El poder oriental pelea con la crisis

H. Jiménez / Burgos
-

La comunidad china, que se ha multiplicado por 10 desde el año 2001 y ahora está estancada, abre negocios cada vez más diversos en lugares comerciales clave y apostando por su cultura del trabajo

Fang Fang (encargada de un restaurante Wok), su hijo JiaXiang, ‘Miguel’, propietario de una tienda de iluminación LED, y su empleada española - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Los niños vienen de París y los chinos de Zhejiang. Esta provincia del extremo oriental de China, que se asoma al Mar Amarillo y que tiene más habitantes que toda España, es el origen de casi todos los inmigrantes de ese país que han llegado a la provincia de Burgos. 
 
Muchos son de los mismos pueblos, familia cercana o lejana, amigos o conocidos, y forman una comunidad que no ha dejado de crecer en los últimos años y que no logra quitarse de encima los tópicos que pesan sobre ella, pese a que sus integrantes se esfuerzan en aprender un idioma extraño (para ellos es tan complicado como para los españoles el suyo) y aseguran estar poco a poco más integrados.
 
Los chinos y su cultura del trabajo, el esfuerzo y el ahorro han topado con una España en crisis en la que tratan de pelear con sus armas tradicionales. No son inmunes, claro, y también han registrado víctimas entre sus negocios. Han cerrado, por ejemplo, unos pocos restaurantes y bazares tradicionales del modelo heredado de los «todo a cien». Pero a cambio la población empadronada de esta nacionalidad se sigue incrementando y en los últimos meses han seguido abriendo tiendas en las zonas comerciales clave de la ciudad (hace unos días un gran bazar en la ‘Milla de Oro’ del centro, antes del verano otro establecimiento en el cogollo de Gamonal) y orientadas a sectores no tan clásicos.
 
Según el Instituto Nacional de Estadística, a 1 de enero de 2013 (último padrón oficial) había en la provincia de Burgos 491 residentes con nacionalidad china. Son una veintena más que dos años antes y casi 10 veces más que en el ejercicio 2001, cuando había poco más que una cincuentena. En Burgos capital residen actualmente 235, casi la mitad del total.
 
Ni ‘Miguel’ ni Yun Qing son precisamente novatos. El primero, cuyo nombre chino es Tie Jun Ji, llegó a España hace 20 años, lleva una década en Burgos y domina el idioma. Al segundo, con 9 años de trayectoria burgalesa a sus espaldas, le cuesta más soltarse en castellano. Ambos son socios y acaban de abrir hace cuatro meses en el tramo de Gamonal de la calle Vitoria un establecimiento de iluminación con tecnología LED. Ellos ya habían tenido antes un restaurante, un bazar y una cafetería, así que saben bastante bien lo que supone abrir un negocio en España, y están especialmente contentos con su tienda de LED: «Estamos haciendo más dinero, esto es la iluminación del futuro y vimos que el sector de los restaurantes y los bazares ya estaba lleno, no queríamos hacernos la competencia entre nosotros», explica ‘Miguel’ con meridiana claridad.
 
Entre los dos manejan una amplia agenda de contactos de compatriotas, y conocen a prácticamente todos los propietarios de negocios chinos de la ciudad, como Fang Fang, encargada del Wok de la calle Vitoria, o ‘Javier’, que hace algo más de un año abrió un enorme bazar donde estaban los antiguos cines de Gamonal. El pasado jueves juntaron a varios de ellos para charlar, pero alegando timidez (y sin ocultar cierto recelo ante lo que los medios de comunicación suelen trasladar de su comunidad) casi ninguno quiso ser fotografiado o reflejado con su nombre.
 
Dicen, para empezar, que les gustaría quitarse de encima algunas de las leyendas que siguen rodeándoles. «Claro que pagamos impuestos. Como todos. Si no, llegan inspecciones y multas». De hecho apuntan a que son las empresas españolas las que reciben más facilidades cuando se instalan en China gracias a acuerdos entre gobiernos que les permite un periodo de carencia inicial o incentivos a los inversores extranjeros.
 
Rechazan también que sean una sociedad cerrada. «Es que el idioma es un gran problema y además a muchos españoles no les gustan los chinos, y así es difícil hacer amigos», advierte Miguel. «Pero muchos de nosotros ya tenemos amigos de aquí, y salimos, y tomamos algo». 
 
Más integrados y menos problemas de comunicación tienen los niños, escolarizados y que en muchas ocasiones acaban ejerciendo de traductores de sus padres. Según los datos de la Dirección Provincial de Educación, en el curso pasado había registrados 95 escolares de esa nacionalidad. La cifra es algo menor que los 125 del récord alcanzado en el curso 2011, pero desde la administración advierten que la estadística recoge «sólo aquellos alumnos que se escolarizan con documentación china. Hay, aparte de los adoptados, otro grupo que aunque de origen y padres chinos, han nacido en España y se matriculan como españoles».
 
La comunidad asiática tampoco acepta que se afirme con ligereza eso de que «trabajan como chinos», y de hecho aseguran que con la crisis y la pérdida de condiciones laborales «hay algunos españoles que lo hacen más que nosotros». Tienen sus días de descanso, «no somos máquinas», se defienden, «lo que pasa es que a veces en las tiendas nos turnamos para abrir los domingos o a mediodía y cada uno descansa en un momento distinto». 
 
Y rechazan igualmente ese tópico que dibuja a los orientales viviendo en el mismo local donde trabajan, hacinados y en malas condiciones. «Eso podía pasar hace 10 o 15 años, ahora no, no está permitido y tendríamos problemas», argumenta Yun Qing.
 
Lo que sí es cierto, siempre según su testimonio, es que apenas recurren al sistema financiero convencional. Se prestan el dinero entre amigos y familiares, «sin interés», y no mencionan problemas de pagos o picaresca. También en esto son otra cultura.
 
A lo que no se acostumbran nunca, por muchos años que pasen aquí, es al ritmo de la administración. Les desespera la demora de semanas o meses que tardan en concederles una licencia, porque en cuanto cierran un trato de alquiler ansían poder abrir cuanto antes y empezar a recuperar la inversión. «Los funcionarios tienen muchas vacaciones», sentencian.
 
¿Y los fines de semana, qué hacen? Los pasan en familia (la mayoría de los matrimonios son entre chinos, «aunque cada vez hay más libertad y las familias ven más normal casarse con un español o española»), descansan y en verano van a la playa. Como cualquiera. Disfrutan de su comida tradicional. Celebran las fiestas de su ciudad, de su región o del calendario festivo oriental, porque para ellos las tradiciones son muy importantes.
 
Y se preparan, cómo no, para empezar a trabajar el lunes e iniciar nuevos proyectos. Porque los chinos, en eso tampoco han cambiado, prefieren emprender sus propios negocios: «Eres tu propio jefe, haces lo que tú quieres aunque trabajes todo el día y no dejes de pensar en ello», se justifican. La palabra negocio es de las primeras que aprenden al llegar a España.