Cuando el pozo nº 1 de Valdeajos mostró al mundo el tesoro que el subsuelo de la Lora escondía no sólo lo hizo en forma líquida, espesa y negra: con el petróleo brotó también la leyenda, construida a partir de relatos deformados, verdades a medias y un sinfín de anécdotas. Pocas tan jugosas como las que atribuyeron los periódicos de la época al párroco de Valdeajos, Santos Aparicio.