«La arquitectura tiene que tocar el alma de las personas»

R. Pérez Barredo / Burgos
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Martha Thorne • Directora de los Premios Pritzker, los Nobel de la Arquitectura

Martha Thorne, directora de los Premios Pritzker, los Nobel de la Arquitectura, - Foto: Luis López Araico

La norteamericana Martha Thorne, decana Asociada de Relaciones Externas de IE School of Architecture and Design y directora Ejecutiva de los Premios Pritzker, considerados los Nobel de la arquitectura, participó ayer en el Colegio de Arquitectos en el marco de las actividades previas que promueve el I Foro de la Cultura ‘Innovación para un cambio social’.

¿Qué lugar ocupa la arquitectura española en el mundo?

La arquitectura española ocupa un sitio muy importante, es un referente porque no sólo se limita a edificios emblemáticos, sino que hay una tradición reciente de calidad en viviendas, en espacios públicos...En este sentido, desde luego en Europa y yo diría que más allá, se mira mucho a lo que se hace en la arquitectura española.

¿Qué virtudes debe tener la mejor arquitectura?

La buena arquitectura tiene que ser funcional, por supuesto; bien construida, con los materiales apropiados al lugar, al clima, al entorno; tiene que reflejar el momento y la cultura en que se está construyendo. Pero tiene que ser mucho más. Y ese más es muy difícil de cuantificar o de definir con un número o una palabra. Pero lo que tiene que hacer es albergar la vida humana, permitir que la gente que lo ocupa sienta una conexión con esa arquitectura. Tiene que tocar el alma de las personas.Si un edificio funcional y bien construido no hace algo más, no es arquitectura.

Usted sostiene que la arquitectura tiene que ir con los tiempos. ¿Cuál es o cómo debe ser la arquitectura en una coyuntura como la actual? ¿Es posible una arquitectura austera?

Cuando digo que la arquitectura tiene que ir con los tiempos lo que quiero expresar es un momento más amplio, también cultural e histórico. La arquitectura tiene que ser auténtica, honrada. La construcción tiene que hacerse usando los materiales y las técnicas que tenemos hoy en día. En cuanto a la crisis, una situación económica, política y cultural concreta también es parte de ese contexto. Participé en el año 1992 en una exposición sobre arquitectura española en la que definimos o identificamos algunos de los valores de la arquitectura española. Y uno de ellos es que es una arquitectura mesurada. Ahora, si hacemos una arquitectura mesurada, acorde con este momento de dificultad económica, no supondría un gran cambio. Porque siempre ha estado en cierta parte de la arquitectura española.

¿Entiende que la sociedad considere innecesario y casi un despilfarro el que se hagan grandes proyectos arquitectónicos?

Sí. A veces la sociedad ve esos grandes proyectos como un despilfarro. Y a veces tiene toda la razón. Creo que evaluar una obra en épocas recientes ha sido algo confuso. Ciertas personas creen que un edificio tiene que ser un icono. Otras piensan que tiene que ser un símbolo de poder, de grandeza. Cuando se olvida la función principal de la arquitectura, que es albergar de una forma correcta y confortable la vida humana, a favor de esos símbolos, creo que está bien criticarlo. Dicho eso, añadiré que como ciudad, como cultura, como personas, la arquitectura sí puede simbolizar cosas. Puede ser un monumento, puede simbolizar actitudes frente a la sociedad, la educación, la salud, nuestra relación con el gobierno... No digo que la arquitectura tenga que estar vacía de significado, pero creo que éste tiene que estar acorde con esas cualidades y facetas.

En muchos casos, la arquitectura ha servido para regenerar determinados espacios más allá del lugar que ocupan.

Exacto. Un edificio puede ser un ejemplo, un motor de cambio. Normalmente la arquitectura es muy optimista.Los edificios pueden tener un efecto mucho más allá que el meramente funcional.

¿Han hecho mucho daño a esta disciplina los arquitectos estrella?

Hay un debate muy feroz alrededor de este tema. Ningún arquitecto estrella quiere hacer un edificio malo, vacío. Al contrario: estoy segura de que todos quieren hacer el mejor. Lo que creo es que a veces puede haber confusión o no hay claridad desde el punto de vista del cliente, o no hay consenso entre sociedad y arquitecto.Cuando no hay ese consenso en torno a qué se está construyendo y al porqué, que es lo fundamental, a veces da resultados de edificios exuberantes pero no abrazados no queridos por la sociedad y por tanto deficientes en su papel.

De un tiempo a esta parte algunos de los grandes arquitectos han cambiado la ciudad por el campo. Pienso ahora en el Museo del Vino, de Frank Ghery, o en una bodega de Norman Foster, ambos Premios Pritzker. ¿Se han vuelto las ciudades más hostiles o la gran arquitectura no tiene límites?

La gran arquitectura no tiene límites. Construir en la ciudad es un reto porque es el telón de fondo de la vida de mucha gente. Cuando pensamos en edificios en el campo pienso que es muy interesante ese diálogo entre la arquitectura nueva y la naturaleza y una oportunidad para los arquitectos experimentar, hacer algo fuera de lo común. Pero no deja de ser un edificio para un cliente privado en un caso muy excepcional.

La crisis ha dañado en este país especialmente a los arquitectos. ¿Hacia dónde debe encaminarse la profesión?

La profesión -y hablo desde mi experiencia en España después de muchos años- se debe abrir nuevos caminos. Antes de la crisis tuvimos un modelo de ejercer la profesión que era bastante estrecho, como el caso del pequeño estudio de gente autónoma haciendo obras a través de concursos, de inversión pública o de entes privados o familiares. Hoy en día no es posible seguir ese camino. Y no es el único camino.Los arquitectos tienen talento, habilidades y capacidad de ensanchar la definición de arquitectura y hacer más cosas. Ejercer la profesión de distintas maneras, no sólo desde un pequeño estudio: la idea de consulting, de arquitectos que generan ideas y luego intentan convencer a la sociedad o a las entidades públicas de realizarlas, la enseñanza, talleres, diseño digital o de objetos, pensar en ser promotores, gestores... Hay muchísimas cosas que pueden hacer personas con la formación de arquitectura.Y no cabe duda que, en estos momentos difíciles, hay que usar mucho la imaginación. Y buscar esos caminos.

¿Es partidaria de las rehabilitaciones y de nuevos usos en edificios de valor arquitectónico?

Sí. Con salvedades. Creo que la herencia arquitectónica es parte de nuestra memoria.Y por lo tanto, hay edificios que reflejan la buena arquitectura y reflejan parte de nuestra identidad.No hay que perderlos. Ahora, pensar que cada edificio que no tiene su uso original sea un museo, no es viable económicamente. Tenemos que encontrar nuevos usos. Veo tendencias hoy que cuanto más tipo de actividades tenga, más posibilidades tiene de sostenibilidad a largo plazo de ese edificio. Solapando los usos los edificios históricos que queremos conservar tendrán más vida.

¿Ve compatible encajar un edificio contemporáneo en un centro histórico, de gran valor patrimonial?

La convivencia entre lo histórico y lo actual es posible.Tenemos muchos ejemplos en España. El reto es que el nuevo edificio esté en diálogo, equilibrado con lo que existe, que tenga un respeto enorme.Los arquitectos de edificios contemporáneos tienen que pensar que tanto como ellos han añadido al pasado, va a venir alguien en el futuro a añadir algo a su obra. Por lo tanto, el edificio tiene que tener una proyección duradera en el futuro, porque está ocupando un sitio importante, pero también lo suficientemente flexible para en un futuro admitir otros cambios. Es un reto muy grande. Y hay arquitectos con gran sensibilidad para hacerlo.