El enigma de Guernica

R. Pérez Barredo / Burgos
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El 79 aniversario del bombardeo de la localidad vizcaína ha coincidido con la desaparición del burgalés Jesús Salas Larrazábal, el historiador que desinfló el mito de aquella acción bélica

 
 
Fue el primer historiador en desmontar uno de los principales mitos de la Guerra Civil. El burgalés Jesús Salas Larrazábal, fallecido hace unas semanas en Madrid, siempre defendió que en el bombardeo de Guernica, quizás uno de los capítulos más manipulados de la contienda española, el número de víctimas mortales no había superado las 150, frente a las casi 2.000 que contabilizó el Gobierno vasco y que esgrimió ante el mundo para denunciar la atrocidad de un ataque aéreo sin parangón. El hecho de que la localidad vizcaína fuera el símbolo de los fueros vascos y que, a resultas de aquella acción bélica ejecutada por la aviación alemana que apoyaba al bando sublevado, e inspirado por ésta, un pintor español alumbrara en su exilio francés una de las obras maestras de la historia del arte, nunca contribuyó a que se llegara a un consenso en cuanto al resultado del bombardeo. Los últimos estudios publicados al respecto, que datan de 2008, se acercan a aquella cifra de 126 que anotó Salas Larrazábal en su libro Guernica, publicado en 1987.
El historiador burgalés, a la sazón ingeniero y oficial del Ejército del Aire, siempre defendió que Guernica fue atacada en abril de 1937 no porque fuese un símbolo de la idiosincrasia del pueblo vasco y se buscara una masacre de civiles, sino porque la villa vizcaína tenía un marcado carácter militar: tres cuarteles de gudaris, siete refugios antiaéreos para una población de 5.000 habitantes... Algo a su entender desproporcionado. Salas Larrazábal siempre consideró que la mitificación de Guernica no se debió tanto al Gobierno vasco y la República como al periódico británico The Times. No en vano, fue en este prestigioso rotativo donde el reportero George Steer, que estuvo en Guernica después del bombardeo, publicó unas crónicas. «Familias enteras, todos muertos y amoratados, llenos de contusiones. Fueron trayendo más cuerpos de las afueras de Guernica con balazos de ametralladora; uno de ellos, el de una preciosa niña (...) El objetivo del bombardeo parecía ser la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza vasca», escribió en una de ellas.
Quiso el azar que uno de los lectores de aquellas encendidas crónicas fuese Picasso. El pintor malagueño quedó conmocionado por tanto horror. Al día siguiente comenzó a trabajar en un gran lienzo, al que dedicó los dos meses. Esa obra, titulada Guernica, fue expuesta en la Exposición Universal de París de ese mismo año. Desde ese instante el cuadro se convirtió en uno de los grandes iconos del siglo XX y en el más desgarrador de los gritos antibelicistas de la historia de la humanidad.