Botellón, una 'tradición' con riesgos

R.M.
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Mientras los vecinos critican la suciedad y los desperfectos en La Quinta y los alrededores, los jóvenes piden alternativas de ocio y no faltan chicas que hablan incluso de tocamientos y abusos sexuales

Cuando se habla de fiestas y tradiciones, estas suelen asociarse a eventos repetidos en el tiempo y que conviene mantener como parte de un legado cultural. Pero no siempre es así. Desde hace no pocos años a los Sampedros se les ha sumado una nueva ‘tradición’ que tiene poco de cultural y bastante de peligrosa y molesta para quienes la practican y también para los vecinos, especialmente al día siguiente: el botellón que se practica a orillas del río Arlanzón desde la plaza de Santa Teresa y hasta el inicio del paseo de La Quinta.

La dinámica es la misma año tras año. Los primeros en llegar son los más jóvenes -menores de edad y que por tanto no deberían tener acceso al alcohol- que se sitúan en los bajos del puente de la autovía de Ronda y el césped del cauce fluvial y el parque y ya cuando anochece lo hacen los mayores de edad, ya en la zona más próxima a Santa Teresa.

Por lo que se refiere a los menores, a partir de las siete de la tarde, o incluso antes, y hasta la madrugada los días de verbena y algo más pronto los días que no hay, la estampa ya es visible y reconocible. Cientos de jóvenes se dan cita con bolsas y bolsas llenas de botellas con calimocho u otras mezclas como vino blanco y zumo de arándanos o vodka, ron, ginebra o whiski con refrescos si el presupuesto anda algo mejor.

Evidentemente la compra de bebidas alcohólicas no les supone una gran dificultad, como tampoco lo es su precio. «El vino nos cuesta 78 céntimos el cartón y el zumo un euro y algo», señala María (nombre ficticio). Así, por poco más de dos euros tienen el suministro garantizado cada día de las fiestas.

La mayoría asegura que «no se pillan ‘la mundial’», que son pacíficos -aunque no todos lo sean- y coinciden en que si hubiese alternativas como verbenas de tarde, música o discotecas ‘light’ no estarían allí, ya que ellos mismos reconocen que en parte es algo aburrido.

No todo es fiesta, pues también hay broncas -aunque aclaran que menos que otros años- y chicas que hablan de abusos, de chavales «que te tocan el culo y las tetas» o que «sin conocerte te tocan al saludarte o te quieren llevar por ahí porque se piensan que vas borracha». Prácticas que no se denuncian por miedo.

Si el principal problema del botellón es el efecto que el alcohol puede causar a los jóvenes, la suciedad es otro también importante. Aunque hay quien recoge y tira los residuos, hay quien admite que no lo hacen «por pereza, a no ser que haya una papelera cerca» y más «si vas con el ‘puntillo’».

CRÍTICAS VECINALES. Y aquí entran los ‘damnificados’, los vecinos y paseantes de la zona. Entre ellos hay opiniones para todos los gustos, aunque predominan los críticos. Es el caso de Begoña Rojo, que por pasa por la zona hasta 3 veces al día. «Es una vergüenza, me da miedo y estos días evito pasar por aquí, porque el año pasado tuve un problema cuando increpé a unos chicos que estaban intentando tirar una farola en Las Veguillas y comenzaron a insultarme y a golpear todas las farolas». Entiende que son fiestas y que los jóvenes tienen que divertirse «pero no de esta manera y no todo vale, porque esto lo pagamos todos», lamenta.

A sus 82 años, Julián Turrientes considera que estos días «se ve mucho cristal por el suelo y es un peligro para las personas y para los perros» como el suyo. Reconoce que hay jóvenes que se comportan bien «pero una gran mayoría se deja llevar y eso de los botellones es un absurdo, porque hay miles de formas de divertirse sin hacer daño a nada ni a nadie», zanja.

Por su parte, Ana Pérez es habitual del entorno, por donde saca a pasear a su perra, aunque durante los Sampedros no la baja a la orilla del río. «Está de miedo aquello», apunta esta mujer, que considera «bastante vergonzoso toda la mierda que dejan». Y es que no critica tanto que estén en el río, como que no recojan lo que utilizan y ensucian «donde van arrasan».

Más comprensivo se muestra Antonio Linacero. Vecino de la zona desde los tiempos en los que las barracas se instalaban en La Quinta, asegura que «los chavales no tienen otra opción y habría que dársela para evitar esto», al tiempo que cree que este año está habiendo «menos agobio que otros» y que no ha visto peleas ni altercados.