la ciudad.

¿Qué papel juega en su trabajo el sentido el humor?

Mucho. Yo les pongo, a veces, en situaciones extremas para que vean lo peor que les puede pasar, para poder reírnos. La técnica del humor es fabulosa, a veces ellos saben hacerlo con su calvicie o con la peluca... A mí me han hecho reír muchos pacientes. Pero te diré que también me emociono.

Seguro que tiene a muchos pacientes enganchados en la memoria...

Me acuerdo mucho del primero, Fernando, al que atendí en Aranda. Luego vi morir aquí a su hija y fue tremendo.

¿Enterrar a un hijo es lo peor que puede pasar?

Sí. Es antinatural.

¿Cómo ayudar al que lo sufre?

Como a cualquiera en duelo aunque a ellos les cuesta más despedirse, recoger sus cosas, cerrar esa puerta... A veces preguntan cómo pueden aprender a vivir sin él, cómo llenarán el hueco pero yo les digo que nunca se llenará, tienen que aprender a vivir con ese hueco. Una cosa que ayuda mucho a las madres es hablar de los hijos, ves que se les ilumina la cara.