Lo que la censura se llevó

R. Pérez Barredo / Burgos
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La editorial Notorious, que dirige el burgalés Balmori, publica La censura franquista en el cartel de cine, que hace un recorrido visual por el material anatemizado por la dictadura. El libro surgió de un cartel censurado por el Arzobispado en 1940

Contra la impúdica Rita. El cartel que sufrió 'cambios'.

Nada escapaba de las garras siniestras de la censura durante el franquismo. Ni tan siquiera los sueños. La ominosa tijera de la dictadura acababa con cualquier asunto relacionado con la libertad, la imaginación o el placer. Igual que la literatura, el cine fue uno de los grandes objetivos de aquella inquisición, que hiló tan fino que no sólo se cargó metrajes fundamentales de muchas películas de la época, grandes clásicos que se proyectaron amputados para los españoles que se refugiaban en las salas de cine con la única intención de huir durante un rato de una realidad gris, mediocre y desangelada.

Un libro acaba de revelar de qué manera la censura alcanzó también a los carteles, programas de mano y fotogramas de las películas, material publicitario que ejercía de reclamo fundamental cuando todavía no existían los tráilers. La editorial Notorious que dirige el burgalés Guillermo Balmori ha publicado La censura franquista en el cartel de cine, obra que hace un recorrido visual por la cartelería anatematizada y cuyo origen está relacionado precisamente con Burgos, como explica Bienvenido Llopis, su autor. Corría el año 1985 cuando  este coleccionista topó en el Rastro de Madrid con un hombre que se identificó como propietario del cine Cordón de Burgos, quien le descubrió un cartel de la película Camino de Santa Fe, protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland, que había sido pasado por el rasero de la censura exclusivamente en la ciudad castellana. «Me llamó mucho la atención y desde ese instante me dediqué a recopilar todos los carteles y programas de mano que habían sido censurados durante las cuatro décadas de dictadura», explica Llopis.

El autor del libro cuenta que el dueño del cine Cordón fue instado por el Arzobispado de Burgos a modificar la propaganda del filme, en la que aparecía un castísimo beso entre los protagonistas; pero que, negándose a que el cartel quedara mancillado por el chapucero recurso de la tachadura, «que hubiese acabado con la belleza estética del programa», sugirió que pusieran en la imprenta de Suso un sello con el nombre del cine para disimular «tamaña ofensa».

Así la vieron nuestros mayores.Así la vieron nuestros mayores. Esto es un caso de lo que Bienvenido Llopis denomina ‘censura local’. «Pese al severo control que los censores ejercían sobre los programas de mano, algunos de los diseños que se autorizaban a ser distribuidos por todo el país tenían que pasar por otro filtro aún más severo, otra censura paralela, capaz de ver impudicia donde no la había o inventársela si era preciso, sobrepasando la barrera de lo oficialmente permitido al resto de los españoles».

28 años de trabajo

El libro, fruto de un trabajo de 28 años, analiza y compara la censura de los carteles (y programas de mano, que fueron los que más sufrieron la inquina por ser los que llegaban con más facilidad a lis ciudadanos) americanos y españoles, que se cebó no sólo en las imágenes sino también, a menudo, en los títulos o en los créditos, que se veían modificados por considerarse que tenían connotaciones que el franquismo consideraba peligrosas, bien fuesen por cuestiones ideológicas o morales. «La censura franquista no se limitaba a cortar escenas de las películas ni a adulterar el material publicitario. También la sufrían los propios actores y actrices de aquella época. Todo aquel que se manifestara en contra del régimen, a favor de la república o estuviera cuestionado por otras razones políticas, se veía abocado a que su nombre desapareciera o fuera tachado de los repartos durante largos años. Es el caso de James Cagney, Joan Crawford o Robert Montgomery».

Hasta el pobre Pato Donald sufrió en sus carnes tanta vesania. El cartel de sus historias en el Oeste, en el que aparece alzando el puño, fue fulminado por la censura. Ya no digamos los que mostraban a las carnales estrellas de Hollywood en poses sensuales, enseñando el canalillo o besando al actor de turno: Rita Haytworth, Marilyn Monroe, Anita Ekberg, Rachel Welch y tantos y tantos despampanantes bellezones del celuloide universal se presentaron ante los españoles mucho más recatadas. El negro tachón de la censura no desapareció hasta 1977.

Contra la impúdica Rita

El maestro Jano se inspiró en el cartel original americano para confeccionar el programa de mano de la película La dama de Trinidad. Claro que para conseguir la aprobación de los censores, el artista tuvo que hacer algunas variantes, todas evidentemente relacionadas con el erotismo. Subió el escote de Rita Hayworth, cerró la pequeña abertura central del vestido e hizo desaparecer la delatora marca que define el volumen de los senos. Todo arreglado. Una pena.