Música de altos vuelos

Enrique García Revilla
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El prestigioso conjunto vocal e instrumental 'Concerto Italiano' fue anoche el encargado de vestir de gala la seo recreando las 'Vísperas solemnes para la fiesta de San Marcos de Venecia' con música de Claudio Monteverdi

El concierto fue iniciativa de La Caixa y la Fundación Caja de Burgos en colaboración con el Arzobispado. - Foto: Luis López Araico

 
Los adjetivos que pueden acercarse a definir este concierto, se aproximan más a aquellos como monumental, fastuoso, grandioso que a otros muy usados como lo sublime, lo perfecto o lo bello. La Fundación Caja de Burgos y la Obra Social La Caixa pueden apuntarse un triunfo rotundo en su haber con esta colaboración con el Cabildo Metropolitano por varios motivos. Para empezar, por la altura del hecho musical en sí. En segundo lugar, por el fenómeno artístico total. Y por añadidura, por el éxito de público.
 Claudio Monteverdi es, incuestionablemente, uno de los más grandes compositores de la historia. Esta aseveración, lejos de parecer presuntuosa no es más que una verdad sencilla y contundente. Rugió el león de San Marcos Evangelista en cada uno de los tutti de la maravillosa orquesta diseñada por el autor a comienzos del siglo XVII. Probablemente no fui el único espectador que imaginó que sonidos así podían haber provocado la apertura del portal que en la trilogía de Óscar Esquivias conducía al Purgatorio, directamente desde la Escalera Dorada, bajo la cual se encontraban los músicos. Alessandrini reúne todas las cualidades que hacen de un director barroco un verdadero especialista, entre las cuales destaco hoy su sabiduría y su intuición acústica. El discurso fluyó entre todos los movimientos con la cantidad precisa de silencio y resonancia. Por otro lado, su disposición escénica podía haber adquirido mayor presencia dramática, al tiempo que hubiera proporcionado mejor sonoridad a los espectadores más alejados, si los músicos se hubieran situado sobre los escalones. No obstante, Alessandrini no lo juzgó oportuno porque, en su opinión, tal indicación no aparece en la liturgia y el estilo sacro, por definición, sabe prescindir de la escenografía para centrarse en la música y la palabra. Su afán de interpretar esta música de la forma más parecida a como la concibió su autor no sólo es brillante, sino también verdaderamente admirable. 
 Al éxito musical, decía, debe unirse la experiencia artística irrepetible. Las bóvedas de la catedral, robusto poema tallado en granito, poseen una cualidad artística que trasciende la belleza plástica: una resonante armonía. Sus piedras sagradas moldean el sonido dotando a la música de la atmósfera ideal, de tal modo que permiten comprender la evolución de la arquitectura religiosa en función de la evolución de la polifonía. Los asistentes que no se encontrasen demasiado alejados del foco sonoro vivieron sin duda una faceta diferente de la catedral, como es la de su capacidad para potenciar el significado de la música que tiene lugar en ella. Tal fue el respeto que la resonancia impuso que no se escuchó entre el público, que abarrotaba el templo, ni una sola de esas inoportunas toses que inundan los momentos de silencio de los conciertos. 
Una vivencia única no sólo musical, sino de una obra de arte total.