Los inquilinos de 1.115 edificios de la ciudad sobreviven sin ascensor

G. Arce / Burgos
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En la provincia están habitados otros 2.584 bloques con cuatro o más plantas de altura en los que la escalera es el único medio de acceso posible a la vivienda

Nadie se acuerda del ascensor hasta que falta o falla y se experimenta en carne propia lo que es subir o bajar varias decenas de escaleras para acceder o abandonar la vivienda habitual cada día, cada mañana, cada tarde, cada noche... La carencia es especialmente dramática para las personas enfermas, las discapacitadas o los ancianos y para los que muchas veces van cargados con las bolsas de la compra, con el carrito del bebé, con un mueble, con un acuse postal de recibo, con una bombona de butano, con un paciente inmovilizado... Los inquilinos de 1.115 edificios de la ciudad, agrupados en torno al casco histórico y las barriadas de más de 50 años de antigüedad, saben lo que supone no disponer del elemento de movilidad arquitectónica que más barreras supera. A ellos hay que sumar los vecinos de los otros 2.000 edificios repartidos por la provincia, especialmente en los municipios más poblados donde han prosperado los bloques de viviendas con 4 o más alturas. Miranda y Aranda suman más de 500 inmuebles cada una; Medina y Villarcayo  278 y 255, respectivamente.
El censo del Instituto Nacional de Estadística (INI) y los estudios de mercado de compañías especializadas como Caas-Orona estiman que en Burgos hay 6.069 edificios con uno o varios ascensores en servicio, la mayor parte de los levantados a partir de las décadas de los años 60 del pasado siglo. Hay otras 107.158 construcciones para vivienda que no disponen de este servicio, y entre ellas todavía quedan 3.726 con más de 4 alturas en las que reina la escalera.
Entre estas últimos, están las viviendas que se promovieron en torno a mediados del siglo XX, la mayor parte de ellas con las 4 o 5 alturas clásicas del desarrollo urbanístico de la posguerra y que suman 2.010 y 1.247 edificios en la provincia, respectivamente. También están los bloques de apartamentos que prosperaron en la zona de Merindades para acoger a los veraneantes. De 6 plantas hay casi 400 casos sin servicio de montacargas y a partir de esa cota empieza a descender el número en la estadística, aunque aún quedan.
 
Cota cero. Estas cifras apenas se han reducido en los últimos años por la imposibilidad física de instalar un ascensor en los bloques más antiguos: o no hay espacio suficiente en las escaleras, o la ocupación de los bajos y el tamaño del portal impiden la obra civil, o las zapatas de la cimentación imposibilitan cualquier actuación, e incluso hasta el patio interior es tan estrecho que cierra el paso a cualquier alternativa.
Todos estos peros, explican desde el sector especializado en estas actuaciones, disparan los presupuestos y exigen un esfuerzo económico a unas comunidades de propietarios en muchos casos muy envejecidas, poco habitadas o donde abunda el alquiler.
Aunque cada bloque es un mundo, instalar un ascensor en el hueco de la escalera puede oscilar desde los 12.000 hasta los 30.000 euros si alcanza las cinco alturas. Otra cosa es si es necesaria una obra civil de envergadura en las escaleras y el portal, lo que puede suponer más de 100.000 euros en actuaciones y mejoras. Divídase entre pocos vecinos y una parte de ellos cobrando jubilación...  
Donde sí se han producido cambios y muy abundantes en el último lustro es en la rebaja del nivel del ascensor hasta la cota cero (a ras de calle) y la eliminación de todas las barreras arquitectónicas del portal. Vicente García, presidente de Aerbur, la Asociación de Empresas de Reforma, considera que en los últimos 5 años se han acometido la mayor parte de las obras en edificios levantados entre los 70 y 80 sin los criterios de movilidad que se exigen hoy en día. Las que restan, añade, son «problemáticas» porque hay ocupaciones de bajos, requieren actuaciones muy costosas o hay pleitos abiertos con algún propietario.
 
Mercado residual. El ascensor es un servicio básico exigido sin excusa por cualquier comprador de vivienda que se precie, sin embargo, el poder y atractivo infinito de los precios puede determinar la elección final de un piso en la quinta planta al que solo se accede por una escalera, generalmente muy estrecha y mal iluminada. Hablamos, para hacernos una idea, de una rebaja que puede oscilar entre el 10% en el primer rellano y hasta un 40% en el último y de una vivienda que, en la mayoría de los casos, está ubicada en pleno casco viejo, en las zonas de Vadillos o San Pedro y San Felices, entre otros barrios céntricos. 
Óscar Ortega Delgado, presidente de los Agentes Inmobiliarios, habla de un mercado «residual» y cada vez más localizado, pues entiende que la mayoría de los edificios de más de 40 años de antigüedad que aún no cuentan con este servicio es porque no pueden tenerlo.
No obstante, en el mercado que existe para este tipo de vivienda suelen actuar no tanto las parejas que quieren crear una familia  o el que busca tener su hogar propio, sino los inversores interesados en comprar a bajo precio para luego alquilar y obtener una rentabilidad a largo plazo con la operación. «No es lo mismo comprarte un piso para toda la vida sin ascensor, que plantearte un año o dos en este tipo vivienda... Siempre hay gente interesada, que se plantea esta alternativa y que está dispuesta a pagar un alquiler». En el centro, Vadillos, San Miguel, San Francisco, entre otras, hay una demanda creciente por parte de familias de inmigrantes.  
Ortega Delgado puntualiza, por contra, que con la crisis inmobiliaria ha aumentado exponencialmente la oferta y los potenciales compradores tienen mucho más donde elegir «y son mucho más exigentes, especialmente en temas como el ascensor».
 
Ángel Martínez | Repartidor de butano
«Aquí sudas la gota gorda, aunque esté helando»
 
Si subir 26 kilos a la espalda -una bombona de butano cargada- y bajar otros 15 de casco cinco o seis plantas por una estrecha escalera es duro, imagínense hacerlo de lunes a viernes durante todos los días del año. Ángel Martínez, repartidor de Repsol, es un profesional conocido y apreciado en el casco histórico, donde todavía hay muchos clientes de la bombona naranja que esperan como agua de mayo todas las mañanas el clásico golpeteo de la descarga. «Aquí todavía vive la abuela que calienta el cuarto de estar con la estufa y que no se puede quedar sin gas...». Para estos mayores sería imposible el esfuerzo de un porte de esta envergadura por las escaleras. Ángel sube los pisos que haya que subir e incluso su servicio puede llegar hasta la conexión de la bombona en la cocina, el calentador o la estufa. «Aquí hay cada vez más gente extranjera que no sabe cómo funciona esto...». Reconoce la dureza de su trabajo y el hándicap del ascensor  pero con mucho optimismo:«Aquí sudas la gota gorda, aunque esté helando».
 
Roberto Saiz | El cartero
«Certificados y paquetes a patita, no queda otra...»
 
Como su nombre indica, la subida de San Miguel y el Parque de San Francisco es un zona «incómoda» para el reparto de correspondencia y paquetería, no solo por las calles empinadas sino por las escaleras. «Aunque la correspondencia ordinaria la dejamos en los buzones del portal o el primer rellano, si hay correo certificado o paquetes no queda más remedio que subir a patita». El profesional de Correo lleva más de un año en este territorio, donde abundan los edificios viejos, los inquilinos muy mayores y, recientemente, los extranjeros -sudamericanos y del Este europeo- que han traído la juventud y las familias a un barrio que acusa el envejecimiento.
 
Isabel | La del segundo
«Con el ascensor me quitaban una parte del salón y del baño»
 
Isabel es una usuaria fija del autobús del casco histórico. Con este servicio sortea toda la subida de San Miguel, aunque no los escalones hasta su vivienda. Sufre artrosis y reconoce que no es fácil tener que cargar «todos los días y además cuesta arriba». Por costumbre, la compra la realiza los jueves y viernes, cuando toca subir con el carro cargado. Su vecina del cuarto, una viuda de más edad, deja el carro en una lonja y es su hija la que sube las escaleras hasta casa. Aunque es una mujer fuerte pese a su edad, asegura que le es imposible subir y bajar del autobús «porque no tiene rampa» y también echa en falta un pasamanos con el que impulsarse «escalón a escalón...» hasta su pierta. En su día, hace unos años, se miró lo del ascensor, asegura Isabel, «aunque nos quitaban parte del salón y el baño para que entrarse. Era imposible...».
 
Paquita Cob | La del primero
«Lo de hacer obra no se ha hablado ni se va a hablar»
 
Paquita vive en un bloque de viviendas con 5 vecinos en la calle San Miguel. Hasta hace poco pagaban 30 euros de comunidad, aunque ha habido que subir hasta los 50. Con estas cantidades de entrada, «del ascensor no se ha hablado ni se va a hablar», zanja de forma tajante. Dos razones:«No hay dinero y no hay sitio, ni siquiera en el patio». Todas las comunidades de la zona están en lo mismo. A ella no le importa, aunque conoce algunos casos con problemas de salud para los que no es fácil subir y bajar escalones.