SOS mi hijo me pega

Gadea G. Ubierna / Burgos
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La violencia de los hijos hacia los padres se ha incrementado, en gran medida por el abuso del alcohol y las drogas. La asociación Aclad tiene una terapia de grupo para familias en esta situación

La psicóloga Goretti Fernández explica que los padres suelen llegar con una autestima muy baja. - Foto: DB/Luis López Araico

Ninguno puede explicar en qué momento dejaron de reconocer a sus hijos, cuál fue el día en el que quienes parecían tan críos pasaron de la niñez a una supuesta madurez de excesos con las drogas y el alcohol y broncas en casa en las que, incluso, se llegaba a las manos. Sencillamente, no lo saben. Y eso les hace sentirse culpables, les hace creer que son tan malos padres que no vieron venir el problema y que tampoco supieron ponerle remedio a tiempo. Así fueron pasando semanas y años de violencia física y verbal hasta que por un medio u otro llegaron a la sede de Aclad y se encontraron con otras parejas con una situación familiar ante la que no saben qué hacer. Hace más de un año que esta Asociación de Ayuda puso en marcha la escuela de padres, una terapia que en principio iba a durar un mes pero que se ha prolongado en el tiempo por sus satisfactorios resultados. Quienes asisten, cuentan que, allí, primero dejaron de sentirse bichos raros, después se desahogaron y, lo más importante, encontraron las claves para encauzar de nuevo sus relaciones familiares.

Diario de Burgos asistió al último encuentro y conversó con progenitores de cinco familias distintas, que a pesar de estar dispuestos a relatar su experiencia para ayudar a otros en su misma situación, pidieron mantener el anonimato para evitar el estigma social. La violencia de hijos a padres mina tanto su autoestima que no se atreven a hablar de su ‘vergüenza’ ni siquiera con la familia más próxima, tanto menos a ponerle cara a un reportaje. «Te pega tu hijo y no se lo dices a nadie. No te atreves. En la calle hay muchos tabúes y después de la cruz que tienes encima, aguantar los comentarios de la calle...», explica un matrimonio que vivió más de un año separado de su primogénito, después de tener que dar el paso de denunciarle por las continuas agresiones físicas hacia la madre.

Entonces, él tenía 17 años y después de muchas vejaciones y de escuchar consejos ‘profesionales’ que les recomendaban aguantar hasta que cumpliera 18 para poder echarlo de casa, acabaron haciendo caso de una trabajadora social del Ayuntamiento que «con lágrimas en los ojos nos dijo que si de verdad lo queríamos, teníamos que denunciarle», relatan. Así lo hicieron y, después del alejamiento, el semi internamiento del menor y la terapia en Aclad, cuentan que «ahora lleva la vida normal de un joven de 19 años: es responsable con sus estudios, sale con sus amigos y a veces vuelve tarde, pero lo peor ha pasado. Cuando volvió a casa hubo una época de mucho resentimiento porque nos decía que le habíamos traicionado, y aún hoy tiene algo de odio, pero lo peor ha pasado», destacan.

Este es de los casos más graves atendidos en Aclad y, en realidad, debería serlo para toda la sociedad, porque llegar al Juzgado por este motivo implica un fracaso educativo que tiene repercusiones en otros ámbitos. Y cada vez son más los casos que acaban resolviéndose por la vía judicial, no tanto porque haya más violencia, sino porque se denuncia más. Al menos, eso dicen fuentes oficiales del Juzgado de Menores de Burgos, en el que el año pasado se abrieron 30 expedientes por este motivo frente a los cinco de 2007. El incremento es significativo. La coordinadora de Aclad en Burgos, Isabel Hernando, explica que «sí hemos notado que hay más violencia filioparental, algo que en parte se debe a que antes había más recursos en las familias y ahora que en muchos casos falta trabajo e ingresos, hay que poner más límites y decir que no y el hijo no siempre lo entiende».

La mayor parte de los conflictos familiares que llevaron a estas parejas a Aclad empezaron por un consumo abusivo de drogas -cannabis, principalmente- y alcohol. Varias de las madres que acudieron el lunes a su encuentro mensual coinciden en admitir que tardaron en relacionar el cambio de comportamiento de sus hijos con los consumos excesivos de sustancias que, en varias ocasiones, se produjeron al cambiar de colegio, de amigos o ambas cosas a la vez. «Cambió de amigos, vio otro mundo y no hubo más que hacer. No digo que mi hijo fuera mejor que los demás, pero todo cambió con los nuevos amigos», explica una de las madres.

Tanto esta mujer, como las otras cinco personas que atienden a su lado coinciden en que dieron muchas vueltas con el chico de un médico a otro, que hubo incluso quien renunció a seguir tratándolos y que llegó un momento en el que se vieron totalmente perdidos.

papel colegios. Así, en los casos en los que llegó a haber denuncia o delitos fue el Juzgado, la Fiscalía o la Unidad de Intervención Educativa la que remitió el caso a Aclad. Otras veces, si la problemática no ha llegado a esos niveles, son los Centros de Acción Social (Ceas), los servicios de psiquiatría de la Seguridad Social, Proyecto Hombre o el boca a boca los que hacen que un matrimonio llame a la puerta de la asociación. Sin embargo, y a pesar de la existencia de estos recursos sociales, hay casos en los que los padres llegan de motu propio, después de haber buscado información en Internet o, incluso, en la guía telefónica. En cualquier caso, denuncian que hubo un largo camino antes de dar con el comienzo de la solución y en ese sentido, lamentan que nunca recibieron advertencias del colegio ante lo que estaba ocurriendo con sus hijos. «Se limitan a decirte que está bajando el rendimiento o que no va, pero ya está», critican, apuntando que sería conveniente hacer un esfuerzo para abordar el problema del consumo de drogas y la repercusión en la familia desde todos los ámbitos, aunque la responsabilidad principal sea de los padres.

Una vez que llegaron a Aclad, a la terapia de grupo con los padres se suman otras con los hijos, también grupales o individuales, y con los hermanos que, al igual que los padres, sufren en silencio las consecuencias de lo que ocurre en casa. Después de un año de terapia, estas cinco cabezas de familia afirman sin dudar que las cosas han mejorado. «He aprendido a empatizar con mi hijo, a ponerme en su lugar, a tener más paciencia y a no vocear por todo. Y él también razona», concluyen varias madres.

En breve, empezarán terapia en Aclad otras parejas que ya no saben qué hacer.

 

¿Qué hace la escuela de padres?

Aclad es una asociación con programas específicos para menores con drogadicciones, así como para sus familias. En este momento atienden a 48 menores y a unas 80 familias, aunque prevén que estas cifras se incrementarán. Después de la experiencia de la primera Escuela de Padres puesta en marcha el año pasado, la Asociación de Ayuda Aclad empezará a atender en las próximas semanas a un nuevo grupo. Cuando los matrimonios o parejas llegan en busca de ayuda, los atiende una trabajadora social y una psicóloga. Esta última, Goretti Fernández, resume su labor diciendo que «aquí intentamos que vuelvan a ser padres».

En este sentido, Fernández explica que en los primeros días «nos encontramos padres muy desesperanzados, llegan con la autoestima por los suelos». Así, durante las primeras sesiones, «les dejamos que cuenten, que se desahoguen y luego ya empezamos», cuenta la psicóloga. La terapia consiste, a grandes rasgos, en hacer ver a cada progenitor la importancia que tiene que den autonomía a los hijos, que les dejen equivocarse y que permitan que haya frustración en los hijos. Fernández añade que «vemos a padres súper protectores, que no ponen límites y que suelen venir con la idea de que lo han intentado todo y no han conseguido nada, cuando, lo que no han hecho es asumir su papel de padres que marcan unas normas y las asumen hasta el final con sus consecuencias».

Así, les dan claves para que sepan reconducir la situación en casa y Fernández cuenta que, a medida que pasan las sesiones, va viendo que «vuelven a pensar por sí mismos, están más evolucionados y ponen límites, pero siguen siendo muy sobre protectores», concluye. Al mismo tiempo, se trabaja con los hijos, de manera que ambas partes acaban asumiendo su responsabilidad en la relación.