De misiones a Hungría

C. Berges / Burgos
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Tras recibir la bendición del papa Francisco, José María Palacios, Amaya Francés y sus seis hijos se marcharon al este de Europa y sin fecha de regreso para «volver a evangelizar este país poco a poco»

 
 
Desde hace muchos años, las comunidades cristianas se comprometen a ayudar a los demás. Sacerdotes o hermanas van a  lugares tan recónditos del planeta que no conocen aún la religión católica pero, poco a poco,  esta actividad también se realiza por laicos y en sitios no tan lejanos.
El pasado 16 de agosto la familia burgalesa de José María Palacios y Amaya francés viajó a la ciudad húngara de Miskolc con el fin de promulgar el cristianismo. Junto a sus 6 hijos, están tratando de adaptarse poco a poco al país. Son cristianos neocatecomunales (conocidos como ‘kikos’) y, tras una reunión que celebró esta misma congregación en la que se propuso ir de misión a distintos países del mundo, no se lo pensaron dos veces. 
«No nos levantamos un día y decidimos ser misioneros; tuvimos una convivencia en nuestra comunidad y en la que pidieron familias que sintieran en su corazón que Dios les llamaba para ir al extranjero a evangelizar y nosotros nos ofrecimos», cuenta Amaya Francés. Según esta madre, «no teníamos nada que nos impidiera ir de misión, en cambio hay otras que no pueden por cualquier motivo personal». 
Tras confirmar que querían ponerse a disposición de la Iglesia, tuvieron que ir a Italia para, junto a otras 250 familias de todo el mundo comprometidas en la misma causa, pasar unos días de convivencia y conocer un poco más en qué consistía la aventura. Fue allí donde descubrieron su lugar de destino, Hungría, a través de un sorteo que respondía a las necesidades de cada país. 
La ciudad, Miskolc, es parecida a Burgos en cuanto a tamaño. «Fuimos en abril para adelantar el tema de las matrículas del colegio y de la guardería y para buscar casa. Nos llamó la atención que estaba un poco retrasada en cuanto a infraestructuras pero está muy limpio y tiene unos parques preciosos», relata Amaya Francés.
Antes de partir, la familia, con sus hijos mayores y los demás misioneros, fueron a la Ciudad del Vaticano, donde el Papa Francisco hizo una ceremonia especial. «Nos entregó una cruz y nos bendijo; fue precioso. No hemos venido solos a Hungría, venimos con el apoyo de nuestra comunidad de Burgos, la bendición del Papa y también de la del Obispo de nuestra ciudad, el cual también nos ofreció una misa en la Parroquia de San Pablo en el mes de julio», añade la madre.
Poco sabían de Miskloc hasta el momento. Se informaron y descubrieron que debido a diferentes causas, la religión cristiana era minoritaria por lo que «tenemos que volver a evangelizar el país poco a poco; hay iglesias protestantes, calvinistas, ortodoxas y alguna católica. Necesitan ver familias cristianas y apoyo en las parroquias», afirma Francés. 
El proceso para regular la situación asegura Francés que «fue fácil al estar dentro de la Unión Europea, hemos entrado sin problema; hicimos el DNI para todos y las tarjetas europeas y ya está; además hace poco que hemos conseguido las tarjetas de residencia, lo cual nos permite buscar trabajo y escolarizar a los niños. Es sorprendente que en cuestión de días esté todo el papeleo solucionado, además, también tenemos centro de salud asignado; Dios nos está abriendo el camino porque no es nada fácil; estamos agotados pero muy contentos».
La valoración tras un mes de estancia en Miskolc es positiva. Junto a tres familias húngaras, una italiana y un sacerdote de la ciudad, forman el grupo de misioneros local. «Es nuestra comunidad de fe aquí, para nosotros son fundamentales porque nos han ayudado mucho. Estas familias nos ayudaron a buscar casa y colegio y, una de ellas, lleva a sus hijos a la misma escuela a la que van los nuestros y nos ayudan muchísimo con el idioma», cuenta la madre.
 Mientras acuden a las aulas, los padres aprenden el idioma, que según ellos «es muy difícil, vamos a clase tres días a la semana de nueve a doce de la mañana y, en cuanto nos manejemos, vamos a buscar trabajo para poder mantenernos en la ciudad».
 
familia numerosa. Carmen, Inés, Miguel, Marta, Miriam y Antonio son los seis hijos que, junto a sus padres, se han embarcado en esta aventura. Tienen once, nueve, siete, seis, tres y año respectivamente. Aunque parezca que los niños puedan sufrir más estos cambios, lo cierto es que tienen una capacidad de adaptación mayor que la de un adulto. 
«Lo soportan bastante bien, llevan sólo dos semanas de colegio pero cuentan que ya tienen amigos; es increíble», asegura Francés. Aunque solo viven en la ciudad desde hace un mes, juegan con otros niños sin saber apenas unas palabras. 
«Las mayores van a poder continuar con sus formaciones de violín y oboe porque la música es importante en el colegio. Los han acogido muy bien, son muy cariñosos y todos quieren aprender español con mis hijos», añade Amaya Francés.
Las ayudas a las familias numerosas también han sido una gran ventaja para ellos. «Me ha llamado la atención que no nos han cobrado nada por los libros de ningún hijo y por el comedor, que es obligatorio, la mitad. Los pequeños van a la guardería y también  ha salido bien», relata. La familia va sin fecha de vuelta, por lo que lo suyo es, literalmente, una cuestión de verdadera fe.