Solo un 3% del territorio es adecuado para cultivar trufa negra

Gadea G. Ubierna / Burgos
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Burgos es la segunda provincia de la región con más superficie potencial para el cultivo del hongo por detrás de Soria con 243.000 hectáreas, pero los expertos aseguran que el 81,3% tiene un potencial «marginal»

Burgos tiene 243.000 hectáreas con potencial para el cultivo de la trufa negra, una superficie que en la región solo supera Soria con 442.800 hectáreas de terreno en el que, a priori, podría desarrollarse el apreciado hongo. Sin embargo, no en todos los puntos de esta superficie aparentemente idónea, concentrada en el centro y en el sur de la provincia, está garantizado el éxito. De hecho, en el Centro de Servicios y Promoción Forestal y de su Industria de Castilla y León (Cesefor) aseguran que el 81,3% de ese terreno tiene un potencial «marginal» por las condiciones climatológicas y las características del suelo y apuntan que, para ser precisos, solo el 18,7% de ese terreno (45.600 hectáreas) reúne las condiciones adecuadas para el correcto desarrollo del hongo. Teniendo en cuenta que la provincia tiene 1,4 millones de hectáreas, significa que solo el 3,25% del territorio puede aspirar a producir trufas negras en cantidad y con calidad para competir en un mercado cada vez más pujante.

El kilo de trufa negra alcanza varios cientos de euros con facilidad. En la feria que marca el inicio de la temporada en España, la de Sarrión (Teruel), se pagaron entre 400 y 700 euros por un kilo y en la primera feria de la provincia de Burgos, la de Quintanalara, celebrada en enero, el precio rondó los 600 euros. Una circunstancia que ha animado a vecinos y Ayuntamientos de numerosas localidades a plantar encinas o robles con el hongo del Tuber Melanosporum en las raíces o, como se dice en lenguaje más técnico, ejemplares micorrizados. En la mayor parte de los casos, los truficultores se han fijado en terrenos que siempre fueron productores naturales de trufa, pero que con el abandono de las actividades forestales y la falta de clareos o de pastoreo, se fueron densificando y dejaron de producir o lo hicieron en mucha menor cantidad. Pero también hay quien, directamente, se ha lanzado a probar suerte en zonas en las que no existe tradición trufera, después de que uno o varios estudios de las condiciones del suelo avalaran su idoneidad.

Y es que, además de la tradición y de la existencia de ejemplares autóctonos, la clave de cualquier producción está en el tipo de suelo. Fuentes del servicio territorial de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León indican que «deben ser calizos y poco desarrollados, con un pH básico de, al menos, 7,5. Este tipo de suelos son abundantes en la provincia». De ahí que, de entrada se considere que Burgos puede llegar a tener un potencial semejante al de Soria, que cuenta con masas de encinares muy extensas en suelos calcáreos. Pero hay que tener en cuenta que el clima también determina el arraigue y la producción y, si bien es cierto que el norte de la provincia reúne condiciones desde el punto de vista edafológico, el tiempo no acompaña tanto. Desde Medio Ambiente aclaran que «el exceso de humedad no va bien a los cultivos» y esta es, precisamente, la parte más húmeda del territorio.

Soria, siempre en cabeza

Así, atendiendo a estos y otros criterios, expertos como el director científico del departamento de Micología Forestal y Truficultura del Cesefor, Fernando Martínez Peña, han concluido que la mayor parte de la superficie burgalesa que a priori reuniría condiciones, daría una producción escasa al tener un potencial «marginal». Es lo que sucede con 197.800 hectáreas de las 243.000 hectáreas citadas en el primer párrafo. Como explica Martínez a través de un correo electrónico, tan solo 45.600 hectáreas tienen condiciones adecuadas para producir hongos con periodicidad regular. Una superficie que contrasta con la detectada en Soria, donde el Cesefor considera que hay 173.000 hectáreas con potencialidad adecuada y otras 139.200 con características «óptimas». En Burgos no se ha detectado suelo dentro de esta categoría y, de haberlo, sería en proporción muy residual.

Esto significa que, a pesar de que cada vez hay más personas y municipios interesados en plantar ejemplares micorrizados, las producciones nunca serán como las de Soria ni tampoco como las de Teruel, que para muchos es el ejemplo a seguir en este momento. De hecho, Martínez asegura que «se estima que España produjo en 2014 unas 45 toneladas de trufa, de las cuales la mayor parte se generaron en plantaciones de encina micorrizada establecidas en Teruel». Sin embargo, Martínez asegura que en base a estudios científicos existentes, Castilla y León podría llegar a superar a Teruel porque «la provincia aragonesa cuenta con un potencial óptimo para la truficultura de 115.000 hectáreas (Alonso et al, 2000), inferior, por tanto, al de Soria y al del resto de Castilla y León». Sin embargo, ellos están muy adelantados en materia de plantaciones. «Teruel cuenta con más de 4.000 hectáreas de plantaciones micorrizadas con Tuber Melanosporum y Castilla y León tiene 1.300 hectáreas», afirma Martínez, destacando de que «existe, por lo tanto, una gran potencialidad en nuestro territorio que podría ser aprovechada desde la iniciativa público-privada».

Pero si bien es cierto que Soria también va aventajada en este sentido, en Burgos todavía hay pocas iniciativas públicas. Quintanalara fue una localidad pionera en este sentido, porque plantó encinas micorrizadas en fincas municipales hace ahora nueve años y en este momento hay otros siguiendo sus pasos. Es el caso de  Briongos de Cervera, que ha cambiado aprovechamientos y usos de diversos terrenos para la truficultura, y Criales de Losa. El resto son iniciativas particulares en su mayoría de las que apenas hay constancia y tampoco apoyo público. La Diputación soriana tiene una línea de ayudas para esta cuestión, pero fuentes del organismo provincial burgalés destacaron que aquí «ni hay ayudas ni las va a haber» porque, recuerdan, «eso es competencia de la Junta.