El Gran Prix animó el final de fiestas

A. del Campo
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Las peñas fueron las participantes de una divertida competición que casi rozó el lleno de la plaza de toros de Aranda

Era domingo y la cercanía del lunes se hacía todavía más complicada de lo habitual. Hoy la vuelta a la rutina es especialmente dura para los arandinos después de diez días de fiestas patronales. Esa realidad ya se notaba ayer entre los vecinos, que necesitaban algo que les diera fuerzas para aguantar el último día de celebración. Ese algo vino en forma de carcajada y de la mano del Gran Prix. La competición celebrada en la plaza de toros logró rozar el lleno en las gradas y animar la tarde a los cerca de 3.500 espectadores que presenciaron el evento antes televisivo y ahora popular.

Eran las seis y media cuando las peñas de Aranda presentaron a sus equipos, a los elegidos para competir por el trofeo de ganador del Gran Prix. Finalmente este fue para El Chilindrón, que primero logró poder lucir el color negro que le representa y luego imponerse al resto de peñistas. No fue fácil. El inicio fue engañoso con una divertida prueba en la que simplemente había que subir un hinchable y saltar otro, pero la dificultad fue aumentando con cada nuevo reto. El siguiente tenía un aliciente que a la postre se convertiría en el gran drama de la competición: la vaquilla. Esta salió con bravura y atemorizó a los participantes, pero más daños causó a la organización. Se coló en el tendido y destrozó la máquina de espuma necesaria para llenar algunas de las colchonetas. El percance se quedó en una anécdota graciosa y no hubo que lamentar nada grave. Hasta los peñistas se fueron acostumbrando a la presencia del animal.

Luego tocó volver a saltar hinchables, esta vez en un circuito tan complicado que solo lo lograron completar dos de los participantes. Entre las carcajadas por las múltiples caídas y el ambiente festivo protagonizado por los piques entre charangas discurrió una tarde que, tras muchas noches de excesos, no prometía ser tan amena. Hasta, como si de una gracia del destino se tratara, al final sonó el grupo Taburete en las fiestas de Aranda. Eso sí, no en concierto como se esperaba, únicamente a través de la megafonía de la plaza de toros.

El espectáculo que había empezado en la tierra a base de golpes y esfuerzos, unos más útiles, otros menos rentables, se trasladó incluso a la grada. Los animadores del Gran Prix bajaron a espectadores a la plaza, donde empezaron canciones que siguió el resto del público. La gracia estaba en no tener miedo al ridículo. Daba igual que miles de personas te vieran soltar un gallo, caerte o simplemente ser incapaz de acabar una prueba. Lo importante era reírse.