Cuando nadie te espera

DIEGO IZCO
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El bombazo del Leicester es el penúltimo 'milagro' de la Historia moderna del fútbol

Leicester se pronuncia ‘Lester’ como ‘wednesday’ se dice ‘wensdei’. Rarezas. Cosas que hemos asumido. Letras que obviamos como si no tuvieran importancia. Y en esas rarezas y cosas triviales, pusieron la cuota 1/5.000. ¿Ganará el Leicester la Premier League? Gary Lineker, ídolo del club, preguntaba al entrenador, Claudio Ranieri, a comienzo de temporada: «¿El objetivo sigue siendo salvarnos? ¿Por qué no soñar con un objetivo más ambicioso, como una plaza europea?». Y el técnico, con esa sonrisa de buen vendedor de textiles con una pequeña tienda de barrio, le respondió: «Te agradezco la ilusión, pero eso es imposible». Pese a todo, 47 aficionados se la jugaron al título. 5.000 libras por cada libra apostada.

Los ‘foxes’ han protagonizado uno de los mayores ‘milagros’ en la Historia del fútbol. Las buenas historias, las de gente humilde comiendo caviar del bueno, siempre tienen un comienzo espectacular: la del Leicester campeón de la Premier arranca con un escándalo sexual. El propietario del club, magnate tailandés con un apellido que parece surgido de un grupo de ‘du-duá’ (Vichai Srivaddhanaprabha), quiso premiar a la plantilla con una gira por su país. Era el reconocimiento a un esfuerzo asombroso: ganó siete de los últimos nueve partidos de la campaña 14/15 para mantener la categoría.

Un vídeo ‘trampa’ filmado en Bangkok presentaba a tres jugadores del Leicester (Tom Hopper, Adam Smith y James Pearson) en la cama con prostitutas tailandesas a las que menospreciaban con expresiones soeces y racistas. El bochornoso documento indignó a Srivaddhanaprabha, miembro de las élites conservadoras del país, que decidió expulsar a los futbolistas de la plantilla y, posteriormente, al técnico Nigel Pearson (padre del tercer implicado en el escándalo). Polvos y lodos: 15 días después, Claudio Ranieri entra en escena. Lo demás, nunca mejor dicho, es Historia.

Lo llaman ‘milagro’ quienes olvidan que la pelota siempre ha sido redonda. Una forma perfecta e ingobernable. Con un balón cuadrado, los grandes siempre ganarían; el cubo tiene la lógica de que solo posee seis posibles caídas y los genios (carísimos) harían por aprenderlas de forma natural... En la esfera, las posibilidades son infinitas. Y una de ellas siempre tiene reservado espacio para una gesta que nadie espera. La del Leicester ha sido la penúltima (el aficionado debe vivir siempre con la esperanza, sea cual sea su equipo, incluso si éste es uno de los ‘gigantes’, de que nunca haya una última) de algunas de las hazañas más inesperados en la Historia del ‘deporte rey’.

1950: EL 'MARACANAZO'. Casi 200.000 palomas preparadas. Los pájaros aguardan en sus jaulas el momento en que termine el partido para festejar el prometido, deseado y seguro triunfo de Brasil en su Mundial. En ese instante, con el pitido final, las puertas se abrirán y las palomas aletearán y se ciscarán a su gusto sobre los tejados de Maracaná, el monstruo creado para la ocasión con capacidad para más de 175.000 personas con la legislación antigua.

Con la bicampeona Italia eliminada en primera ronda y solo 13 competidores, Brasil alcanza la segunda ronda (liguilla de cuatro competidores) para masacrar a Suecia (7-1, cuatro goles de Ademir) y a España (6-1). Uruguay, el cuarto en discordia, empata con la ‘Roja’ (antes conocida como la ‘Furia’) y apenas le hace un tanto a los escandinavos. El 16 de julio de 1950, no cabía otro resultado: el triunfo de la ‘seleçao’.

En todo ‘milagro’ futbolístico, como el del Leicester esta temporada, hacen falta dos elementos imprescindibles: que el ‘pequeño’ se lo crea y que el favorito no encuentre su sitio. Con un gol al comienzo de la segunda mitad (Friaça), Maracaná enloqueció y Brasil, de repente, se achicó. Los uruguayos miraban fuerte, incapaces de dejarse acochinar por el ensordecedor griterío. Obdulio Varela, capitán ‘charrúa’, enganchó la pelota de sus propias redes y comenzó a discutir con el árbitro, con los jugadores brasileños y con la propia Historia: cuentan que ahí se fraguó todo, en un gesto de rebeldía ante los patrones establecidos. Primero Schiaffino (1-1) y después Gigghia (1-2) firmaron la gesta. «Solo tres personas hicieron callar Maracaná: Sinatra, el Papa y yo», recordó luego el segundo goleador. Las palomas no volaron.

4 1954:  llovió... De alguna manera, el poder de la sugestión ha hecho más por el fútbol modesto que los goles marcados a balón parado. Sepp Herberger, técnico de la RFA (Alemania Occidental), convenció a sus futbolistas de que eran bólidos que jugaban con neumáticos de lluvia y los de Hungría llevaban gomas de seco. Una ‘boutade’ que, sin embargo, funcionó.

En la víspera de la final del Mundial de Suiza 1954, Herberger miró la previsión del tiempo. Tenía que aferrar a su equipo a un clavo ardiendo, el que fuese: en primera ronda, los húngaros les habían endosado un 8-3 que dejaba claro quién iba a levantar la Copa Jules Rimet aquel 4 de julio. Los ‘magiares mágicos’ (Bozsik, Lorant, Puskas, Hidegkuti, Kocsis, Czibor...) formaban un equipo temible, para los más viejos del lugar uno de los más brillantes en la Historia del fútbol: 25 goles en cuatro partidos rumbo a la final... Pero los meteorólogos predijeron lluvias a la hora del partido y el técnico alemán bajó al vestuario con una consigna: «Si llueve, les ganamos».

Puskas marcó a los seis minutos y Czibor a los ocho. Y se abrieron las nubes sobre Berna; y con el agua empapando aquellos borceguís que pesaban una tonelada con el barro, Morlock y Rahn igualaron antes del descanso. Después de media docena de paradas espectaculares del arquero alemán Toni Turek, a los 84 minutos se consumó la sorpresa: de nuevo Rahn hacía el 3-2. El gol anulado a Puskas en el 88 (un polémico fuera de juego) no alteró la consecución del ‘milagro de Berna’.

1992:  ¿DINAMAR... QUÉ? Nadie esperaba a Dinamarca. De hecho, ni siquiera se clasificó para disputar aquella Eurocopa. Los Schmeichel, Olsen, Larsen, Laudrup y compañía disfrutaban de mojitos y jarras de cerveza por las playas de medio mundo cuando recibieron la llamada de Richard Nielsen, seleccionador danés: «Oye, que jugamos».

Los Balcanes habían entrado en erupción. La independencia de Bosnia-Herzegovina, las disputas internas por motivos políticos, étnicos y religiosos, el ataque de Serbia a Sarajevo... La UEFA decidió excluir del torneo a Yugoslavia y que fuese Dinamarca (la mejor de las eliminadas en la fase de clasificación) quien viajase a la Eurocopa de Suecia.

Ocho equipos en dos grupos. Los daneses bailaban en el A con la anfitriona, Inglaterra y Francia. Fallaron los dos favoritos, y con una sola victoria (1-2 ante Francia), Dinamarca llegó a semifinales ante la Holanda de Rijkaard, Gullit, Koeman o Van Basten... y fue este último quien falla el lanzamiento de penalti definitivo en la tanda. En la final esperaba Alemania, eterna candidata. Pero los daneses, con el gesto de «si nos han quitado las vacaciones, que sea para algo grande», se rebelaron; Jensen (minuto 18) y Vilfort (78) giraron la Historia: ganó el equipo que nunca estuvo allí.

 2004: DE REPENTE, GRECIA. Las casas de apuestas son un buen baremo para medir una sorpresa. Si el triunfo del Leicester en la Premier se pagaba 1 a 5.000, el de Grecia en la Eurocopa de Portugal se encontraba en un ratio de 1 a 250. Solo los triunfos de Bulgaria y Letonia estaban por debajo.

Otto Rehhagel, seleccionador heleno entonces, fue un recio central cuya concepción del fútbol es rocosa como las piernas que sostenían al Werder Bermen en los años 70. Tenía a tipos con talento como Karagounis, Katsouranis o el delantero Charisteas... pero prefirió resguardarse. ¿Cómo plantar cara, si no, a los más grandes del continente? Grecia no lució... pero perdió un solo partido en todo el torneo. Tal y como le llueven críticas a Simeone por parte del sector más puritano del fútbol de toque, a Rehhagel le dieron esos golpes que solo hacen cosquillas cuando el resultado final es la victoria.

Venció a Portugal en el partido inaugural, empató con España y cayó ante Rusia. Y con tres victorias por la mínima consecutivas (ante Francia -que defendía título-, República Checa y de nuevo ante Portugal en la final de finales, una ‘mini-reedición’ del ‘Maracanazo’), Grecia obtuvo el mayor botín de su Historia futbolística destrozando cualquier pronóstico.