Solidario rugir motero

A.S.R.
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En torno a 1.000 apasionados de las dos ruedas cumplen con la tradición y llevan el aguinaldo a las residencias de los Ancianos Desamparados y de las Hermanas Hospitalarias

Solidario rugir motero - Foto: Luis López Araico

El rugido de los tubos de escape se convirtió en el villancico más bailado en los aledaños de la calle Santa Cruz una Navidad más. En torno a 1.000 moteros se concentraron otro año, y ya van más de 60, en la sede del Real Moto Club para cumplir con la tradición de llevar el aguinaldo a la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y al Centro de las Hermanas Hospitalarias.

El pistoletazo de salida estaba marcado a las doce de la mañana. Pero mucho antes ya se palpaba el ambiente motero. Papás y mamás noeles, con globos, diademas de renos y otras guirnaldas, empezaron a llegar a lomos de sus dos ruedas. Motos de carretera, de montaña, de paseo, vespas, clásicos que destellaban al sol... ocupaban aceras y calzada mientras sus propietarios departían divertidos y se felicitaban las pascuas.

«Esta concentración tiene el sentido de animar las calles de la ciudad durante una mañana que no hay más actividades. Se trata de pasar un rato agradable», decía el presidente del Real Moto Club, Eugenio Navarro, que enseñaba a quien le hiciera caso una fotografía con una de aquellas primeras ediciones, de 1955, en la que se veía a un policía local con un regalo al lado. Así empezó todo. Con los moteros de puesto en puesto llevando el aguinaldo a los municipales que se jugaban el tipo a pie de carretera para regular el tráfico. Años después, cuando los guardias abandonaron estos emplazamientos, dejó de tener sentido el reconocimiento, pero no la tradición. Y fijaron su mirada en los ancianos de las residencias.

«Se trata, sobre todo, de pasar un rato agradable», concluía al tiempo que advertía del número creciente de participantes, sobre todo, los 25 de diciembre que amanecen tan soleados y con tan buena temperatura como el de ayer.

Desde hace diez años hace que no se pierde una Javier González, del club Moteros del Arlanza, con sede en Covarrubias y 55 miembros en sus filas. Desde hace cuatro le acompaña su pareja, Silvia Pérez Arroyo. Ambos hablan de cita imperdible en su agenda navideña. «Se acumulan muchas cosas. Vives el ambiente motero, ayudas a los ancianos, haces algo diferente en estas fechas...», convienen ya con la vista en Pingüinos y Motauros.

En la misma línea se expresaba Francisco Gonzalo, habitual de este desayuno navideño desde hace unos ocho años. «Lo curioso de esta marcha es que, al final, cada año te encuentras con gente a la que solo ves aquí. Hay una ley no escrita que nos obliga a cumplir con la tradición sí o sí», comentaba este motero convencido, con más de 20 años de carrera, que conduce una Ducati Multistrada

Novatos con los ojos como platos también había. Con su casaca roja, caminaba Pilar Vicario. Era su primera vez en este encuentro, apenas acababa de llegar y ya tenía claro que volvería el próximo año. Suele ir de paquete de su marido, Genaro Fernández. «No pensé que en Burgos hubiera tantas motos, con el clima tan malo que tiene, pero parece ser que sí, que somos más de los que imaginaba», apuntaba y lamentaba que su hijo, de 8 años, no les hubiera acompañado.

Pasaban los minutos entre risas, brindis (sin alcohol) y alaridos de tubos de escape hasta que una sirena puso a todos firmes. Empezaron a subir a sus dos ruedas y en un caos ordenado, con tono festivo, emprendieron camino a su primer destino extendiendo la fiesta por la calle Vitoria, Constitución Española, Eladio Perlado...

Los motores cesaron ante la puerta de la residencia de la carretera de Poza. Frente al nacimiento de la entrada dejaron los presentes. A cambio, recibieron un calendario y un llavero.

Chupas de cuero se confundieron con hábitos por los pasillos de camino a los comedores, donde, con buena voz, entonaron 25 de diciembre, fun, fun, fun, Campana sobre campana, Los peces en el río...

Mercedes Rojo, Tomasa San José y Basi Calvo, tres de las residentes, en pleno condumio, agradecían esa cantarina forma de romper la rutina y la hermana Encarnación de la Fuente aplaudía que los moteros pusieran patas arriba el centro, aunque solo fuera durante unos minutos.

Una alegría y un alboroto que a eso de la una y media salió de nuevo a la carretera para alcanzar el Centro de las Hermanas Hospitalarias de la calle Delicias. Fun, fun, fun.